Y retiemble en su centro la tierra

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La realidad es compleja y conformada por una cantidad interminable de variables. Sin la capacidad para ver y entenderlas en su conjunto, tomamos una parte como representación del todo, dejando escapar mucha información. Este mecanismo de síntesis tiene un fin adaptativo.

En las amenazas del entorno no hay tiempo para el análisis, es necesaria la respuesta automática de la que depende la sobrevivencia. En la actualidad la mayoría de nuestras reacciones no tienen que ver con situaciones per se, sino con lo que representan.

En lo cotidiano ya no respondemos ante la amenaza de la intemperie o a animales depredadores, sino a circunstancias activadoras de subjetividad: la indiferencia de un compañero de trabajo, un altercado menor de tránsito, el olvido del aniversario de pareja, y así.

Cada situación tiene asignado cierto valor construido a partir de la identidad, experiencia, educación, cultura, afectos, momento histórico, geografía, entre otros. Nuestros modelos de realidad son un compendio de información con distintas fuentes. 

La perspectiva parcial, las conjeturas rápidas, la tendencia a eludir esfuerzos como informarse o hacerlo favoreciendo aquello que confirma nuestras creencias, y el sentir y actuar como si entendiéramos la realidad en su totalidad son rasgos que nos convierten en tierra fértil para fines a veces opacos. El régimen político que ostente el poder, así como los poderes fácticos, emplearán su maquinaria de comunicación para instalar entre los ciudadanos estereotipos y asociaciones negativas sobre regímenes alternativos.

Cuando ambos están alineados, la comunicación corre sin obstáculo. Hay una especie de hegemonía de pensamiento. Pero cuando hay desavenencias entre ambos, surge una especie de juego de vencidas donde la masa de simpatizantes representa el alcance de su fuerza y poder de convencimiento. 

Algunos investigadores señalan que la tendencia o probabilidad de adherirse a los ideales de la izquierda o la derecha conservadora, dependerá del perfil personal tomando en cuenta educación, género, nivel socioeconómico, edad, región, entre otros. En esa adhesión juega un papel importante la manera en cómo procesamos la información y actuamos en consecuencia. Juicios y decisiones que escapan a la voluntad consciente.

El psicólogo Daniel Kahneman, -inusitado premio Nobel en economía en 2002 por su investigación en toma de decisiones en momentos de riesgo e incertidumbre- , clasifica dicho procesamiento en dos, Sistema 1: rápido, automático, emocional e inconsciente. Donde surgen los prejuicios y sesgos cognitivos. Y Sistema 2: lento, lógico, consciente, requiere esfuerzo. Da lugar al pensamiento crítico y al cuestionamiento para controlar las intuiciones del Sistema 1. Dicha clasificación ha sido marco de estudios relacionados con la comunicación política y su impacto en el electorado.

Hay hallazgos que indican que el Sistema 1 predomina en cierta toma de decisiones, como la del voto, de esta manera se puede explicar cómo hay personas que eligen de manera inconsciente causas o candidatos con planes de gobierno que no representan sus intereses. Sabiendo que la emoción es fundamental en la adhesión a cualquier postura, los mensajes de impacto tienden a aludir ideas y estereotipos generadores de emociones intensas como el temor. 

La calle es una de las arenas donde miden fuerzas el poder político y fáctico de nuestro país. Cada tanto, uno y otro ponen a prueba su poder de convocatoria y so pretexto de causas legítimas e irrefutables como la defensa de la democracia, se tergiversan situaciones con el fin de proteger ciertos intereses a través de la opinión pública. 

Con la consigna “El INE no se toca”, una gran cantidad de personas salieron a marchar el pasado domingo. Abundaban pancartas que poco y nada tenían que ver con el presunto fin.

