No estamos hablando de una controversia

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Los conservadores más rancios de este país han desatado una campaña mediática impresionante contra un diferendo que existe en el marco del T-MEC con el tema energético. Y es que, si uno lo ve con la cabeza fría, este tipo de diferendos se han dado a lo largo de la historia desde el TLCAN hasta nuestros días y nunca había sucedido tanta histeria política incluso habría que decir urgentismo político. 

Es cierto que hay una desesperación de la oposición por tratar de colocar en la agenda un tema el cual ellos puedan espantar sobre todo a las clases medias con el coco de la inestabilidad macroeconómica. Su objetivo versa en darle vuelo a la idea de que la economía puede colapsar por un mal paso de este gobierno sino se sujeta a la voluntad de las empresas norteamericanas. 

Uno en verdad no se puede esperar más de la oposición, peor aun cuando uno recuerda que desde los tiempos de la formación del Estado nacional esta disyuntiva ha estado presente entre el ejercicio de la soberanía o el entreguismo hacía intereses extranjeros, Lucas Alamán estaría contento de seguir teniendo de su lado a no pocos mexicanos pensando que no deberíamos gobernarnos a nosotros mismos. 

Pero todo esto no explica el porqué de tanto eco mediático, y sobre todo de la presión ejercida desde Estados Unidos por llegar a un acuerdo en el que puedan ejercer un mayor control sobre nuestros recursos energéticos, es decir, hay un intento directo por profundizar la contrarreforma energética de Peña Nieto. 

El tema no se ha resuelto de fondo, la derrota en el Congreso de la reforma eléctrica significó una oportunidad para hacer mella en la línea trazada de defensa de la soberanía energética. Tomando en cuenta que la privatización de muchas áreas del sector energético y que estas no se tocaron para no generar mayores contradicciones, lo que se vive en el escenario actual para ser una contraofensiva para ciertos negocios que se han perdido justo por la negativa presidencial de cederles como lo hicieron los gobiernos del periodo neoliberal. 

Para decirlo de golpe, la economía de Estados Unidos se encuentra en guerra tanto con Rusia, pero especialmente con China. Nos encontramos dentro de una guerra comercial, en el que el siguiente paso, como lo ha demostrado la historia, se deviene en una guerra en el terreno militar. 

No hay que desligar entonces a la economía mexicana respecto de este probable escenario, al que todos buscamos no se llegue. Si discutimos de forma real, lo primero que se tiene que poner sobre la mesa es esto, que la economía “norteamericana”, esto es las economías de Canadá, México y Estados Unidos están sujetas a las necesidades inmediatas de la economía de guerra. Habría además que tomar en cuenta en este mismo proceso la economía de toda Centroamérica. 

No se trata de un asunto menor, y mucho menos de un asunto de negocios energéticos sino de un conjunto de elementos que tienen como su eje el fortalecimiento de la economía americana ante la caída de su tasa de ganancia, y que intenta recuperarse para poner hacer frente al ascenso existente en el Pacífico. 

Después de la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética la economía de Estados Unidos se preparó para un mundo con mayores ventajas en su intento por conquistar todo ese territorio que no había sido americanizado. Para ello necesito de reforzar su influencia en su patio trasero, y estableció las condiciones de la entrega de sectores estratégicos de sus vecinos México y Canadá. 

El TLCAN se presentó como un mecanismo para subordinar un área que ampliaba la influencia del control de recursos naturales estratégicos y mano de obra barata ante la competencia que se desarrollaría, por ejemplo, en la naciente Unión Europea. 

México ha tenido durante todas sus etapas como Estado nacional un proceso de dependencia dentro del mercado mundial, antes era Europa quien controlaba ese proceso, pero ante el ascenso de Estados Unidos, el domino quedó anclado a este continente. 

Desde un país subdesarrollado como el nuestro, se viven dos procesos de subordinación directa que han imposibilitado que nuestra economía pueda ser de otra forma. Una de ellas es el mecanismo en el cual el mercado mundial establece un intercambio desigual, intercambio por cierto muy estudiado en la década de los setenta por haber vivido con mayor intensidad lo que se conoció como la crisis de la deuda. 

Otro mecanismo establecido es el de la sustracción de la ganancia extraordinaria proveniente de los recursos naturales extraordinarios como el petróleo y el gas. El presidente López Obrador lo ha explicado magistralmente cuando nos compara con productores de naranjas que exportamos las naranjas para importar jugo de naranja. Un sin sentido o bueno, una cosa que solo hace sentido en el marco de la seguridad nacional de Estados Unidos, pero no necesariamente en la nuestra.  

El urgentismo político que ha emprendido Washington contra el gobierno de López Obrador no es para prever la crisis energética de este sexenio, que dadas las condiciones de estanflación de la economía norteamericana esto apenas empieza, es decir, hay una necesidad real de garantizar una mayor transferencia de recursos de la economía mexicana a la norteamericana. 

Esto tiene impactos muy importantes, el primero de ellos sería renunciar a la soberanía nacional y a nuestra seguridad nacional. No es todo, se tendría además de cancelar la canalización de recursos públicos y sociales para entregárselos a la economía americana necesitada de mayores canales de acumulación económica por su desventaja evidente ante China. El punto aquí es quién paga los platos rotos o si se genera una nueva relación económica de respeto y prosperidad compartida. 

No es una simple controversia, lo que hay de fondo es una guerra en curso, y los recursos que se cuentan para ello, incluidos los nuestros. El T-MEC se hizo bajo una negociación muy compleja en donde el nuevo gobierno no tenía las riendas del país y el viejo régimen no tuvo la oportunidad de entregarlo todo completamente. 

La decisión soberana de recuperar la capacidad de producción energética, de regresar además el control del manejo eléctrico al Estado y garantizar así condiciones para enfrentar crisis económicas de mejor manera fue la correcta, justo por eso ahora que la inflación amenaza a todas las economías del mundo, el Estado mexicano se ha negado a que la crisis la paguen los pobres, esto es lo que no ha gustado justo porque se han perdido ganancias para las grandes fortunas energéticas. 

No es casual el momento en que sucede este proceso, la política es de tiempos, y cuanto más nos acerquemos al fin del mandato presidencial de López Obrador más presiones tendremos, esto será decisivo para definir al sucesor o sucesora, también esto será motivo de toda clase de chantajes desde la oposición que representa fielmente los intereses ajenos a nuestra nación. Es momento de organizar una base social para garantizar el triunfo de una reforma que recupere la soberanía nacional y con ello dote de mejores condiciones a nuestra seguridad nacional.