Múnich-1972, de fiesta olímpica a tragedia

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En 1972 los Juegos Olímpicos regresaron a Alemania con la intención de borrar la imagen de la politizada lid de 1936, marcada por las ideas de Hittler de resaltar la supremacía de la raza aria. Pero el secuestro y asesinato de varios miembros de la delegación de Israel convirtió la fiesta en tragedia.

Múnich, entonces en la República Federal de Alemania, acogió los vigésimos Juegos, del 26 de agosto al 11 de septiembre, con la presencia de 7.134 deportistas de 121 países, quienes pugnaron por medallas en 195 especialidades de 23 deportes.

Los organizadores pretendían escuchar en la ceremonia de clausura las palabras de siempre: “Estos fueron los mejores Juegos Olímpicos de la historia” y con esa frase demostrar que México-1968, Tokío-1964, Roma-1960 y Melbourne-1956 habían quedado en el pasado.

Instalaciones vistosas, una exquisita Villa Olímpica, récords olímpicos y mundiales por doquier, y una camaradería sin límites en cualquier lugar vinculado a las competiciones hicieron de Múnich un sitio espectacular, pero en la sombra un comando palestino urdía un plan que acabó por trastocar la fiesta del deporte y de pronto la convirtió en tragedia.

El secuestro y sus motivos

En la madrugada del 5 de septiembre de 1972 todo era paz en la Villa Olímpica. Los deportistas exprimían las horas de descanso de cara a la siguiente jornada, aunque siempre alguien, al cual la presión de la competencia no le dejaba conciliar el sueño, miraba al techo o se asomaba a alguna de las ventanas a contemplar las últimas horas de oscuridad.

Algunos miembros de la delegación de Israel sintieron ruidos extraños, según contaron después, incluso varios disparos como de ametralladoras, y dieron la voz de alarma a sus compañeros.

Otros no corrieron la misma suerte y cayeron en manos de un comando de Septiembre Negro, afiliado a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que pretendía canjearlos por 234 militantes suyos que permanecían en las cárceles de Israel, además de dos alemanes encarcelados en la entonces República Federal de Alemania y simpatizantes de la causa Palestina.

El entrenador Moshé Weinberg intentó impedir el secuestro y recibió una ráfaga de AK-47 y murió, también fue herido Joseph Romano, quien se desangró delante de sus compañeros.

Todo eso unas horas después de que los servicios secretos de más de un país que trabajaban en la convulsa región del Oriente Medio alertaran al Gobierno federal de Alemania de que algo se tramaba en los Juegos. 

Los secuestradores, en su totalidad hombres solteros, escogidos para una misión que se consideraba suicida, dieron de plazo hasta las 12.00 del mediodía para que se cumplieran sus condiciones, o mataban a los rehenes, pero la entonces primera ministra israelí, Golda Meir, se negó a cumplir la demanda.

“Si accedemos ahora jamás un israelí estará tranquilo en ninguna parte”, dijo Meir, cuya decisión no se le comunicó al grupo palestino.

El desenlace

Los secuestradores extendieron el plazo. Primero a las dos de la tarde, y luego a las cinco. Pidieron incluso un avión para volar a Egipto y un par de helicópteros para ir de la Villa Olímpica al aeródromo, seguros de que alguna encerrona debería enfrentar en el trayecto.

El Gobierno de Israel se brindó para enviar uno de sus equipos especializados en secuestro y terrorismo, pero el Gobierno alemán aseguró que lo podría resolver sin problemas mayores, aunque uno detrás de otro sumó errores de procedimientos.

Al caer la tarde, se les informó a los secuestradores que irían al aeropuerto de Riem, desde donde tomarían un avión a El Cairo, aunque Egipto se había negado a recibirlos. La idea era trasladarlos al aeródromo militar de Furstenbruck, donde francotiradores apostados los aniquilarían. 

El intento de rescate de los rehenes en el aeropuerto fue un despropósito total, porque los tiradores no eran especialistas ni contaban con las armas ni los aditamentos necesarios, y al final todo terminó con la muerte de los miembros de la delegación israelí capturados y de algunos de los secuestradores, tres de los cuales fueron apresados.

Meir ordenó al Mossad tomar represalias y durante muchos años sus agentes persiguieron y asesinaron a miembros de Septiembre Negro y de la OLP que tuvieran algún vínculo con el secuestro, aunque el hipotético cerebro de la operación, Abu Daoud, murió en 2010 de problemas renales cerca de Damasco, la capital siria.

El fin de los juegos

A pesar de lo ocurrido con la delegación israelí, el Comité Olímpico Internacional decidió continuar con la celebración de los Juegos, e incluyó un homenaje a los fallecidos en el estadio olímpico del que estuvieron ausentes las delegaciones de los países árabes y de la República Democrática Alemana.

Al final, la lid, que tenía reservada una fuerza de seguridad de más de 27.000 hombres entre soldados y policías, quedó en el recuerdo por la muerte de los deportistas israelíes. 

Sin embargo, nadie olvidará al nadador estadounidense Mark Spitz, quien ganó siete medallas de oro con igual cantidad de récords mundiales en la natación, una marca que permaneció hasta la edición de Beijing-2008, cuando su compatriota Michael Phelps, consiguió ocho corona y ocho récords.

En Múnich también sobresalieron la gimnasta soviética Olga Korbut, su compatriota velocista Valery Brozov, el boxeador supercompleto cubano Teófilo Stevenson, y el fondista finlandés Lasse Viren, ganador de un par de preseas de oro en los 5.000 y 10.000 metros.

 La historia de los Juegos de Múnich, sin embargo, quedó marcada por el secuestro y asesinato de los miembros de la delegación israelí, lo cual provocó que, desde entonces, la seguridad en esas competiciones se haya llevado hasta límites inimaginables entonces.

   

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