Populismos

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A mediados de 2018 rondaban por las librerías dos libros que abordaban el avance mundial del populismo. El primero, escrito por Jan-Werner Müller; el segundo, por Fernando Vallespín y Máriam M. Bascuñán.
Trataban de una epidemia que recorría países tan distintos como Dinamarca, Turquía, Hungría, Venezuela, Estados Unidos, Polonia, Australia y Holanda.
En todos esos sitios había líderes de masas que habían convertido o aspiraban a convertir a sus naciones en países de un solo hombre.
En todos los casos, la receta era la misma.
Reproduje en esta columna algunos de los ingredientes señalados por los autores de ambos libros (sus títulos: ¿Qué es el populismo? y Populismos). Faltaban pocas semanas para que Andrés Manuel López Obrador tomara posesión como presidente de México y la respuesta fue una andanada de críticas.
Había hecho algunas anotaciones en una libreta que hace unos días, sepultada entre papeles, encontré de pronto en un cajón.
Me sorprendió la exactitud con la que esas notas anticipaban el futuro.
Vallespín y Bascuñán sostenían que todo retroceso democrático comenzaba en el momento en que un gran redentor incorporaba a su lenguaje dos palabras: “ellos” y “nosotros”: “Todo empieza cuando el líder encarna la voz del ‘nosotros’ y fija la existencia de un enemigo común: la confabulación de las élites contra los intereses del pueblo”.
De acuerdo con estos autores, de manera gradual y casi imperceptible, avanzando cada día un paso más, especialmente si se cuenta con gran respaldo popular, el líder iniciaría una lucha sistemática por el control de los poderes del Estado.
Entre los pasos de esa batalla –escribe Müller—, el redentor de los pueblos intentará acallar o controlar a los medios de comunicación, buscará la manera de someter a los órganos autónomos, diseñará sistemas de subsidio destinados a favorecer masivamente a sus clientelas, pondrá bajo sospecha a la sociedad civil, y luego impulsará cambios en las leyes y en la Constitución.
Cinco años más tarde, ese es exactamente el camino que hemos recorrido en México. A partir de la experiencia de la mayor parte de las autocracias contemporáneas, lo que seguiría es la colonización de los órganos encargados de organizar y vigilar las elecciones.
A poco de llegar al poder López Obrador señaló que el “TEPJF y el INE fueron creados para que no haya democracia”, acusó a los consejeros de “conspirar contra la democracia”.
Intentó lo mismo en el caso de la Suprema Corte de Justicia, cuando procuró extender el periodo como presidente de esta, en realidad, su alfil, Arturo Zaldívar.
Como todos los autócratas, López Obrador ha llevado a cabo en nombre de la democracia el avance hacia un régimen autoritario.
Durante todos estos años, con el pretexto de remplazarlas por otras más efectivas, hemos presenciado los intentos repetidos de erosión y debilitamiento de las instituciones democráticas.
Cinco años más tarde no tenemos otras mejores, pero sí algunas que se hallan bajo el poder y la autoridad del presidente de México (un INE ambiguo y pusilánime, una indigna Comisión Nacional de los Derechos Humanos…).
En un foro internacional celebrado recientemente en México, Adam Przeworski señaló que, a la luz de la experiencia internacional, resulta limitada la capacidad de los países para recuperar la democracia una vez que inicia su erosión. La constante es que, siempre bajo la promesa de obtener algo mejor, los autócratas busquen destruir los cimientos de la democracia que los llevó al poder.
México lleva ya cinco años bajo el fuego de un lenguaje centrado en el odio y el resentimiento, y en el asedio cotidiano de los controles y los equilibrios democráticos. Politólogos de todo el mundo estaban advirtiendo lo que iba a ocurrir, y no quisimos verlo.
Hace unos meses, en el Índice de la Democracia 2022, elaborado por la revista The Economist, México recibió 5.25 puntos de 10 y pasó del lugar 86 al 89 entre 167 naciones analizadas.
Ya en 2021 el país había caído 14 posiciones. El Índice lo advirtió: México vive un retroceso democrático bajo el gobierno del presidente López Obrador.
Lo vemos diariamente pisar la ley, linchar a los medios y a los periodistas, escudarse como nadie antes en las élites militares, poner en riesgo, declaración tras declaración, el proceso electoral que se viene encima. Es claro lo que va a pasar. Todo está cantado porque López Obrador tiene al país inmerso en un proceso que es en realidad una receta de cocina.
Ahí están los ingredientes. Y el horno está encendido, como lo vio hace más de un lustro Jan-Werner Müller.