Los arrepentidos

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Volví a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara por primera vez después de la pandemia. Me había tocado ver allá, por televisión, la toma de protesta de López Obrador como presidente de México, el primero diciembre de 2018.

Había en el ambiente un clima indescriptible de euforia. Algo que en 25 años de visitar la FIL no había visto jamás.

Esa ola sacudía las conversaciones.

La mayor parte de las personas que encontré en la feria del libro más importante de Hispanoamérica sostenían que la llegada de AMLO significaba el arribo de un cambio radical en la historia de México.

López Obrador afirmaba que su llegada al poder iba a significar para el país algo semejante a la Independencia, la Reforma y la Revolución.

Me sorprendía mucho todo eso. El voto de confianza era inmenso y se palpaba en todas partes.

No tengo que referir las mentadas de madre que llegaron y siguen llegando a consecuencia de un escepticismo que había comenzado en los tiempos en que cubrí como reportero la administración de AMLO como jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Un escepticismo que se nutrió sobre todo con seis años de mentiras: un sexenio en el que –votante de López Obrador en el año 2000– vi y oí mucho de lo que narra Elena Chávez en “El Rey del Cash”.

Volví a la FIL, en fin, por primera vez después de la pandemia, y me encontré con una impresionante novedad: los arrepentidos.

No me refiero solo a Porfirio Muñoz Ledo, el mismo personaje que al entregar la banda presidencial a López Obrador tuvo la ocurrencia de definirlo como un cruzado, un iluminado, un personaje místico, y que ahora, en la nueva edición de la FIL, consideró al héroe de ayer el protagonista mayor de una regresión autoritaria: un personaje siniestro, empeñado en anular toda institución que le haga contrapeso, y en acumular sobre sí mismo todos los poderes del Estado.

Cesarista y oscurantista, lo llamó Muñoz Ledo. Esos fueron los adjetivos más amables que escuché a mi vuelta a la FIL, por los mismos que le habían concedido cuatro años antes un grave voto de confianza.

Tanta mentada de madre, ¿para qué?, me pregunté.

En las elecciones de 2021 se manifestó por vez primera el voto de los arrepentidos. López Obrador perdió a las clases medias y en todos los centros urbanos.

Una semana antes de esas elecciones, sus defensores en los medios afirmaban que no había en las encuestas un solo indicio de desencanto: que los insultos y los escupitajos que AMLO había lanzado sobre amplios sectores ciudadanos a lo largo de tres años –médicos, abogados, académicos, artistas, escritores, intelectuales, científicos, feministas, periodistas, ecologistas, investigadores, burócratas, cineastas, miembros de ONG’S, padres de niños con cáncer, y en general, contra todo aquel que se atreviera a disentir–, no tenían impacto alguno: como si las dádivas se hubieran impuesto sobre la conciencia.

De cara a los cuatro años de la llegada al poder de López Obrador, ocurrió la segunda marcha ciudadana más importante del siglo.

Es significativo que esas dos marchas hayan sido descalificadas por él, el rey de las calles.

Esta vez, cientos de miles marcharon en Reforma, supuestamente en defensa del INE –yo sostengo que no solo era en defensa del INE, que quienes marcharon eran los inconformes, los agraviados y los arrepentidos a lo largo de cuatro años.

Y entonces, los mismos que una semana antes de las elecciones de 2021 dijeron que no había en las encuestas ningún indicio de desencanto, dicen ahora incluso algo peor: que en las encuestas de hoy no existen los arrepentidos: que todo mundo está exultante con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Son los mismos que piensan que 700 mil muertos por Covid –unas de las peores gestiones de la pandemia en el mundo– no tienen impacto alguno. Los mismos que piensan que 15 millones más de personas sin acceso a la salud no significan nada. Los mismos que creen que el mes más violento desde que se mide la violencia, la semana más violenta desde que se mide la violencia, el fin de semana más violento desde que se mide la violencia, y el día más violento desde que se mide la violencia, tienen un impacto social igual a cero.

Son los mismos que celebran que una caída del 30% en la vacunación no afecte la popularidad de presidente. Los mismos que aplauden el quebranto millonario que significan el AIFA, Dos Bocas, el Tren Maya y Segalmex.

¡Qué bueno que al presidente le vaya bien! Qué malo que esa popularidad no haya mejorado la vida de los mexicanos, pues según todos los indicadores estamos peor que en 2018.

Mientras tanto, a diferencia de hace cuatro años, encontré una FIL poblada de arrepentidos.

Una pregunta: ¿Tanta mentada para acabar en eso?

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