La inevitable caída del catolicismo en México

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Una de las principales características de México es que el grueso de su población dice ser católica; somos el segundo país con más católicos en América Latina, solo después de Brasil.  Incluso, a pesar de ser anticonstitucional, este “estandarte católico” ha coadyuvado a que políticos ganen elecciones.

Sin embargo, según datos del último censo, los fieles católicos han disminuido significativamente en los últimos años. Los católicos en 1990 representaban el 89.7% de la población; en el 2000, 87.9%, y para el 2010, 82.7%. Según datos del último censo, hoy representan un 77%. 

Digamos que la curia romana ya lo veía venir, tan sólo Juan Pablo II visitó cinco veces nuestro país. La visita del papa Francisco, hace ya cinco años, tenía entre sus objetivos unir a los fieles católicos, pero también meter en cintura a los obispos y cardenales exigiéndoles mayor pastoralidad y cercanía con el pueblo. ¿Y qué pasó? Nada. 

En el marco de una sociedad pujante por el reconocimiento de sus derechos y de un trato digno y respetuoso para todos, Jorge Mario Bergoglio ha dibujado signos de apertura y de apoyo a la igualdad, tal es el caso de las declaraciones publicadas el año pasado con respecto a las parejas del mismo sexo:

“Los homosexuales tienen derecho a estar en una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Lo que tenemos que hacer es crear una ley de uniones civiles. Así están cubiertos legalmente. Yo apoyé eso”. Es un papa más “cercano” a las necesidades de la sociedad moderna. 

En su última encíclica, mostró señales de querer “revivir” a su Iglesia, reprochó a la sociedad e incluso a su propia institución. En referencia a una parábola, escribió:

“Esto es un fuerte llamado de atención, indica que el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada […] La paradoja es que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes […] A veces me asombra que, con semejantes motivaciones, a la Iglesia le haya llevado tanto tiempo condenar contundentemente la esclavitud y diversas formas de violencia. Hoy, con el desarrollo de la espiritualidad y de la teología, no tenemos excusas”.

Todo parecía ir muy bien, hasta que esta semana, el 14 de marzo, a través de un documento publicado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Vaticano decretó que la Iglesia católica no puede bendecir las parejas homosexuales porque Dios “no puede bendecir el pecado”.

Así que todo se quedó en los buenos deseos del Papa Francisco porque su Iglesia no va, ni irá al ritmo de la sociedad, y así, poco a poco, irán perdiendo fieles y más asociaciones religiosas incluirán a los que ellos desprecian o a los que simplemente no se sienten identificados, ya son cerca de mil 300 registradas en México. 

Una cosa es la Iglesia y otra la religión, es cierto, pero es imposible concebirlas por separado y más cuando algunos de SUS representantes están en el ojo de huracán, involucrados en casos de pederastia y de encubrimiento. 

Para el sociólogo y experto en religiones Bernardo Barranco, es la jerarquía católica la que impide el progreso de esta institución, que es la más antigua en la historia del hombre. Y son ellos los que abonan al alejamiento de sus fieles: “Los obispos carecen de dos factores básicos: proyecto y carisma”. 

Mientras tanto, en otros lugares del mundo se llevó a cabo un histórico encuentro entre el Papa Francisco y el líder chiita en Irak, hogar de una minoría cristiana que está “al borde de la extinción” debido a los conflictos armados. De más de millón y medio de cristianos, hoy sólo habitan esa región 250 mil.

En este lugar, devastado por el Estado Islámico, el Papa Francisco, en las ruinas de una Iglesia en la plaza de Hosh al-Bieaa, hizo un llamado a la unión y a la paz, sin importar la religión que se profese.