Lo quemo todo

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La violencia es chocante. Genera miedo, inquietud. Un rechazo casi instintivo que activa alertas y un mecanismo de supervivencia que provoca una sensación desagradable. La misma que produce ver mujeres vandalizando el espacio público y agrediendo a la autoridad, como sucedió en las pasadas marchas del 8M en toda la república mexicana que, como cada año, deja un saldo de muros, edificios y monumentos afectados.

Visto desde otro lugar, la violencia es la expresión más dura del dolor, rabia, indignación y la impotencia que no encontró en la justicia su desfogue. Esa de la que es responsable el estado, cuyo elemento tangible son sus edificios públicos, monumentos y muros. Cuerpos de concreto, bronce y ladrillo profanados dos veces al año con el vandalismo de las protestas de las mujeres y niñas, cuyos cuerpos y almas se profanan todos los días de manera impune.

México ocupa primeros lugares en violencia, desaparición y violaciones a mujeres y niñas. Estas últimas se dan principalmente en el entorno familiar, con el 90% de los casos, de acuerdo a cifras recabadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.  Según datos de “México Evalúa”, sólo el 0.05% de casos de violencia de género llegan a ser presentados ante un juez, al igual que el 0.19% de los casos de violencia familiar, el 3% de violencia sexual, el 12% de feminicidios y el 15% de los relacionados con trata de personas. Una investigación de la organización “Impunidad Cero” indicó que en un periodo de seis años, sólo siete de cada 100 casos de homicidio han sido esclarecidos y menos de la mitad de los feminicidios registrados han concluido con una sentencia condenatoria. 

Ante un panorama desolador y falta de resultados, la violencia expresada en el acto vandálico se convierte en la última instancia del reclamo. No hay más propósito o meta que esa. Quien le atribuya otras intenciones se equivoca. Quien diga que así no se logra nada no ha entendido que esa forma de expresión es justamente porque nada se ha logrado. Quien afirma que es contraproducente porque provoca antipatía por la causa feminista, no entiende que el objetivo no es complacer a miradas miopes. Es un símbolo que no busca validación, sino representar el dolor de batallas perdidas. Porque siguen violando, matando, desapareciendo y prostituyendo los cuerpos de niñas y mujeres en este país, ante la mirada de una sociedad que no le gusta que le recuerden las miserias y el dolor cuando le son ajenas. Siguen violando, matando, desapareciendo y prostituyendo por que pueden. Porque no hay consecuencias. Porque la autoridad acierta poco. Porque es ciega, inoperante, desbordada y cómplice. Porque el debate público es frívolo, superficial; concentrado en las formas y no en las causas. Quizás porque las causas están normalizadas o porque las causas son tan brutales, inhumanas, que da miedo siquiera asomarse. ¿Quién sin necesidad se asoma al infierno? Que ese quede para las víctimas, sus madres, padre, hijos, hijas, hermanas y hermanos. Mientras se cuiden las formas, que salgan a manifestar todo lo que quieran. Así nadie se indigna, nadie se inquieta, y quizás en una de esas, tengan la suerte de la empatía. 

Por su parte, la postura de las autoridades sobre el saldo de las marchas deja mucho que desear. Revelan sus limitaciones y un pobrísimo foco de atención, con declaraciones a manera de queja sobre los costos económicos del vandalismo. Hacen hincapié que esa cifra saldrá del erario público, de nuestros bolsillos. Quizás con la intención de que la causa de las mujeres gane detractores. Esa torpeza monumental de quien no está consciente de la dimensión del problema ni asume su responsabilidad, asegura futuras marchas más aguerridas por parte de las damnificadas que justamente se manifiestan por la incapacidad del estado para entender su causa, hacer justicia y acabar con los problemas. 

Qué diferente sería una declaración en la que una funcionaria o funcionario explicara que, desde su investidura, no puede avalar ningún tipo de expresión violenta, costos ni consecuencias y deben priorizado el diálogo ante todo, sin embargo, desde lo humano, como padres y madres, hijos, hijas, hermanas y hermanos de mujeres y niñas, pueden imaginar la tremenda frustración y dolor de una experiencia así. Que el compromiso de trabajar por resultados lo entienden y asumen desde ese lugar de empatía. En temas de extremísima sensibilidad como este, la declaración debe ser fundamentalmente empática, sin la palabra “pero”.  Si acaso mencionar los efectos de la marcha, pero enfocarse en sus causas y asumir la responsabilidad correspondiente, objeto principal del reclamo. Muy bien les haría a los funcionario saber diferenciar entre comprender y avalar, y poderlo transmitir. 

Hay quienes consideran que la marcha de las mujeres es inútil, ¿Qué mueve entonces a los llamados defensores del INE o a simpatizantes de las iniciativas de AMLO, siendo temas que resuelve el legislativo? Tomar el espacio público es una herramienta cívica de protesta, visibilización y presión. Son de los pocos recursos contundentes e inmediatos con los que contamos los ciudadanos; en este caso las mujeres, que cada año son más manifestándose en las calles. Son distintos ámbitos de lucha para lograr cambios. No es lucha de una sola trinchera, ni los esfuerzos en uno excluyen los esfuerzos en otro. Cada recurso es de naturaleza distinta, con distinto impacto y por eso su comparación es falaz, aun cuando comparten el mismo fin. En todo caso se potencian y complementan. 

Si bien el vandalismo es una de las tantísimas expresiones presente en la marcha de las mujeres, debe entenderse en su justa magnitud y no asignar ese rasgo como el distintivo de una manifestación mucho más amplia. Diversa. Ese error de etiquetado tiene que ver con el impacto que genera en sí mismo el acto violento y el tipo de cobertura mediática, activando sesgos de generalización y disponibilidad. Quizás por ello y por la falta de conciencia de las dolorosas condiciones de desigualdad, violencia e injusticia que viven mujeres y niñas en este país, es que sólo vemos y debatimos sobre las formas y no sus fondos. La manera en cómo entendemos e interpretamos los distintos recursos para visibilizar esta causa, da cuenta del nivel de sensibilización y comprensión del problema. El foco de atención devela las prioridades que cada uno tiene presente. 

¿Es bueno o malo el vandalismo en la protesta? ¿Le aporta algo? ¡Qué sé yo! Lo que sí sé es que no me gusta la violencia cualquiera que sea su forma o su razón; pero también sé que si es mi hija la que falta, salgo y LO QUEMO TODO. Lo último que me importará es la opinión de quien goza del privilegio de no haber perdido nada.

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