La unión opositora

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La concentración del pasado domingo 26 de febrero en el Zócalo capitalino ha generado varios efectos dentro de la política nacional, al mismo tiempo que un apoyo internacional bastante fuerte, así lo mostraron los principales diarios del mundo al resaltar la marcha. Es por ello por lo que no hay que menospreciarla, pero tampoco dotarla de una importancia que no corresponde.

La oposición en primer lugar no supo cómo responder a este gobierno, lo primero que quiso intentar buscando a las fuerzas armadas fue debilitar la alianza y disciplina, sobre todo en discursos en los que se instigaba a desobedecer al comandante supremo. Lo mismo lo hicieron militares en retiro que algunos actores políticos que en su desesperación creyeron poder llevar a cabo una asonada. No hubo tal.

Después se intentó generar un contrapeso con discursos de orden separatista desde la Alianza Federalista, la idea de que la Federación anclada en la Ciudad de México abusaba de otras entidades, sobre todo las de la frontera norte, se estimuló para generar la creencia de que se podía generar un rompimiento constitucional. Todo esto en medio de la COVID-19, es decir, se estimuló el miedo desde una estrategia política que se plegaba a Washington.

El colapso de los partidos de oposición, no sólo derivado de su corrupción interna, sino de la pérdida de su electorado por el fracaso de sus programas de gobierno, generaron una debilidad estructural en la oposición, que apenas se pudo recuperar en 2021 por las derrotas que Morena obtuvo debido a sus divisiones internas.

La oposición en México no es monocromática sino un prisma, y sobre todo un prisma en donde conviven los discursos autoritarios de mano dura, el golpismo, el separatismo, el odio de clase con sectores democráticos, que hasta ahora no se habían podido articular. Por eso es un error catalogar esta marcha como un acto de los que nos tenía acostumbrada la oposición conservadora, y es que no es así, ha pasado que han logrado disciplinar (no se sabe por cuánto tiempo) a los partidos políticos y se ha abierto una agenda de resistencia.

El discurso de defensa del status quo desarrollado durante el neoliberalismo fracasó una y otra vez, no podían articular desde ahí en la medida que esa enunciación no generaba consenso. Y es que los efectos de la crisis económica que produjo el neoliberalismo aún persisten. No podían apelar, aunque lo hacían fantasiosamente, que el pasado representaba un lugar al cual podían regresar.

Pero en lo que sí han avanzado es justamente en colocar en la agenda, aquellas acciones del gobierno en la cual ha fallado derivado de las múltiples contradicciones que se le presentan a la hora de resolver los conflictos. Gobernar no es lo mismo que denunciar. Y cuatro años en la presidencia han representado un desgaste efectivo, en la medida que los problemas heredados no fueron pequeños, que las viejas inercias difícilmente se han movido, y que en muchos de los sentidos erradicar la corrupción ha sido una tarea extremadamente complicada, sobre todo si se piensa en los aliados que hoy habitan en Morena y que no asumieron el compromiso de la transformación sino ha sido oportunismo puro.

Lo que hay que resaltar de esta marcha es la unidad, la acción en que la derecha se está acuerpando, y que hasta ahora no han tenido problemas a la hora de relacionarse, y es que no han estado en juego ni la presidencia de la república ni el senado ni la cámara de diputados. El reparto del poder es una de las cosas por las cuales esta alianza puede hacer agua.

Lo otro que hay que aclarar también, es que la movilización tuvo un elemento fundamental de odio de clase. El clasismo se demostró de muchas maneras durante la manifestación de esta mayoría silenciosa. Por primera vez se expresa con mucha fuerza en la calle, se siente con derecho a quitar los derechos a los demás, y se ve validada. Esta fuerza política ha crecido a partir de la ridiculización del presidente y de sus votantes. Se les hace inimaginable que el poder pueda ser compartido con los más pobres.

Estos mensajes de odio no han venido solos a la conversación pública. Pensarlo sería un error, peor aún, creer que esto está arraigado en toda la cultura mexicana como si fuera parte de su ADN es no entender tampoco nada. Esta matriz fue instalada a través de estudios psicológicos, antropológicos, económicos y sociológicos aplicados en mensajes clave distribuidos por las redes sociales, fundamentalmente Twitter, Facebook y WhatsApp.

Los discursos de odio de la ultraderecha no son nuevos, sino que se han especializado a través de algoritmos que permiten hacer reflejar lo que un sector de la sociedad cree que es la verdad y tener del otro lado de la pantalla su validación. Esto ha sido muy efectivo desde la primavera árabe, y se ha ido mejorando cualitativamente. En cada país es diferente, y es que se va regionalizando, o si se quiere, nacionalizando según las necesidades.

Estos mensajes por supuesto tienen un receptor que lo decodifica y le da un significado para su propio entorno, esto es, a partir de la frustración política que significó para ciertos sectores sociales que la izquierda pudiera gobernar necesitó de elementos que le confirmaran que este proyecto nunca debió ganar ni existir, y es así que logra conectarse con los mensajes que llegan listos para su consumo.

Hasta ahora el odio no tiene organización política que la dirija, no estamos en esa etapa, pero se están alistando las condiciones para ello. Aunque aquí viene un problema, el programa político no se puede valer nada más de eso, y aquí es donde no se han podido poner de acuerdo en la medida que el neoliberalismo sigue colapsado y no existe un programa de gobierno desde ahí que pueda convencer a las mayorías.

Hay que prestar atención no en esos sectores que ya han conectado con esta estrategia sino a aquellos sectores que buscan un cambio, pero que al ver las dificultades que ha enfrentado este gobierno y que no ha actuado en consecuencia decide mirar hacia otras opciones. La sociedad está harta de los políticos corruptos, y este gobierno no los quiso enjuiciar; esta sociedad está cansada de tanta corrupción y este gobierno para no abrir más frentes de batalla no fue a fondo sobre todo contra los oportunistas que se anclaron al gobierno para no generar fisuras. Hay elementos y promesas que reconstruir para un sector que se ha desencantado del gobierno. No es que uno deba ir a convencer la ultraderecha sino avanzar en restarle campo a la base social que busca construir.

Por último, es importante colocar una reflexión sobre la manifestación de la mayoría silenciosa conservadora, esto impacta directamente entre los candidatos a la presidencia de la república por parte de Morena, un traidor del movimiento podría haber tenido cabida en una oposición débil y desarticulada necesitada de un liderazgo, hoy ese escenario cambió. Si alguien dentro de Morena no se ve beneficiado con una candidatura y quiere ir a construirla a otro lado será sumamente difícil. Los caminos han llegado a ese lugar que le gusta jugar a López Obrador, el de la polarización de opciones. Y ahí las urnas no mienten, el movimiento social tiene la tarea de seguirlas imponiendo como vía para dirimir los conflictos, el antiguo narco Estado sigue vivo, y trae respaldo. No hay que olvidarlo.  

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