Mexicanos, solos frente a sus verdugos

0
871
En Tercera Persona

Un adulto mayor fue tableado tres veces, al lado de una unidad de transporte público de pasajeros, por un integrante de la delincuencia organizada. Fueron tres golpes secos, propinados sin compasión.

Al mismo tiempo, otro chofer era arrojado contra una silla.

No subas las manos, hijo de tu puta madre”, le decía otro sujeto, quien lo cacheteó brutalmente en diez ocasiones y le ordenó resistir el castigo sin cubrirse el rostro con las manos.

“Quita las manos, verga. Quiero que reportes bien… Escúchame, veme a los ojos y cállate el hocico… A la hora que sales, a la hora que regresas, quiero reportes… Desde que sales de ruta, mierda… ¿Son animales?… No subas las manos, hijo de tu puta madre”.

No ocurría en la penumbra de una casa de seguridad. Ocurría en la vía pública, a la luz del día, en un paradero del transporte público, en el puerto de Acapulco.

El video que contiene estas imágenes indignantes explotó ayer, llevando a las redes sociales la realidad de un México que, sistemáticamente, desde el país ideal donde lo que priva es la felicidad, las autoridades se han empeñado en negar.

Antes de la devastadora llegada del huracán Otis, la extorsión y el cobro de piso habían llevado a la quiebra a cientos de negocios de la Costera, el centro de la ciudad y la zona conurbada. Desde principios de 2013 la Cámara Nacional de Comercio de Acapulco denunciaba el cierre masivo de establecimientos: salones de fiestas, tiendas de ropa, bares, billares, papelerías, tortillerías, negocios de comida.

El gobierno de Acapulco atribuyó los hechos a llamadas de extorsión realizadas sobre todo desde los penales. En realidad, el crimen organizado se había apoderado del comercio formal e informal mediante el asesinato y la quema de negocios.

Todo regresó a medida que a Acapulco volvió a “la normalidad”.

Al arranque de 2024 el puerto se paralizó. Los vehículos de transporte de pasajeros dejaron de dar servicio tras los ataques y amenazas de los verdugos del crimen organizado. Entre el 7 y el 11 de enero la delincuencia incendió tres vehículos en Caleta y la Zona Diamante, asesinó a un chofer, al que le dejó una cartulina, e hirió a tiros a otro conductor. Audios cargados de amenazas desataron el pánico: “Que no quieren ver a ningún taxi amarillo funcionando”, “que el que trabaje se atenga a las consecuencias”. Se anunció la quema de vehículos y el asesinato de choferes.

Al menos 200 transportistas suspendieron sus actividades. Los usuarios hicieron filas de hasta cuatro horas para poder llegar a su destino. Miles de trabajadores no lograron llegar a sus empleos. La Canaco reportó pérdidas por más de 400 millones de pesos.

Los taxis y los colectivos que siguieron trabajando cobraban 100 pesos aunque se tratara de viajes cortos. De nuevo se desató el caos: miles de personas caminando a la deriva.

No hubo detenidos, no hubo presentados. Las autoridades negaron incluso que los audios fueran reales. Se sugirió que se trataba de una estratagema para aumentar las tarifas.

Con un estado totalmente rebasado y en manos de la delincuencia, la inexistente gobernadora de Morena, Evelyn Salgado, recorrió unos metros de la Costera para anunciar que el servicio estaba “funcionando al 100”.

Mientras tanto, las extorsiones al transporte se replicaban en Taxco, Chilpancingo y Zihuatanejo. En Acapulco se denunció que el grupo de Los Rusos exigía un pago semanal y que en caso contrario las unidades serían incendiadas.

En febrero fue incendiado un club de playa, el Kalei. Los medios denunciaron que a los propietarios no les había alcanzado para pagar el derecho de piso. Volvió a aflorar el fantasma de la extorsión. Cobros de hasta 25 mil pesos a pequeños negocios ubicados en la playa.

El video difundido ayer es desolador. Muestra la impunidad con que actúan los criminales, la inermidad, la indefensión de las víctimas, y la completa ausencia e incompetencia del Estado: mexicanos solos frente a sus verdugos.

¡Qué felicidad! ¡Qué siga la fiesta!

Autor