“¿Quién me traicionó?”

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Es la primera pregunta que realiza José Antonio Yépez Ortiz, aún incrédulo de haber sido capturado por un operativo conjunto entre la Sedena, la Secretaría de Seguridad Pública y fuerzas locales del Estado de Guanajuato.

Su duda, es legítima. Había podido operar con total impunidad por lo menos durante una década.

Por eso no es de sorprenderse que el criminal que operó la mayor red de huachicol en México preguntara quién lo había traicionado.

Ya que, un sistema complejo de complicidades, habían evitado su detención y le habían permitido ser uno de los beneficiarios de un negocio que se estima llegó a valer 65 mil millones de pesos al año.

A contrapelo de la narrativa de los medios de comunicación que buscan presentar la actual estrategia de seguridad como la continuación de la iniciada por García Luna, el Presidente de la República ha sido enfático en señalar que en este sexenio la lucha contra el crimen organizado no se centra en ir tras de los líderes de los cárteles

De forma muy conveniente para desviar la atención sobre el problema real, los gobiernos encabezados por el PAN y el PRI requirieron de la construcción en el imaginario colectivo de la sociedad mexicana, de estructuras sumamente poderosas que controlaban todo, primero en el trasiego de drogas y después en el traslado de gasolina y gas en el negocio del huachicol

Los cárteles y sus líderes sirvieron para no cuestionar de fondo lo que sucedía en el Estado mexicano, su transformación hacia un narco estado.

Estos guiones que empezaron con la presentación de criminales como trofeos de guerra, fueron tan convincentes que incluso lograron introducirse dentro plataformas digitales con las que pronto los consumidores tenían infinidad de temporadas en diversas series de entretenimiento

Pero repasemos, porque algo no cuadra, la ordeña ilegal de ductos de PEMEX tuvo múltiples vectores en los que era indispensable que dentro del mismo Estado mexicano se operara el despojo a la nación.

Al finalizar 2018 se tenían 11,240 tomas, tan sólo la logística para saber los horarios del paso del combustible se necesitaba una conexión con operarios de PEMEX, incluso del propio Ejército mexicano como lo han demostrado las diferentes denuncias que tiene presentadas el general Eduardo León Trauwitz. 

Para mover el combustible robado se necesitó de una serie de pipas que pudieran transportar el material robado.

Trasladarlas por las carreteras y autopistas del país al destino de venta que en lo general eran gasolineras, que en cuanto empezó la lucha de la Cuarta Transformación contra este fenómeno, declararon haber sido obligados a vender el combustible robado. 

Hay que entender que esto no era un fenómeno que se diera en pueblos alejados de la República mexicana, sino que incluso se llegaba a transportar por buques marítimos.

Estamos hablando de una red logística que necesitó de una operación que un hombre como El Marro ni en sus mejores sueños pudo producir de forma solitaria.

Es por eso por lo que resulta inverosímil cómo varios medios de comunicación centraron sus baterías en “los pueblos del huachicol”, y explicaban este delito por la falta de oportunidades que se daba en estos poblados.

Ahora bien, el dinero y la economía criminal que produjo el huachicol tuvo, por lo menos, un silencio bastante cómodo de parte del sistema bancario y financiero que sorprendentemente no investigaban las grandes fortunas que de la noche a la mañana realizaban operaciones extraordinarias con grandes sumas de dinero.  

Las páginas de los diarios en México nos han sorprendido con fotografías de inmuebles de lujo ubicados en medio de una pequeña comunidad que en esta década se hizo muy famosa, y que lleva por nombre Santa Rosa de Lima.

Nos advierten que el dueño de los inmuebles tenía un gusto muy peculiar, las casas que habitaba estaban pintadas de naranja.

Además, en estos inmuebles de ensueño se diseñaron diferentes albercas con bares incluidos, una infraestructura que los hoteles todo incluido no envidiarían. 

Sobre la calle París, en la casa de color naranja, ya que este era su color favorito, marcada con el número 134, del muy exclusivo Álamo Country Club, era la última casa que utilizó junto con su familia El Marro.

Los sistemas de inteligencia jamás se dieron por enterados de las construcciones majestuosas que iban emergiendo en toda la zona, vaya, ni un gobierno del PAN en Guanajuato supo que esto sucedía en sus narices.

Si el Marro sospecha que sufrió una traición, quizás vaya revelando los nombres de sus socios.

Por lo pronto, la estrategia para desmantelar el narco Estado mexicano ha empezado a tener éxito, esta lucha no derivó en una confrontación armada con núcleos sociales que estaban dispuestos a defender la economía criminal que se había producido con base al huachicol.

No son los líderes los que nada más importan, sino desmantelar todo el sistema de corrupción y complicidades que se construyeron en la más vil impunidad.