Una Nueva Arquitectura

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Sin duda desde la llegada de la pandemia vemos el mundo con otros ojos. El cielo azul que se asoma por la ventana, el verde de las montañas, el esplendor del mar, parecieran estar impregnados de aire tóxico. 

Al salir a la calle se tiene la sensación de que hubiera un francotirador apostado por ahí, que nos tiene en la mira y que no dudará en dispararnos al menor descuido.

Pasan en la tele una película. Cualquier película. En ella los personajes se abrazan, se acercan, se besan; hay grandes aglomeraciones, eventos, ferias, partidos deportivos; reuniones, cenas… todo eso parece que perteneciera a otra época, casi casi a otro mundo, algo que sucedió en una era muy lejana. 

Es increíble y desconsolador pensar que apenas en febrero todavía nos podíamos desplazar de una ciudad a otra, visitar a los amigos, salir con la familia, hacer planes…

Nadie la vio venir, nos enteramos de su génesis en Wuhan, a finales de 2019, y nos quedamos observándola con la mirada alejada de quienes ven una crecida de agua y no hacen nada por ponerse a salvo. Dice Milan Kundera que en ocasiones, mientras dormimos, las fuerzas del universo modifican la escenografía a nuestro alrededor, y que cuando despertamos ya todo cambió sin que sepamos cómo fue. 

Eso le sucedió a nuestro planeta en 2020. El mundo tal como lo conocíamos se deshiló ante nuestros ojos, como las cuentas de un collar que se disgregan con rapidez. De repente nuestros hijos se encontraron creciendo en el panorama aterrador de una invasión planetaria de la cual sabemos cuándo empezó pero no cuándo terminará. 

Hoy debemos andar con la boca tapada, como si fuera un bozal o una mordaza; tenemos prohibido acercarnos unos a los otros, abrazarnos o mostrar afecto mediante el contacto físico; nos está vedado congregarnos; debemos alejarnos, desconfiamos de los extraños; sobrevivimos en medio de la paranoia, de la crisis económica, de la inconsciencia. 

Los lugares que antes frecuentábamos hoy son una amenaza mortal: el cine, la oficina, el gimnasio, las aulas, la estética, los autobuses, los barcos y los aviones. Toda la civilización  que a lo largo de cientos (o miles) de años construimos hoy se ve seriamente comprometida.

Cuando un problema económico se deja crecer se convierte en un problema social y después en un conflicto político. Así como la finalidad de las empresas es obtener utilidades, así la meta de la clase política es acumular poder, por eso a tantos políticos los pasmó la presencia de la pandemia. 

Muchos reaccionaron a la pueril usanza de “si no lo veo no existe” y están pagando cara su negligencia. Vienen de bote pronto a la mente los casos de los mandatarios de Inglaterra (Boris Johnson), Estados Unidos (Donald Trump), Brasil (Jair Bolsonaro) y México (Andrés Manuel López Obrador) quienes de manera consistente desdeñaron la gravedad de la crisis y cuyos países hoy encabezan la lista de las naciones más golpeadas por el Covid. 

¿Qué tanto influyó en esa realidad el (mal) ejemplo de estos líderes? Es algo que sólo la historia podrá responder.

¿Qué sigue? Sin duda un profundo cambio de paradigma. Tendremos que dejar de hacer lo que antes hacíamos y aprender formas nuevas de sobrevivir al virus. 

Este año marca el inicio de una nueva era en que la arquitectura del mundo, de las naciones y de la sociedad cambiará radicalmente. 

Depende de todos, de los ciudadanos, de los gobiernos, de las empresas y de la humanidad entera que este parto sea lo menos doloroso posible. 

Un connotado académico nos decía hace unas semanas “este es un trauma del que la sociedad se recuperará con mucha dificultad” y es cierto. 

Tendremos que desaprender mucho de lo aprendido y estar dispuestos al cambio: al cambio radical. La tolerancia, la solidaridad y la nobleza propias del ser humano se enfrentan hoy a su desafío más intenso. Estamos condenados a ser conscientes. 

No será fácil, pero saldremos adelante.

Salud.