Los ojos de “La Tota” Carbajal
Atropellaron a su hermano en Velázquez de León. Los niños de la cuadra habÃan salido a jugar una “cascarita” de futbol. El niño murió diciendo: “No vuelvo a jugar futbol en la calle…”. Su padre le prohibió volver a tocar un balón.
Pero hay cosas que están por encima de uno. Antonio “La Tota” Carbajal recordó muchos años más tarde que salÃa de su casa escondiéndose de su madre y regresaba a aquella calle fatal para jugar hasta que el sol se iba perdiendo, minutos antes de que su padre volviera del trabajo.“Antes de que apareciera por la esquina, yo estaba de vuelta en la casa. Era una obsesión que no me dejaba ni de dÃa de noche”, recordaba Carbajal.
TenÃa miedo de que lo atropellaran, tenÃa miedo de morir, tenÃa miedo de que lo sorprendiera su padre, que habÃa acabado por odiar ese deporte maldito. El deporte que le habÃa arrebatado a un hijo.“La Tota” era rebelde y famoso en la colonia San Rafael porque hacÃa “dominadas” en las que era capaz de cabecear el balón hasta 500 veces.
Un dÃa unos patrulleros les quitaron la pelota. Relató: “Les rogamos que nos la devolvieran, no quisieron. Hasta que uno de los muchachos les dijo a los policÃas: ‘¿Si Carbajal hace 500 dominadas con la cabeza nos la devuelven?’. Los policÃas aceptaron…. Cuando llegué a 180, nos devolvieron el balón”.
Su padre se dio cuenta de que Carbajal desobedecÃa, porque su calzado estaba siempre raspado. Le caÃan unas golpizas de las que se usaban en aquel tiempo salvaje.
No importaba. Al dÃa siguiente el muchacho estaba de vuelta en la calle. Para no gastar tanto sus zapatos pidió que lo pusieran de portero. AhÃ, jugando a entre los carros, todo se decidió.
Durante muchos años “La Tota” Carbajal apareció en el Guinnes World Record como el futbolista que más veces habÃa participado en Copas del Mundo: fueron cinco, como se sabe, y los cronistas deportivos de su tiempo lo llamaron asÃ: “El Cinco Copas”.
Su padre terminó por correrlo. Él encontró lugar con unos vecinos, en un cuarto de vecindad, y comenzó a trabajar en una vidrierÃa.
Un futbolista olvidado, el “Cantinflas” Sánchez, le apodó “La Tota”, mote que en un extraño juego de palabras procedÃa de Toño.En ese tiempo, la colonia San Rafael estaba llena de españoles. Uno de ellos lo mandó a probarse al Oviedo, el equipo de la colonia, en donde también jugaba el futuro cantante de ranchero José Alfredo Jiménez.
“La Tota” contaba que fue a pedir una oportunidad al América y que el entrenador le contestó: “SÃ, cómo no”. Lo mandó a un terreno baldÃo en el que solo habÃa montones de basura.
“La Tota” contaba que todo lo que sabÃa lo habÃa aprehendido de un portero español de apellido Urquiaga: era bajito y gordo, pero sabÃa colocar a su gente: “Por él aprendà que un partido se hace fácil o difÃcil según a la capacidad que tenga el portero para mover a su cuadro bajo. Aprendà también que un buen portero tiene que estar gritando todo el tiempo”.
Lo recibieron en el España luego de que los jugadores, tras de mojar el balón, que como todos en ese tiempo era de cuero, lo acribillaron con verdaderos trallazos. Bajo la porterÃa, a “La Tota” le ardÃan las manos, el pecho, las piernas. Pero no se achicó. Carlos Septién (el delantero del club y seleccionado nacional más tarde con “La Tota”) intentó detenerlos, pero Carbajal le dijo: “Déjalos, déjalos”.
Fue entonces cuando realmente lo vieron: un portero con un humor del demonio, y tan arriesgado que terminó perdiendo a botinazos todos los dientes.
Nada detenÃa a “La Tota”. Cuando le metÃan un gol, sus compañeros preferÃan alejarse del área. Ahà está la reacción de Carvajal en el Mundial de 1962, cuando Gento, “La Galerna del Cantábrico”, le anotó en el último minuto tras un error del Gallo Jáuregui. Ahà están las fotos de “La Tota” en las canchas, con los ojos encendidos de furia, de fuego, de pasión.
A los 19 años formó parte de la selección amateur que asistió a las Olimpiadas de 1948. A los 21 años ya iba rumbo a Maracaná para alinear en el Mundial de 1950.
Siguieron Suiza 54, Suecia 58, Chile 62 e Inglaterra 66. En este último mundial (el titular era ya Ignacio Calderón) lo metieron en el partido contra Uruguay para ver si salvaba el barco. No le anotaron, pero la selección no pudo ganar. Al atravesar la cancha rumbo a los vestidores, se dijo: “Se acabó. Se acabó el futbol para mÔ.
HabÃa sido estrella del León durante 16 años. Al volver de Inglaterra 66 se la pasó en la banca. El entrenador ni lo volteaba a ver. Cuando lo llamaron para alinear frente al Toluca, decidió que iba a ser su último partido. Era la temporada 67-68.
“Fue mi mejor partido –recordó-. El mejor de toda mi vida. Paré dos penales, volé de lado a lado. Cuando el árbitro silbó el final, el técnico vino a abrazarme: ‘Siempre dije que era usted el mejor arquero’, me dijo. Y yo le contesté: ‘Siempre supe que era usted un hijo de la chingada’. Entonces le di la espalda, y salà del estadio”.
El portero histórico de la selección murió ayer a los 93 años, medio siglo después de esto que cuento. Los medios se llenaron de imágenes en las que fue posible ver, nuevamente, ese fuego, esa pasión.