Sobre el último acto de desesperación del PRIAN

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El Consejo Nacional del PAN aprobó un quiebre histórico en su programa político, y sobre todo en sus principios fundacionales, pero reafirmó haberse convertido en el instrumento de una política económica basada en el despojo, posición que ya había adoptado al traicionar la democracia con Vicente Fox.

Los orígenes del panismo se remontan a la lucha del sector empresarial para, en primer lugar, ser un contrapeso desde las patronales al gobierno en turno debido al poder omnímodo del PRI y sus sectores populares.

Esta fue parte de la esencia programática del PAN, sobre todo en el desarrollo de la democracia, y que iba de la mano con reacomodos entre la patronal y el ejecutivo.

En el empresariado mexicano siempre ha estado claro que la intervención del Estado es clave en el desarrollo de los negocios, de hecho, tanto con el PRI como con el PAN, la mayoría de los grandes negocios se hicieron al amparo de su relación con el poder.

En segundo lugar, una vez que el modelo de sustitución de importaciones que acompañó al PRI en la segunda parte del siglo XX se vino abajo, el PAN tuvo la oportunidad con un programa de privatizaciones de hacer comparsa con un sector tecnócrata que había copado posiciones políticas en lo alto de la estructura del partido de Estado.

Es ahí donde empieza a dejar de lado la democracia, y comienzan las negociaciones con el PRI.

La concertacesión entre el PRI y el PAN construyó una narrativa oficial de alternancia, mientras en lo central el poder ejercido desde la política se concentraba cada vez más en los despachos empresariales, con una dura desestructuración de las empresas paraestatales que le daban sustento a un Estado que medianamente realizaba compensaciones en el terreno de lo social, pero que mantenía en ejercicio el monopolio de sus recursos naturales estratégicos lo que lo dotaba de un margen de acción en donde la soberanía era efectiva.

Al lograr el programa de privatizaciones, la función del partido de Estado colapsó, dejó de ser el gestor de los negocios a convertirse en el defensor de los monopolios expropiados que pronto amasarían fortunas inimaginables.

Esta transición requirió colocar en escena que el problema de México no era lo económico sino lo político, por ello, la alternancia debía ser el eje de los partidos políticos. Empero, esta transición no se logró de forma pacífica.

Mientras la clase política había quitado todo el sustento del Estado de bienestar que le fue funcional a la gobernabilidad del autoritarismo priista, la sociedad sufría un empobrecimiento cada vez mayor, la devaluación y la contención salarial generaron retrocesos profundos.

Lo que abrió paso a que el narcotráfico, o más bien, el negocio derivado de ello pudiera generar protección ahí donde el Estado había dejado de estar, este es el marco de acción de violencia del que venimos.

La joya de la corona del proyecto económico neoliberal iniciado en la década de los ochenta se plasmó en el Pacto por México, que avanzaba en la entrega final de las últimas empresas paraestatales PEMEX y CFE. Esto era el último clavo en el ataúd de cualquier proyecto soberano que quisiera ejercer el Estado nacional. La compra-venta de México se ponía de manifiesto con la intervención, ya no de capitales nacionales sino con la intervención de capitales transnacionales, que no obedecerían a un proyecto nacional sino a intereses meramente privados.

Al mismo tiempo que la violencia se apoderaba de casi todos los rincones del país, la entrega de los recursos naturales estratégicos pudo realizarse por la complicidad de una clase política que estaba dispuesta a desmantelar por completo al Estado siempre y cuando pudieran formar parte del nuevo negocio que produciría el monopolio energético en mano de particulares. Es decir, que no se puede explicar la violencia sin dar cuenta de la corrupción.

La elección del próximo año se ha vuelto ya un escenario de disyuntivas históricas, mantener en pie la violencia política a partir de sostener la violencia económica a los más pobres, con un programa neoliberal que termine por realizar la entrega del sector energético a los capitales transnacionales o construir a partir del combate a la corrupción, un Estado de Bienestar que ayude a paliar los efectos más nocivos de la crisis económica y de salud pública que actualmente se vive.

La oposición no supo leer su derrota en las elecciones de 2018, López Obrador les tomó la medida desde la consumación del FOBAPROA, el fraude de 2006 fue precisamente para detener el cuestionamiento a la forma prianista de hacer política decadente.

Lo que hizo la lucha del obradorismo fue sostener en pie una salida al desmantelamiento de lo público.

La historia le ha dado la razón sobre el proyecto del PRIAN, un contraproyecto nacional que intentó reorganizar de forma espuria la economía nacional haciendo del despojo y la corrupción sus vehículos.

Para ello, la clase política subordinada a los intereses económicos no tuvieron empacho en una regresión de principios partidarios.

Más aún cuando los grandes casos de corrupción que han estallado ponen en la mira el mantenimiento de su registro político.

A pesar de que Morena no ha tomado nota y leído el momento que le toca jugar, sobre todo si se revisa la nula participación democrática dentro de sus órganos y el arribo del oportunismo a sus filas, de nueva cuenta el presidente López Obrador ha logrado polarizar la elección gracias a los errores de sus adversarios abriendo las posibilidades a una fuerza que sea capaz de revertir lo que los traidores a la patria habían puesto en marcha.

2021 será una lucha de contradicciones, con un gobierno agobiado por la crisis sanitaria y una crisis económica seria, con grandes probabilidades de recesión por el comportamiento de la economía norteamericana.

La presión inicial porque el gobierno americano interviniera en el proceso no le sirvieron al sector que estaba gestionando el golpismo, ahora ya entrados en la dinámica de un nuevo gobierno y elecciones en puerta, la lucha por la democracia será fundamental.

Esa es la tarea a realizar ante el último acto de desesperación de la marca PRIAN, la democracia está en juego.

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