La masacre del balneario

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“Llegaron sicarios, como 20”, dijo uno de los sobrevivientes de la masacre de La Palma, un balneario ubicado en Cortazar, Guanajuato, en el que un comando asesinó el sábado pasado a siete personas, entre ellas, un niño de siete de años, cuyo cuerpo atravesado por las balas despertó en el país oleadas de indignación.

A las 4:30 de la tarde del sábado, en La Palma departían decenas de familias que aprovechaban el último fin de semana del periodo vacacional. “No cuchillos”, “no armas de fuego”, se leía en un cartel colocado en la entrada.

A esa hora se desató el infierno. De acuerdo con los testigos, más de 10 de sicarios ingresaron en el centro recreativo, buscando a una persona en específico. Según fuentes ligadas a la investigación, se trataba de un hombre apodado “El Quique”.

La intención era hacer el mayor daño posible. “Fueron directamente hacia el sitio donde esa persona se hallaba con su familia”, relatan.

Por los casquillos hallados en el lugar, se revela que los atacantes emplearon armas largas y cortas. El estruendo de las balas duró cosa de dos minutos. Antes de huir en tres camionetas –descritas como una Jeep Cherokee, una Nissan doble cabina y una Ford Ranger–, los sicarios fueron por las cámaras de seguridad de lugar y se llevaron el monitor.

De los siete muertos, seis formaban parte de la misma familia. En La Palma quedaron los cadáveres de tres hombres, tres mujeres… y del niño.

Muchos de los paseantes se habían encerrado en el baño. Otros se echaron a correr “sin rumbo”. En su mayor parte oriundos de Cortazar, los sobrevivientes se negaron a hablar con las autoridades.

Cortazar es uno de los bastiones del Cártel de Santa Rosa de Lima desde hace al menos 9 años. Por el municipio han desfilado el PRI, el PRD y el PAN. Nada ha alterado la presencia criminal del cártel fundado por José Antonio Yépez, “El Marro”.

Según expertos en seguridad, Cortazar, al lado de Juventino Rosas, Villagrán y Tarimoro, forma parte de una especie de anillo de seguridad que envuelve el municipio de Celaya. Ese escudo ha impedido que el Cártel Jalisco Nueva Generación tome posesión del municipio de Celaya.

Desde la captura de “El Marro”, en agosto de 2020, el Cártel de Santa Rosa entró en un proceso de reacomodo, entre los cuales figura como el más importante la ruptura que tuvo con la organización el líder criminal Emmanuel Rodríguez Zermeño, conocido como “El Zermeño”.

Comenzaron las matanzas entre los integrantes de ese grupo, que “El Marro” continúa operando desde la prisión. “El Zermeño” entró en tratos con el Cártel Jalisco Nueva Generación. En mayo de 2022 ordenó la masacre de Valle Hermoso, en Celaya, en la que perdieron la vida 11 personas y dos bares fueron incendiados.

“El Zermeño” fue abatido en noviembre pasado, al resistirse a su detención durante un operativo efectuado en la colonia Ciudad del Sol, en Querétaro. Según un narcomensaje supuestamente enviado por “El Marro”, se informó a los integrantes del Cártel de Santa Rosa que “Zermeño ya fue” y que para lograr que fuera abatido “El Marro” había tenido que invertir “por todos lados”. Según ese mensaje, las autoridades se habían echado “un cambio a la bolsa y nosotros nos quitamos de andar sobres del vato”.

En la madrugada que precedió a la masacre del balneario La Palma, un hombre fue asesinado en el estacionamiento del bar El Mezcalito, situado en Querétaro. Testigos refirieron que fue alcanzado por dos personas, quienes lo acribillaron. Fue identificado como Rey Mauricio Flores Escamilla, al que apodaban “El Rey”. Según las autoridades, era el principal lugarteniente de “El Zermeño”.

Una de las líneas de investigación más fuertes indaga si la masacre del balneario La Palma fue una respuesta a la ejecución de “El Rey”.

Sobre Cortazar ha caído en los últimos meses una lluvia de sangre. En esa zona, el Cártel de Santa Rosa controla todas las actividades relacionadas con el huachicol, el cobro de piso, la extorsión y el narcomenudeo.

Hace apenas medio año, dos policías municipales fueron vinculados a proceso por haber sacado de su domicilio a un hombre, para luego entregarlo a los criminales que lo asesinaron. En Cortazar fue asesinado un comandante municipal, un domingo en la mañana, dentro de su propia vivienda.

Ahí mismo fueron ultimados en los primeros días de enero dos agentes más –entre estos, una mujer–, a quienes los sicarios cazaron en las calles durante sus días francos, lo que provocó que algunos elementos de la corporación desertaran.

En ese municipio, dos sicarios irrumpieron hace unos meses en un centro de rehabilitación para asesinar a sangre fría a dos de los internos.

Una última línea indaga si el Cártel Jalisco Nueva Generación pudo perpetrar la masacre, a fin de “calentarle la plaza” a sus enemigos.

La imagen del niño asesinado en Las Palmas es brutal. Aparece ante nuestros ojos, con toda su barbarie, una vida rota. No podemos normalizar la imagen del pequeño envuelto en sangre.

Debe haber una exigencia para que quienes hicieron esto no queden impunes.

Quienes crean que en este país se acabaron las masacres, quienes crean que este gobierno ha contenido la violencia del crimen organizado, que volteen a ver lo que pasó en Cortázar y las ocho masacres que este año van en Guanajuato.

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