No es un simple disfraz

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La cultura posmoderna de la vuelta de siglo ha emprendido una trayectoria de elogio a los antihéroes que asumen el caos y la violencia destructiva como única vía posible ante la barbarie epocal en la que estamos insertos.

Ya sea en el cine o series dentro de plataformas de streaming, la nueva narrativa de la que estamos siendo testigos, hace una valoración desde la crítica críptica a una sociedad que padece los efectos más radicales de la devastación productos de la crisis actual del capitalismo.

La locura, pero especialmente la violencia política de estos nuevos personajes, son el resultado de la degradación de la vida cotidiana, de un posicionamiento ante el mundo en el cual este se les presenta como invivible, y optan por ejercer violencia desde la locura a la cual fueron orillados.

En esta propuesta política, a pesar de que pueden dar cuenta de las condiciones en el límite al que son puestos los personajes, se hace justamente para encerrarlos en un laberinto, no hay otra alternativa, una posibilidad utópica no es posible, y por ende lo que sigue es entregarse de lleno al infierno que se ha desatado.

La mirada aguda que se cierne en la industria cultural es bastante llamativa, ya que identifica a los espectadores mostrándole su vida cotidiana en la pantalla, describiendo puntualmente sus problemas más profundos, pero a pesar de estar ahí en el reconocimiento de la época, esta propuesta no hará la construcción de un sujeto capaz de definir otra ruta a su condición más que la de profundizar el tipo de violencia que padece, y asumirlo como víctima de tal suceso para después poder convertirlo en victimario.

El factor psicológico es fundamental, ya que el consumidor debe seriamente plantearse la posibilidad del dilema en juego. La empatía con la vida miserable de los personajes que se alienta desde el poder cultural planetario está hecha para alimentar la esperanza de que la destrucción de los otros pudiera cambiar la suerte que se tiene.

No es todo, la idea de que, precisamente aquellos que están en la misma situación que los personajes, desplegarían violencia si pudieran hacerlo, pero quizás no se les ha presentado la oportunidad para poder hacerlo. Por eso ante ello, la necesidad del estado autoritario, de un poder totalitario que pueda regular la batalla contra esta nueva sociedad que se está conformando.

Este proceso está construyendo, sin lugar a dudas, un fenómeno de masas moldeándolas y generando una política que aboga por aceptar sin resistencias la colisión a la que lleva el capitalismo decadente. En vez de colocarse enfrente para detenerlo, más bien, se producen masas que se alinean a los posibles efectos destructivos y los aceptan.

El juego del calamar está desplegando este potencial posmoderno. La serie que para ganar hay que exterminar a los demás para lograrlo.

Por eso resulta muy preocupante y al mismo tiempo muy llamativo lo que sucedió en el día de muertos que se realiza en la cultura mexicana. Un diario de circulación nacional dio cuenta que el disfraz más solicitado era precisamente esta serie que se ha vuelto la más vista en los últimos tiempos.

 

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La celebración del Día de Muertos en México es una celebración que ha estado atravesada por el pasado de los pueblos que residían en estas tierras antes de la conquista, y que fue impactada invariablemente por el catolicismo y su reinterpretación sobre la muerte. La influencia del american way of life y su halloween también ha entrado en choque para la definición de lo qué es esta celebración.

Mientras los pueblos prehispánicos tenían una relación especial con la muerte, ya que no la veían como finitud sino como transito a otro mundo, y con ello la aceptación de la misma sin dolor, la interpretación que hizo el catolicismo del infierno como un lugar al cual iríamos a sufrir incluso depués de la muerte, estimulando el miedo y con ello la subordinación, pero en este choque cultural, nadie salió completamente victorioso, por ello nuestros muertos vienen una vez al año a visitarnos, justo al final de la cosecha para el inicio de la nueva, y vienen a divertirse, a comer y tomar lo que tanto les gustaba.

El american way of life intentó llevar hacía el consumismo esta tradición, entonces mientras la integración al azúcar de los dulces estuviera garantizada, la representación de los muertos iban de la mano de los personajes de la industria cultural holywoodense, dejando de lado a esta relación compleja que existe entre el reirnos de la muerte para pasar incluso a espantarnos o aterrorizarnos.

Hoy las familias mexicanas asumieron vestir a sus hijos como concursantes del juego del calamar, como vigilantes o peor aún como la muñeca automática asesina. No es un juego de niños lo que está de fondo, es una oda a la necropolítica que se opera desde esta serie, y que está teniendo una recepción preocupante.

Esta actitud recuerda aquella máxima buchona y del mundo del sicariato “vale más una vida corta como rey que una vida larga como paria”, aceptar que la única forma de vivir una vida a la que nunca se podría acceder a ella es volviendome un asesino del narco. Quien representó este proceso de forma patética, porque se degradaba ya no a un sicario sino a un personaje que podía ser objeto de cualquier tipo de burla fue un joven de 17 años apodado el pirata de Culiacán.

El pirata de Culiacán fue motivo de elogio en las redes sociales, que lo catapultaron a la fama por mostrar carros de súper lujo, joyas, bebidas alcholicas, drogas y armas. Su madre lo abandonó y nunca conoció a su padre, su abuela apenas y lo pudo sostener en la pobreza. La necropolítica le abrió una ventana a los 15 años, como a miles de jovenes, y tomó lo que parecía ser una oportunidad, nunca lo fue.

¿Es en verdad un simple disfraz o hay algo más allá de lo que como sociedad no nos estamos percatando cuando El Juego del Calamar se pasea en nuestras calles? Aquí no hay mofa a la muerte, no hay una denuncia como la catrina, aquí lo que se pasea dentro de nuestras plazas es la aceptación de una forma de vida que se le presenta a la mayoría como la única vía. Una forma de vida subordinada a la necropolítica, a la que se les aparece desde la pantalla como motivo de elogio.  

El elogio a esta actitud tiene consecuencias serias, baste ver por ejemplo que el mismo día llegaba la noticia de un pasajero en el metro de Japón vestido del guasón roció de ácido a varias personas a las que también acuchilló. Emulando al Jocker de Todd Phillips, este individuo se sentó a fumar un cigarrillo a la espera de la policía después de haber desplegado violencia.

No es un simple disfraz, es una sociedad. Es momento de construir una alternativa antes que esta masa se desborde y continúe haciendo política.