“Manuela”, la perra de tres patas que acompañó fielmente a Pepe Mujica

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Durante casi dos décadas, Pepe Mujica no caminó solo por los pasillos de su chacra en Rincón del Cerro. A su lado, cojeando con firmeza, iba Manuela, una perra de tres patas que llegó por accidente y se quedó por afecto.
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La conoció tras un incidente con su tractor. La perra, asustada por otros animales, corrió justo hacia las ruedas del vehículo. Aunque intentó frenar, Mujica no logró evitar que una de las llantas le pasara por encima. El daño fue irreversible. Aun así, Manuela sobrevivió, y desde entonces, su figura cojeando por el campo se volvió inseparable del exmandatario uruguayo.
Tenía orígenes sencillos: nació en Paysandú, hija de Dunga, perra de la hermana de Lucía Topolansky. El nombre se lo puso una vecina, inspirada en la tortuga Manuelita. Y aunque tenía sangre callejera, Mujica la describía con humor como “medio Foster”, refiriéndose al famoso criadero de perros.
A lo largo del tiempo, Manuela fue testigo silencioso del ascenso de Mujica a la presidencia, de las visitas de prensa internacional y de su retiro. Dormía junto a la cama del expresidente y su esposa, se colaba en entrevistas y adoraba subirse al auto. Sabía reconocer el momento exacto en que se preparaban para viajar.
“Cuando aparece la valija, ya sabe que ella va”, recordaba Topolansky.
Cuando Mujica enfermó en 2005 y pasó un mes hospitalizado, Manuela lo esperó cada día. Topolansky contaba que, al regresar del hospital, la perra se emocionaba al ver el coche, pero bajaba las orejas al notar que su dueño no venía con ella. El día que volvió, su alegría fue tan evidente que “parecía que se le iba a salir la cola de tanto moverla”.

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Manuela murió en 2018, con 22 años. Poco después, Mujica dejó su escaño en el Senado. En entrevistas posteriores, no ocultó cuánto la extrañaba. Incluso expresó su voluntad de que sus cenizas fueran esparcidas en la chacra, justo donde ella está enterrada. “Mi destino está ahí, abajo de ese escollo”, dijo señalando una mesa cercana.
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A su manera, Manuela fue parte del legado de Mujica. No firmó decretos ni encabezó discursos, pero lo acompañó en silencio durante los días de poder y los de soledad. Su imagen cojeando por el campo se volvió símbolo de una vida sencilla, sin lujos, pero llena de compañía.