Entre un vasto catálogo de estereotipos imprescindibles en las marchas opositoras, se revelaba el rechazo al presidente y a su gestión, motivo real de muchas presencias. A manera de bloque sin importar el tema, cualquier convocatoria de la oposición tendrá apoyo de las huestes presas de la antipatía, aun cuando quizás y sin saber defiendan causas que atentan contra sus propios intereses. Otros, quizás menos viscerales pero desinformados, acudieron con la preocupación de quien confunde institución con democracia, creyendo que la transformación del instituto nos remitirá a un estado totalitario. Incluso algunos creen firmemente que la reforma busca desaparecer el INE.

Si bien la democracia no se toca -es el sistema que en teoría ofrece mejores garantías a los ciudadanos- sus instrumentos sí, (entendiendo el verbo tocar en este contexto como sinónimo de modificar). De hecho es necesario, pues como toda herramienta es perfectible, sobre todo cuando es fundamental adaptarse a las necesidades que surgen en una sociedad dinámica como la nuestra. Ha sido siempre así. Justamente el INE actual es el resultado de modificaciones de la ley electoral en distintos momentos históricos del país.

En todo caso habría que plantearse qué cambios responden a las necesidades de la realidad actual y si el presente proyecto las resuelve. Sin evidencia que lo confirme, sería una falta a la verdad afirmar que la mayoría de los asistentes responderían a esas características y motivaciones.

Ciertamente, había también quienes, desde una postura informada y crítica, hacían acto de presencia. No existe una encuesta formal para identificar el nivel y porcentaje de conocimiento de los asistentes sobre la reforma electoral, el proyecto aprobado por el Senado, las razones de su objeción y los mecanismos de impugnación, (los leit motiv de la marcha), pero quizás un ejercicio rápido nos dé alguna idea.

Preguntemos a nuestros conocidos que se dieron cita; su respuesta no debe ser tomada como muestra representativa, sino como dato sobre qué tan conscientes somos con relación a lo que nos motiva y de las conjeturas que hacemos sobre situaciones complejas de las que tenemos poca información.

Apliquemos el mismo ejercicio con simpatizantes del gobierno actual ¿cuántos podrían citar logros, propuestas y profundizar sobre sus beneficios? Nos sentimos satisfechos y seguros con las causas y personas que apoyamos, aunque no sepamos explicar con argumentos objetivos e informados el porqué, simplemente “las cosas son así”.

Una nutrida convocatoria no da cuenta de la conveniencia de una causa o las bondades de un personaje, sino del éxito en la transmisión de sus principios. Del grado de identificación y adhesión de ciertos sectores de la sociedad. La valoración de una decisión de estado no debiera depender del número de personas que la apoyan o la rechazan (sesgo por consenso), sino de un análisis adecuado de sus implicaciones.

Nuestra historia cívica es un recuento de oportunidades perdidas para la construcción de un debate informado y pedagógico sobre la conveniencia de decisiones polémicas, como es el caso de las reformas constitucionales ¿A quién le importa perder tiempo en discusiones de fondo cuándo se puede sacar provecho inmediato de la falta de pensamiento crítico de masas que acuerpan cualquier cosa que sintonice con sus emociones y prejuicios?

La objetividad no es la capacidad de ver la realidad tal cual es, sino entender que existen sesgos que condicionan nuestra mirada. De tener presente la posibilidad de que exista más información que pasamos por alto. De descubrir cómo nuestro interés en tener razón entorpece la búsqueda de la verdad. Que somos adictos al placer que genera confirmar lo que creemos, aunque conlleve autoengaño.

En la medida en que estemos conscientes de que existen trampas de razonamiento, bajarán las probabilidades de apropiarnos de reduccionismos engaña bobos. De apoyar causas y personas cuyos propósitos quizás van en contra de nuestros propios intereses. No se trata de estar a favor o en contra de, sino preguntarnos ¿por qué lo estoy y por qué me siento tan segur@?

 La duda es nuestro mejor aliado contra nuestras propias limitaciones de razonamiento al servicio de intereses ajenos.

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