Sobre las condiciones de la celebración de CLAN

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Se va a celebrar del 9 al 11 de enero de 2023 la Cumbre de Líderes de América del Norte (CLAN), y se hace en medio de una correlación de fuerzas diferentes a la que caracterizó el periodo anterior de lo que algunos autores llamaron las olas progresistas. Es importante dar cuenta del escenario actual no solo de los países involucrados en la CLAN sino ante todo lo que sucede a lo largo y ancho del continente.  

Es evidente que la relación que Estados Unidos tiene con toda América Latina ha sido modificada drásticamente por la guerra en Europa y por los preparativos para escalar la guerra comercial con China. Especialmente cuando la potencia estadounidense se encuentra viviendo dramáticos momentos de recesión económica, y una crisis política que se ahonda cada vez más entre el trumpismo y el establishment neoliberal.  

La clara muestra de que las cosas han tenido que dar un giro drástico se muestra en el abandono de la figura del autoproclamado Juan Guaidó, quien a partir de este año sus propios aliados le retiraron el título de presidente encargado, figura que fue respaldada por la mayoría de países que Estados Unidos comanda.  

Las fuerzas conservadoras de la Asamblea Nacional de Venezuela que desde 2016 había mantenido un discurso de no reconocimiento de Nicolás Maduro, y cuyo mandato expiró el primero de enero de 2021, pero se mantuvieron en el cargo de forma inconstitucional debido a que se han apropiado de recursos económicos de Venezuela en el extranjero han finalmente soltado la figura de la presidencia encargada para dar paso a una negociación con el gobierno chavista del Partido Socialista Unido de Venezuela.  

Esto sucede con el beneplácito de Washington, en la medida que han activado la importación de petróleo venezolano a través de Chevron, justo en medio de una las crisis más importantes de hidrocarburos provocada por las restricciones de producción de la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP) y la actual guerra comercial y militar contra Rusia.  

Si bien en Venezuela han tenido que soltar el proceso de golpe de Estado que habían instalado con provocaciones claras en la frontera con Colombia, o el intento de magnicidio con drones o escuadrones de mercenarios contra Nicolás Maduro, no es el caso de lo que actualmente está sucediendo con el golpe de Estado en Perú a Pedro Castillo.  

El golpe se ha hecho efectivo a través de la primera mujer presidenta Dina Boluarte, cargo al que se aferra a través de una represión brutal dentro del Perú, y que no ha hecho otra cosa más que profundizar la grave crisis política. La descomposición llegó a tal grado de liberar a Alberto Fujimori de prisión, y que ha tenido episodios que van desde el suicidio político de Alan García hasta el encarcelamiento de expresidentes como Pedro Pablo Kuczynski y de Ollanta Humala involucrados en el caso Lava Jato.

El expresidente Pedro Castillo permanece en prisión mientras un régimen autoritario se apodera de la vida política del Perú. Este escenario de inestabilidad se produce en el país andino, a pesar de la oposición de diversos países latinoamericanos que abogaron por una salida pacífica al conflicto institucional como fue el caso de México y el apoyo brindado por el presidente López Obrador. 

Otro conflicto grave tiene que ver con Argentina, en donde las fuerzas kirchneristas están siendo proscritas y perseguidas por jueces, pero con el delicadísimo intento de asesinato de Cristina Fernández de Kirchner y con su reciente condena para prohibirle participar en las elecciones presidenciales en puerta.  

La mafia y el poder judicial de Argentina están llevando a cabo un lawfare, un golpe de estado preventivo, así como el aplicado a Andrés Manuel López Obrador en 2006.  Todo esto con la ayuda de los medios de comunicación, intentando generar una narrativa catastrofista sobre las condiciones actuales de la economía.  

Al mismo tiempo también existe un cambio positivo en la correlación en el sur del continente con la llegada de Lula da Silva a la presidencia de Brasil, nada más y nada menos que la economía más fuerte después de Estados Unidos en toda América.  

A Lula no se le perdonó la creación de los BRICS, es decir, la alianza entres Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica que vino a romper el esquema tradicional de la subordinación centro periferia desde Estados Unidos que se venía desarrollando después de la caída del muro de Berlín, y que había dirigido al mundo.  

La introducción de Brasil en la disputa por la hegemonía mundial como un subhegemón o un subimperio al mando de Lula, coloca otra vez a este líder sindical como una pieza clave en la dinámica de un mundo en una competencia más estrecha, o como algunos han intentado bosquejar, un mundo multipolar. La puerta de China al continente puede ser de la mano del gigante de Sudamérica.  

Ahora bien, Lula no llega a presidir Brasil con un continente unido sino más bien dividido y debilitado en buena parte por la crisis económica que se acrecentó a partir del COVID-19, aunque con ciertas ventajas y alianzas que podrían ayudar a su plan de gobierno en el exterior, y es que tiene un nuevo aliado en un país sumamente complejo como lo es Colombia, Gustavo Petro puede convertirse en el nuevo liderazgo que Lula necesitaba para impulsar una agenda mucho más amplia.  

El caso de Bolivia es paradójico, el Movimiento Al Socialismo (MAS) que acuerpa al gobierno de Luis Arce acaba de realizar una movida muy importante con la aprehensión del golpista Fernando Camacho, pero al mismo tiempo la ultraderecha boliviana ha emprendido un peligroso viaje para producir una guerra de secesión en Santa Cruz.  

Lo que pondría una guerra civil en la frontera con Brasil. Se produce el mismo escenario cuando se quiso involucrar al ejército brasileño en una guerra contra Venezuela, pero con la complejidad que ahora en Brasil hay una disputa política sumamente fuerte, de tal magnitud que obligó a Lula a ir con los liberales a conformar un nuevo gobierno.  

Bajo estas condiciones inicia el 2023, y al mismo tiempo la CLAN, a la que López Obrador recibirá en México. La participación en política exterior del presidente mexicano tiene como objetivo ir resolviendo algo mucho más peligroso, la dinámica que se ha introducido en Estados Unidos para colocar como objetivo de guerra la frontera norte de México.  

Después de la caída del muro de Berlín, Estados Unidos necesitó de reorganizar su territorio para armar un bloque que le permitirá una mejor movilidad a la hora de subordinar a toda Europa en esta nueva etapa, cosa que finalmente pudo realizar a través del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). En este nuevo escenario de guerra con China, Donald Trump dejó atrás el TLCAN y estableció a través de una negociación muy desfavorable para Canadá y México condiciones para bloquear sus opciones con China y entregar los canales de producción de mayor ganancia a las empresas americanas.  

El tema que quedó pendiente fue la entrega del petróleo mexicano, y esa es una de las últimas resistencias que aún persisten dentro del llamado gobierno de la cuarta transformación, pero la guerra en Europa está cambiando las condiciones, por lo que las presiones con el presidente Josep Biden se han aumentado.  

El presidente López Obrador ha entendido la realidad política desde una lógica antigolpista desde el primer minuto de su gobierno, no se cansa de hablar del asesinato de Madero que se planificó desde la embajada americana, no se equivoca, la realidad en todo el continente habla sobre una convulsión política y social muy explosiva.

La CLAN debe ser vista como la oportunidad de AMLO por mantener en pie los principios de soberanía nacional y al mismo tiempo impulsar un nuevo pacto económico que permita salir fortalecido económicamente a México. La crisis económica en cursos requiere de nuevos esquemas o el resultado será catastrófico para todas las partes.  
 

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