México flojito y cooperando con Estados Unidos
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La retórica nacionalista y la defensa de la soberanía mexicana han chocado de frente con la realidad geopolítica. Claudia Sheinbaum, presidenta de México, ha quedado atrapada en sus propias contradicciones al reconocer que el gobierno mexicano ha permitido, con pleno conocimiento, los sobrevuelos de la CIA sobre territorio nacional.
Dichas operaciones, justificadas como parte de los esfuerzos para detectar laboratorios de fentanilo y el tráfico de indocumentados, han sido admitidas por la administración mexicana luego de meses de negar cualquier tipo de injerencia extranjera en la lucha contra el narcotráfico.
En su discurso de cara a la opinión pública, Sheinbaum se ha envuelto en la bandera y ha invocado el himno nacional para insistir en la defensa de la soberanía.
Sin embargo, en la práctica, su gobierno no solo ha permitido estos sobrevuelos, sino que ha tenido que admitir que esta cooperación viene desde la administración de Andrés Manuel López Obrador, en coordinación con el entonces presidente estadounidense Joe Biden.
Ahora, con Donald Trump presionando desde su plataforma política y perfilándose como una amenaza para la diplomacia mexicana, las opciones del gobierno de Sheinbaum se reducen a inclinarse aún más ante las exigencias de Washington o enfrentar una ofensiva directa de la Casa Blanca.
Trump ha dejado claro que no habrá tregua para los cárteles de la droga, a quienes ha calificado como terroristas. Su estrategia es clara: presión total sobre el gobierno mexicano para que colabore de manera más agresiva en el combate contra el crimen organizado.
Mientras tanto, México, que en el discurso clama por independencia y autodeterminación, en los hechos ha cedido a las demandas de Estados Unidos sin una estrategia diplomática coherente.
El gobierno de Sheinbaum se enfrenta a una disyuntiva complicada: seguir fingiendo una defensa de la soberanía mientras permite la intervención extranjera o aceptar abiertamente que México, en los hechos, no tiene margen de maniobra ante la política de fuerza que impone Estados Unidos.
Hasta ahora, la estrategia ha sido negar, minimizar y, cuando ya no es posible ocultar la verdad, justificar la colaboración como una acción pragmática. Mientras la Casa Blanca endurece su postura, la administración mexicana parece acorralada, sin herramientas efectivas para responder.
La soberanía, al final, ha sido un recurso discursivo, más que una realidad política tangible. La gran pregunta es: ¿hasta dónde llegará la sumisión del gobierno mexicano ante la presión estadounidense?