¿Nearshoring? Los motivos de la relocalización

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César Iglesias

Los medios de comunicación masiva han emprendido una nueva campaña para colocar el concepto de nearshoring en la palestra. Era demasiado costoso asumir el concepto de desglobalización como algunos sugirieron, no se le puede permitir ninguna derrota al modelo de negocios surgido con el neoliberalismo.

El nearshoring, los mass media lo han definido como la necesidad de las empresas de mover la fabricación de sus productos más cerca del consumidor final. La idea de la concentración de la mayoría de las cadenas productivas en Oriente, específicamente en China, a partir de la pandemia generó un escenario desfavorable especialmente para Estados Unidos.

Pero vayamos al fondo, lo que hoy se ha denominado nearshoring, es algo mucho más delicado de lo que a primera vista aparece como la nueva oportunidad de negocios en México. En primer lugar, es la necesidad de revertir los efectos de la deslocalización, aquel proceso que se nos acostumbró en la vuelta de siglo a llamar globalización.

Hay que recordar que el modelo de la globalización de lo que se aprovechó fue el abaratamiento de costos de producción debido a la sobreexplotación laboral producto de un salario extremadamente bajo aunado a materias primas a bajo costo que permitieron una recuperación de la tasa de ganancia, a partir de 1992 y hasta 2008 los números de crecimiento económico fueron positivos.

Esto provocó un fenómeno de impacto en varias áreas. La primera de ellas fue la desindustrialización que sufrieron varias ciudades en Estados Unidos, un ejemplo claro de ellas es Detroit. La posibilidad que abrió el auto global generó que la ciudad prácticamente se volviera una especie de pueblo fantasma automotriz, su auge terminó siendo un simple recuerdo.

El desempleo que esto produjo fue masivo, lo que hizo que el nivel salarial en Estados Unidos cayera como nunca en su historia, la sobreexplotación que había sido reservada por el capitalismo mundial a sus zonas de la periferia se imponía en corazón mismo del centro hegemónico. A esto habría que sumar la migración que presionó aún más a la baja el nivel salarial.

Pero en verdad este no fue el problema central ni de cerca. Ya que las principales empresas de la Bolsa de Valores de Nueva York mantuvieron ventajas considerables en la mayor parte del mercado mundial, hubo pues un proceso de recuperación de la tasa de ganancia.

Fueron los principales asesores del pentágono los que ya alertaban de los efectos que esto estaba produciendo en otro frente, y es precisamente el que hoy se trata de reconstruir. Para 2005, Robert D. Kaplan ya hablaba de que si Estados Unidos entraba en una guerra contra China no se tendría la capacidad de reconstruir la cadena productiva al ritmo que la guerra necesitaría. Por lo que era urgente y necesario regresar a los capitales americanos resididos en China a reconstruir las cadenas productivas en Estados Unidos o en países aliados cercanos a él.

Esta estrategia parte del mismo principio que John Mearsheimer ha venido recomendando al Departamento de Estado, que la guerra con China debe formar parte del escenario mundial para el siglo XXI, no hay manera de detener económicamente a China por ende habrá la necesidad de una confrontación militar para delimitar su poder.

De hecho, Justin Lin Yifu, ex vicepresidente del Banco Mundial habla justamente que China superará a Estados Unidos en el tamaño de su economía para 2030, datos que el mismo Fondo Monetario Internacional ya había puesto sobre la mesa antes.

Lo que vino a generar un choque aún mayor entre Estados Unidos y China, no fue en primer lugar la presidencia de Donald Trump, sino ante todo la crisis económica de 2008, misma que impactó de forma muy negativa en la población americana, que golpeó fuertemente la capacidad de compra de los consumidores. El aumento de la pobreza en Estados Unidos ha generado un proceso de recesión que para 2024 sigue arrastrando.

Y fue justo eso lo que hizo que Trump asumiera en primer lugar una guerra comercial con China, que presionó a diferentes capitales a establecerse de nueva cuenta en territorio americano. Ese fue justamente su lema de campaña en 2016, Make America Great Again, la recuperación industrial.

Y aquí se tuvo un problema aún mayor, la aparición de la pandemia de la COVID-19 vino a hacer estallar todas las contradicciones en curso. Especialmente cuando se vieron obligados a cerrar sus fronteras, y darse cuenta la dependencia fundamental que tiene el mundo del mercado farmacéutico de Oriente. Después siguió la crisis de los semiconductores que estableció una tensión en Taiwán. A estos conflictos geopolíticos se sumó el más importante en curso en Europa, la guerra en Ucrania con Rusia.

El T-MEC no iba a ser un acuerdo que incluyera a Canadá, y es que lo que importaba ante todo era establecer condiciones de mercado para las empresas americanas, que por lo menos no perdieran las condiciones que se tenían en China. Además de la presión por parte de Estados Unidos por poner en venta PEMEX, garantizar el control de los recursos naturales estratégicos es clave para un posterior conflicto bélico en otra parte del mundo. No es suficiente por supuesto, hace falta el control de la minería, y con mayor intensidad del litio.

La llegada de López Obrador al poder modificó la relación entre México y Estados Unidos de una manera inesperada en los cálculos que Trump tenía para la reconstrucción de la cadena productiva americana.

Es claro que el gobierno de la cuarta transformación jugó a una política exterior construyendo condiciones para el desarrollo productivo al interior de la nación. Ahí está el transístmico, el tren maya y la infraestructura ferroviaria que permitiría la creación de un detonante económico en el sur. Aprovechando los efectos negativos del cambio climático que padece el canal de Panamá. Todo pensando en colocar al petróleo y al gas como palanca de desarrollo de una transición energética acelerada. Eso es Dos Bocas y la recuperación de las refinerías existentes, así como retomar el control de la energía eléctrica a través de CFE.

Lo peor que se puede hacer es aceptar mantener las materias primas baratas junto con la mano de obra, es momento de pensar estratégicamente, dotar de condiciones a las cadenas productivas para dejar de ser manufacturas y constituirse como centros productivos de alto valor agregado. Se abrió una posibilidad histórica importante a partir de una debilidad estructural de nuestro vecino. Nuestra economía tiene muchos años empalmada a la de Estados Unidos, lo que ahora se trata es de apuntalar nuestra capacidad productiva para lograr un crecimiento económico para recuperar el nivel de vida de la población.

La relocalización podría servir para un nuevo tipo de subordinación centro periferia, pero no necesariamente ese es nuestro destino, ya lo demostró China, se puede vivir de diferente manera el proceso de reorganización industrial, es momento de producir proyectos que lleven a eso.

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