Norris conquista Mónaco y Leclerc sube al podio en su casa

Max Verstappen lideró el 90% de la competencia pero cedió la posición por temas reglamentarios en la última vuelta
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Lando Norris ganó este domingo el Gran Premio de Mónaco 2025 en una de las ediciones más técnicas, estratégicas y tensas de los últimos años.

Lo hizo con frialdad, ritmo firme y el respaldo perfecto de McLaren, que selló un contundente uno-tres gracias al brillante tercer lugar de Oscar Piastri.

Entre ambos, el héroe local Charles Leclerc terminó segundo en una actuación sólida que, aunque no repitió su triunfo del año pasado, lo consolida como figura ineludible del circuito monegasco.

Desde la largada, el trazado urbano se convirtió en un tablero de ajedrez. El reglamento técnico exigía, por primera vez en la historia de este Gran Premio, dos paradas obligatorias por piloto, lo que abrió una ventana táctica inédita. La arrancada fue limpia, pero en la curva Portier, en la tercera vuelta, Bortoleto se tocó con otro monoplaza, lo que provocó un Virtual Safety Car. Varios pilotos aprovecharon para realizar su primera detención temprana, anticipando una carrera que se volvería más compleja con el paso de las vueltas.

Max Verstappen lideró la competencia durante más del 90% de la prueba, defendiendo su posición con precisión quirúrgica pese a la presión constante del tren que se armó detrás de él: Norris, Leclerc, Piastri y Hamilton rodaban en diferencias mínimas, todos esperando el momento exacto para cumplir su estrategia. El ritmo era engañoso; nadie atacaba, todos cuidaban. Mónaco se convirtió, vuelta tras vuelta, en un vals de cálculo, ahorro y control.

El giro inesperado vino con la decisión de Red Bull de extender el primer stint de Verstappen hasta el límite, manteniéndolo en pista con neumáticos medios más allá de la vuelta 60. El neerlandés sabía que no podría conservar la victoria sin cumplir la norma técnica, pero también que una parada anticipada lo sacaría del podio. Así que apostó todo a una sola carta: resistir hasta el último momento.

Y eso hizo. Max entró a pits en la vuelta 78, la última del recorrido, en una maniobra dramática que le costó el primer lugar, pero le permitió evitar la penalización de 30 segundos y asegurar un meritorio cuarto puesto. De haber intentado sostenerse en pista, habría caído fuera del top seis. Fue un sacrificio que habló de inteligencia, no de debilidad, y selló la competencia con un giro emocional tan inesperado como justo.

La victoria de Norris no fue una sorpresa, pero sí un hito. Es su primer triunfo en el Principado, donde reside actualmente —aunque su nacionalidad es británica—, y lo logró ante los ojos de sus vecinos, celebrando como un local adoptivo. Condujo con la madurez de un veterano, marcando vueltas consistentes y aprovechando cada momento estratégico como si fuera una pieza de ajedrez bien colocada. Su sonrisa al cruzar la meta confirmó lo que muchos sabían desde hace tiempo: Norris ya está en la conversación seria del campeonato.

Leclerc, por su parte, subió al podio de su casa, flanqueado por su gente, sin errores, sin dramatismo. No fue el más rápido, pero sí el más constante. Su segundo lugar le supo bien, sobre todo tras la presión que tuvo que soportar de parte de Piastri en los últimos diez giros, donde la diferencia entre ambos fue inferior al segundo. El australiano cerró el día con otro podio merecido, dando a McLaren el premio que buscaba desde hace años en Mónaco: una presencia dominante y un lugar entre los gigantes.

La carrera dejó grandes gestos: el avance silencioso de Antonelli hasta el sexto lugar, el rendimiento sorprendente de Hadjar y la entereza de Hamilton, que pese a no tener ritmo suficiente, sumó puntos importantes. También dejó fuera a dos nombres: Gasly, quien se retiró tras un accidente en la vuelta 11, y Alonso, que abandonó tras un fallo técnico en la 39.

Pero todo se resume en una palabra: precisión. Porque eso fue Mónaco 2025. Una carrera de manos firmes, cabeza fría y valentía táctica. Una que quedará en la memoria como la tarde en que Norris fue profeta en su segunda casa.

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Hugo Lynn