¿QUIÉN SIGUE?
La misión de construir ciudadanía es una función inherente a los medios de comunicación. El ejercicio diario de informar y reflexionar conlleva en sus entrañas un proceso de enseñanza-aprendizaje no matriculado en el que voluntariamente participan todos los habitantes del mundo.
La prensa libre y el periodismo independiente asumimos el compromiso y la responsabilidad de luchar por principios y valores universales cuya columna vertebral son las libertades y los derechos fundamentales de todos los seres vivos.
En este exceso de libertades se abre siempre un inmenso abanico de posibilidades en el que, ocasionalmente, emergen regímenes, grupos, organizaciones, sistemas o gobiernos que atentan, curiosamente, contra esas libertades que los arroparon en su gestación.
En esta aparente contradicción, hay quienes caen en la tentación de sugerir el acotamiento o la restricción de las libertades para evitar estos excesos o deformaciones; sin embargo, en dichas libertades, como en las democracias y como en los diálogos, siempre será mejor pecar de exceso y no de defecto.
A cuatro años de distancia y con la misma y poderosa herramienta que lo llevó a ocupar la Presidencia de uno de los países más influyentes del mundo, Donald Trump es derrotado en las urnas y con ello concluye uno de los períodos de gobierno más controvertidos en la historia de los Estados Unidos de América.
El voto libre e informado que lo llevó al poder, es el mismo que hoy le cancela la posibilidad de continuar otros cuatro años como Presidente de su país. Muchos actores y factores tuvieron que conjugarse para esta victoria en contra del tsunami populista que está invadiendo al mundo.
El papel de los medios de comunicación libertarios fue muy relevante en este resultado porque nunca claudicaron a su labor de señalar y criticar objetivamente los errores y excesos del gobierno de Trump.
Sin adoctrinamientos ni posturas propagandísticas o militantes, los medios coadyuvaron para ponerle límite y fin a un mandatario autoritario, caprichoso y polarizante que exacerbó los ánimos de la sociedad hasta dividirla peligrosamente en dos bandos que requerirán de mucho tiempo y atención para la reconciliación y cura de las heridas causadas en esta lucha intestina, artificial y mañosamente armada.
No fue nada fácil; pero se demostró que la tarea de saneamiento populista no es imposible por más encumbrado y empoderado que se encuentre o se ostente un mandatario. En esta eterna lucha, los medios de comunicación y los ciudadanos libres del mundo debemos incrementar nuestra lucha por esas libertades que cada día están más amenazadas.
Sin duda alguna, ESO ES LO QUE SIGUE, sin necesidad de ver quién sigue. Dejemos que sean los propios populistas quienes en un obligado acto de contrición pongan sus barbas a remojar al ver a las del vecino cortar.
¿Usted cree que alguien ya se esté rasurando?
Esa es una duda sustentable.