El peso del body shaming en la era digital nos impacta a todos

Foto: Pixabay
Las palabras vuelan con ligereza, pero a veces caen como piedras.
Golpean sin dejar moretones, hieren sin romper la piel.
Y es que, en este mundo donde todo se expone, donde cada imagen puede convertirse en un tema de debate, el cuerpo ha dejado de ser un refugio personal para convertirse en un lienzo donde otros escriben sus opiniones sin ser invitados.
El body shaming se esconde en la cotidianidad.
En una reunión familiar, en una conversación trivial, en un comentario lanzado sin pensar.
Pero en la era digital, ha adquirido una nueva fuerza: las redes sociales han amplificado las palabras, multiplicado los juicios y convertido las apariencias en un espectáculo público.
Una foto publicada no es solo una foto; es una invitación abierta a críticas, comparaciones, burlas disfrazadas de humor.
Antes, una frase hiriente podía quedarse en un susurro pasajero; hoy, una opinión lanzada en redes puede volverse viral en minutos, replicada y magnificada por desconocidos que creen tener derecho a decir algo sobre el cuerpo de otro.
Si alguien sube de peso, es “descuidado”. Si baja, es “enfermo”. Si cambia, es “irreconocible”.
Parece que nadie escapa del escrutinio digital.
Pero el impacto del body shaming no es superficial.
Las palabras dejan cicatrices, especialmente cuando llegan en momentos de vulnerabilidad.
La mujer a la que preguntan si está embarazada sonríe con cortesía, pero en su interior siente cómo la pregunta le abre una herida.
Nadie ve las noches en vela, la espera interminable, el eco de la incertidumbre.
Solo escuchan su risa incómoda, sin imaginar el nudo en su garganta.
El hombre al que le dicen que “se ve más grande” asiente con indiferencia, pero esa frase se enreda en su mente como una sombra persistente.
Nadie sabe del peso que carga en la espalda, del insomnio, del agotamiento de los días que parecen más largos que antes.
Pero su reflejo lo sabe, y ahora, también lo sabe el comentario que sin permiso se instaló en su memoria.
Y están también aquellos que han adelgazado, no por decisión, sino por enfermedad.
Han visto su cuerpo transformarse sin quererlo, han sentido su piel aflojarse, su energía desvanecerse, su reflejo convertirse en un extraño.
Y cuando alguien les pregunta si están bien, hacen una pausa.
Una pausa que dice más que cualquier palabra, una pausa que carga dentro todas las respuestas que no han sabido cómo explicar.
Lo más peligroso de todo es que este juicio constante se ha convertido en parte de nuestra cultura digital.
Lo vemos en los comentarios de una foto viral, en los titulares sobre el cambio físico de una celebridad, en los memes que se burlan de cuerpos ajenos.
Y aunque parezca “solo una opinión”, las palabras pueden sembrar inseguridades, alimentar trastornos, apagar la confianza de quienes llevan años intentando aceptarse.
Nos hemos acostumbrado tanto a hablar del cuerpo de los demás que ya no nos detenemos a preguntarnos si es necesario.
Pero, en este mundo donde todo se comparte, ¿qué pasa con lo que no se dice? Con las historias detrás de cada cambio físico, con las luchas silenciosas, con las inseguridades que nadie expone pero que muchos llevan dentro.
Y quizá, solamente quizá, si viéramos más allá de una imagen, entenderíamos que la verdadera esencia de alguien nunca ha estado en el cuerpo que habita, sino en todo lo que lo sostiene.