Mapa electoral ¿mapa social?

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Hay en la palestra política nacional hoy en día una discusión de fondo para el futuro del país, y precisamente lo ha destapado la disputa electoral, y aunque se ha querido reducir su discusión a esta esfera, no se agota en este terreno, sino que tiene impactos de mayor profundidad.

Debemos partir que la correlación de fuerzas nacionales paradójicamente no está sintonizada en muchas regiones a la correlación estatal o local. La lucha que emprendió la clase política identificada con ciertos rasgos liberales y nacionalistas, entre los que se sumaron ciertos sectores de izquierda tienen influencias claras en un discurso por la nación y su futuro, pero cuando se traslada a la lucha por la mejora de las entidades que aglutinan a la federación estas no tienen asidero. 

La izquierda es minoría o de plano, aunque muchos militantes no lo reconozcan, inexistente en varias partes del país. A lo mucho existe sectores en resistencia, que no están organizados o peor aún han decidido renunciar a la puerta que abre el movimiento estadocéntrico, están más concentrados en la sobrevivencia que hace posible su identidad y su propia articulación, esto no viene de ahora sino de un movimiento dentro de estas sociedades que datan de una larga duración. 

Por eso ahora que en Morena se ha desatado la lucha por las gubernaturas en seis estados de la república no se han hecho esperar el estallido de contradicciones, sobre todo a la hora de la elección de candidatos para la lucha electoral. 

Existen zonas del país como Durango, para poner un solo ejemplo, en donde el proyecto que se ha gestado y concertado desde el centro del país no tiene un impacto real a la hora de la formación de cuadros críticos o de organizaciones políticas efectivas que puedan ser un contrapeso a su clase política tradicional.

Es por ello por lo que se ha decidido, desde la cúpula morenista, entregar a un sector de la casta política del Estado, una especie de licencia del partido Morena, como si este fuese una franquicia. Se le ha dado de prestado el nombre de un proyecto para cubrir las debilidades que se pudieran generar por no tener una presencia real. 

Desde ahí se puede explicar que la actual candidata a la gubernatura sea una expriista que recientemente aprobó la contrareforma energética de Peña Nieto en sus tiempos como legisladora. En otros términos, se le permitió después de haber traicionado la patria, intentar guiar un proyecto regional para avanzar en la acumulación de fuerzas que pueda seguir alimentando y sosteniendo el proyecto nacional. 

Parece ser que esto está sucediendo en la medida que nos encontramos en un momento de transición, que puede resultar positiva en el largo plazo, pero que dependerá de la fuerza que se logre consolidar en el camino, y es ahí en donde quizás no se esté realizando la lectura correcta. 

Esto no quiere decir que, en Durango, e insisto este sólo es un ejemplo, pero perfectamente podríamos tomar cualquiera de los gobiernos en disputa en esta elección, no exista una base social crítica que quisiera llevar más lejos, es decir, profundizar la transformación en curso que el presidente López Obrador ha emprendido. 

Por eso es por lo que a veces se puede ceder para recalcar los mínimos para mantener el proyecto, un día se puede decir que el modelo neoliberal podría ser funcional si sólo si este no tuviera el manto de la corrupción como su eje. Se pone sobre la mesa a las castas que se están acercando a esta movilización social un elemento que no es discutible, y es el de el despojo como forma de hacer política pública. Esto para nada es menor cuando lo que estamos observando es una batalla contra lo que se configuró como una necropolítica y que ha bañado de sangre a la nación. 

Este escenario de batalla de lo electoral, es nada más una de las capas que podemos observar a simple vista, y ya en ella estos movimientos han generado descontentos en diversos actores políticos que hartos de las imposiciones y el autoritarismo del pasado se niegan a que Morena siga replicándolos en el presente, aunque esto se haga en nombre una gobernabilidad y estabilidad en medio de poderosos ataques que no se reducen a actores nacionales, sino que sobre todo tienen como telón de fondo actores de talla internacional. 

Se comprende la complejísima circunstancia que estamos viviendo, una crisis económica que se profundiza día a día y que aún padece los efectos de la pandemia de coronavirus, a ello habría que sumar el estallido de la guerra en Ucrania y sus efectos en una posible crisis alimentaria, la dependencia que existe en muchos sectores a una economía norteamericana que se encuentra ya en estanflación, una inflación cada vez mayor y una subida del precio de los energéticos. Hasta aquí podemos observar que el reto es doble, no sólo de orden político sino fundamentalmente económico. 

El mapa electoral va a marcar una nueva correlación de fuerzas para Morena como una estructura partidaria que aglutina ciertos sectores y fuerzas estatales que en muchas de las veces tienen diferentes intereses inclusive contradictorios entre ellos, pero que en el fondo están cediendo ante el liderazgo formado por el presidente López Obrador, pero sobre todo por la fuerza social que lo respalda. 

Ahora bien, pensar el porvenir requiere dar cuenta que esa movilización social si no se organiza puede devenir un movimiento en contrasentido, uno que quisiera mantener el estatus quo y se afiance como garante de intereses que vayan en contra de la mayoría. Los gobiernos pueden ser un mecanismo para dotar de estabilidad al país, pero también para lo inverso, para garantizar bloquear un avance en las exigencias económicas que beneficien a las mayorías. 

Esta disputa ya comenzó al interior de Morena, pero no porque se estén buscando cargos en una burocracia, y se quiera pertenecer a la cúpula, sino porque existen sectores que piensan que el partido debe ser esa estructura que no permita que la cuarta transformación sea domesticada por intereses económicos, mucho menos de grupos que no tienen mayor representatividad más que la que el viejo régimen les ha dotado.

Creer que Morena será el nuevo PRI del siglo XXI es iluso, no sólo porque las condiciones históricas son otras sino porque si la propia fuerza del movimiento social se agota vendrá otra comandada por la derecha para rehacer el orden perdido por el establishment económico.

Ahí están los esfuerzos de la Convención Nacional Morenista, que en un principio desestimaron por pensar que sólo representaban los intereses de una sola persona, pero que ahora que ha generado un impacto que la propia cúpula no esperaba han decidido denostar. La unidad política nunca se consigue minimizando el problema de fondo sino buscando alternativas a la realidad compleja que se presenta. El nuevo mapa electoral no es del todo el mapa social, en los activistas que buscan transformar al país se encuentra el poder para lograrlo, esa es la tarea, no habría que olvidarlo. Una nueva geografía nos espera.