Sobre el momento electoral 2024

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César Iglesias

La elección presidencial en México ha desatado todo tipo de fuerzas que buscan el poder político. Las hay desde aquellas que se configuran desde el ámbito nacional hasta el internacional. No es poca cosa lo que está en juego en la contienda de este año. El arranque de campaña ha sido una acusación contra el presidente López Obrador sobre vínculos de narcotráfico que se realizó desde el New York Times, lo que sin duda está marcando el tono de la confrontación.

La elección, si bien pareciera ya estar definida por la amplia ventaja que muestra Claudia Sheinbaum en las encuestas, no está del todo decidida por los alcances que se podría tener dentro del poder legislativo ya que el movimiento de transformación requiere las dos terceras partes para poder realizar cambios constitucionales de fondo. El llamado plan C.

Habría que realizar una lectura lejos del maniqueísmo político que abunda por estos días, sobre el momento exacto en el que nos encontramos. Y es que no debe caber dudas de que existe toda una operación desde Washington por influir en las elecciones, y no sólo, sino impedir el establecimiento de una nueva clase política plegada al nacionalismo.

Es cierto que Morena, y en especial su dirigencia, decidieron enfrentar el momento actual, a partir de intentar absorber a todo oportunismo político que tuviera una representación local importante, es decir, fuerzas dispersas que por sí solas no tienen la capacidad de desafiar al Estado, pero que sí pueden lograr desequilibrios en sus regiones. Por eso hoy abundan personajes impresentables en el proyecto. Su característica consiste en que no comparten el proyecto, pero están dispuestos a subirse al proceso en la medida que ellos mismos pueden lograr consolidar su fuerza política. La apuesta es arriesgada para el futuro, pero se debe medir en términos de la capacidad que Morena tenga de reformular el contenido constitucional del pacto político plasmado en la Constitución.

Volvamos al terreno exterior que busca influir en nuestra elección. Después de la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS, Estados Unidos lanzó una férrea campaña propagandística en la que ponía en el centro del debate político la necesidad de la democratización de las sociedades, esto después de haber vivido según esto regímenes totalitarios y dictatoriales, en verdad lo que importaba era modificar la clase política de los estados nacionales para adaptarlos al neoliberalismo, es decir subordinarlos a la nueva etapa del mercado mundial que Estados Unidos lidereaba, eso dio pie una nueva correlación de fuerzas en diferentes estados nacionales a lo largo y ancho del planeta. México no fue la excepción.

La llegada de la transición democrática a México fue un acuerdo pacto desde las élites. No fue una rebelión popular ni un proyecto democratizador, en el país de los fraudes electorales no hubo riesgo alguno que el PRI le cediera el poder al PAN. Este fue un proyecto que venía construyéndose desde antes, la idea central era desmontar al PRI nacionalista por completo, una parte de él salió desde 1988 con la corriente cardenista, pero sus estructuras se encontraban ahí con mucha fuerza aún, por eso Salinas de Gortari optó por encarcelar a la Quina y presionar a los sindicatos para aceptar la nueva realidad que generaba el abandono de los derechos laborales para el grueso de la población.

El congreso de partió desde la elección de 1996, cuando por primera vez se habló de la perdida de la mayoría calificada por parte del PRI, Zedillo aplanó el camino, pero esto pudo suceder en buena parte por el magnicidio de Luis Donaldo Colosio. Eso hizo implosionar a la clase política y reconfigurarla al proyecto de intervención de Estados Unidos a partir del TLCAN. La puesta en venta del país y de sus sectores estratégicos se dio en todo este contexto. Cosa que hubiera sido sino imposible mucho más difícil con un partido estado como el PRI controlando todo gobierno.

Morena intenta dotar de un proceso democrático un momento de recuperación de la estructura estatal para resistir las presiones impuestas desde el exterior para seguir entregando la mayor cantidad posible de los sectores estratégicos del Estado.

No es sólo una estrategia de guerra sucia la que está en curso sino una forma de entendimiento entre Estados Unidos y México, sumamente compleja por los mecanismos existentes que subordinan buena parte de las decisiones nacionales debido a la dependencia económica tan marcada. Hay una necesidad de desmontar la fuerza política producida con la llega de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia.

Hasta el momento existe una ventana de oportunidad que el presidente López Obrador ha estado usando, y es que en el vecino país del norte no es sólo que existan diferencias entre el partido demócrata y republicano por el marco de las campaña políticas sino que existen serias diferencias, incluso en algún punto irreconciliables, sobre el manejo del país y su futuro, es decir, en Estados Unidos aún se debate la forma en cómo deberán conformarse en los próximos años para enfrentar a China, pero sobre todo a su caída económica sumamente pronunciada. Eso no quita por supuesto que México para ambos casos sea visto como su patio trasero, pero existen diferentes grados de presión dentro de las posiciones políticas que actualmente existen.

En este contexto es importante observar la manera en cómo Claudia Sheinbaum llevará la campaña en los próximos meses, al parecer se ha generado una pinza sumamente interesante, es López Obrador el que sale en las mañanas a subirse al ring mientras que Claudia Sheinbaum se mantiene propositiva, sumando acuerdos y dando confianza y estabilidad a los mercados.

La derecha esperaba que las alianzas de Morena la hicieran estallar en contradicciones, cosa que no sucedió a pesar de las múltiples denuncias de sus militantes por la forma en cómo se gestionaron las candidaturas, de que existen descontentos y protestas, las hay, pero no son decisorias para generar una ruptura irreconciliable en el movimiento.

Las contradicciones con el movimiento social son complejas, porque el estado sigue en el papel de mantener la impunidad al ejército en el caso emblemático de Ayotzinapa. En Ecuador el pleito entre el movimiento estado céntrico y el movimiento social generó una ruptura importante que logró debilitar y sacar al correísmo del poder. Esto sí merece de observación y de una valoración mucho más profunda no sólo del presidente sino de la cúpula política del movimiento. Lo que está en la mesa sí define la historia.

El poder judicial es el último reducto para intentar un fraude electoral, y es parte de la clase política neoliberal que aún coordinan fuerzas financiadas por el extranjero. Y ahí está el reto de la defensa del voto, que es una defensa por la necesidad de una nueva clase política. Por ello la movilización será importante no sólo para asumir un camino de transformación nacional sino para fortalecer las posiciones más avanzadas y progresistas de la estructura partidista actual. Es necesario asumir que es tiempo de piromaníacos, habrá que saber contenerlos, pero no hay que olvidar que la gasolina que traen es un producto de importación.