¿Qué va a suceder con la educación?
Foto: Milenio
En la colaboración anterior comentamos sobre el golpe a tres rubros esenciales, interconectados entre sí, a causa de la pandemia: salud, educación y economía.
Nos asomamos de manera somera al devastador panorama en materia de salud. En educación, el área que, lugares comunes aparte, podría ser el puntal del renacimiento de México, el panorama no es menos desolador.
Antes de la pandemia, los resultados de la última evaluación del Programa Internacional para la Evaluación de los Alumnos (PISA), que se realiza cada tres años y que mide las habilidades de estudiantes de 15 años para reproducir lo aprendido, transferir conocimientos y aplicarlos en nuevos contextos, ubican a México por debajo del promedio de la OCDE y de los demás países participantes.
México está en penúltimo lugar en competencias de lectura, ciencias y matemáticas en Latinoamérica, según estos resultados los estudiantes mexicanos (algunos en tercero de secundaria y otros en primer año de bachillerato) tenían “dificultades en aspectos básicos de estas disciplinas, lo que es preocupante”.
La lectura que realizan los alumnos por placer disminuyó cinco por ciento, en contraste con el tiempo que pasaban en internet o frente a la computadora. Solo uno por ciento de los estudiantes mexicanos se desempeñó en los niveles más altos de competencia (nivel 5 o 6) y 35 por ciento no alcanzó un nivel mínimo de competencia (Nivel 2) en las tres áreas evaluadas.
El nivel socioeconómico -que por primera vez fue considerado en el examen de PISA- fue un fuerte predictor del desempeño, ya que los estudiantes mexicanos de nivel más alto superaron en lectura a los más desfavorecidos en 81 puntos. Nuestro país se ubica en habilidades de lectura por debajo de Chile, Uruguay, Costa Rica, y por arriba de Brasil, Colombia, Perú y Panamá.
Los mayores rezagos en el aprendizaje se presentan en comunidades pequeñas y aisladas, en la población con desventajas económicas, comunidades indígenas, y en alumnos cuyos padres tienen menor nivel de escolaridad. En otras palabras, los rezagos educativos están directamente ligados a la desigualdad y al hogar de origen.
El bajo desempeño de los estudiantes en México tiene un efecto negativo en su movilidad social futura y en el desarrollo del país en general. He aquí algunos datos adicionales, dados a conocer un año antes del embate de la pandemia*:
- En educación media superior sólo se tiene una unidad escolar por cada 1,000 jóvenes.
- En el paso de la educación secundaria a la media superior se pierden cerca de 2 millones de alumnos.
- El 25% de las plantillas docentes en primaria y secundaria están incompletas.
- En promedio hay 34 alumnos por cada profesor en la educación secundaria (la media para los países de la OCDE es 13 por docente).
- La tasa neta de escolarización pasa de 98.4% en primaria a 62% en preparatoria.
- Alrededor de 95,000 estudiantes asisten a una institución en un inmueble inadecuado.
- En el país el 2 de cada 10 alumnos de educación básica no cuentan con mobiliario básico.
- En la educación primaria sólo 4 de cada 10 escuelas cuentan con computadoras e internet para alumnos.
- En la educación secundaria sólo 23% de las unidades tiene infraestructura adecuada y bebederos.
- En México 3 de cada 100 instituciones de todos los niveles no tiene sanitarios.
En ese contexto llegó la pandemia y le pegó con un tubo en la nuca a todo el ya maltrecho sistema educativo nacional. Se suspendieron las clases presenciales y se optó por llevar los contenidos educativos a distancia, vía TV u online; si bien la televisión abierta llega a casi el 95% de la población, aún quedan más de seis millones de personas que carecen de ese medio de comunicación. No se diga el internet, que tiene por lo menos a 35 millones de personas sin cobertura.
Los maestros, autoridades y directivos suspiran por volver a las aulas, lo que equivale a pretender volver a tu cabaña en medio de un incendio forestal.
El pasado domingo 23 el presidente López Obrador afirmó que los niños “sí transmiten, y pueden contagiar (el Covid) y afectar a miembros de la familia”, pero que “afortunadamente no son afectados” por el virus. La realidad es que México acumula más de 560 mil casos confirmados de coronavirus, 14 mil 799 de ellos en menores de edad, de acuerdo con datos oficiales de la Secretaría de Salud.
Las mismas cifras indican que 211 niños han muerto en México a causa del virus. Por el comportamiento que ha tenido esta pandemia, por lo pertinaz que ha resultado, imprevisible, demoledora y sorpresiva, queda claro que todas las expectativas han quedado rebasadas.
Los intentos del Gobierno por minimizar el impacto de la pandemia impiden trabajar desde ya en soluciones viables. También el afán de regresar a clases y pretender que todo volverá a la “normalidad” es un grave obstáculo; de hecho, hay una opción intermedia entre el regreso a las aulas a rajatabla y la incierta educación a distancia.
Y es el regreso, no a las aulas, sino a los espacios educativos; un gran número de escuelas en el país tienen patios, canchas y espacios abiertos que fácilmente pueden ser habilitados para retomar las clases presenciales (podría ser 50% de los alumnos tres días a la semana y el otro 50% los tres días restantes)… y así con una enorme distancia entre cada alumno, el uso de los protocolos por todos conocidos: cubre-bocas, gel, higiene y con el aire corriendo entre los pupitres, el proceso de enseñanza aprendizaje sería mucho más seguro y eficaz.
No es lo mismo meter a 25 millones de alumnos a espacios cerrados, aglomerados con más estudiantes por un periodo prolongado, a tenerlos en un espacio abierto y sumamente distanciados. 19 veces más riesgosos, dice un estudio japonés, son los espacios cerrados que los espacios abiertos.
Échele números: ¿cuántas vidas preservaríamos y cuántos contagios evitaríamos? Tenemos entonces que no sólo la salud de México está en coma, sino también, a pesar de todos los esfuerzos que se hacen, la educación. Ya estaba grave antes del Covid; hoy casi vegeta. Es la oportunidad para salir adelante y renacer de los escombros que ha dejado la tempestad.
La adaptación de los espacios físicos es el primer paso básico. La reingeniería de los planes y programas y de todo el proceso educativo vendrían después.
Capacidad hay, gente valiosa también. Solo falta que quienes conducen los destinos del país sepan dónde están parados.