La gloria o el infierno

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La pandemia del Coronavirus COVID-19 ha matado a muchos mexicanos y amenaza con incrementar sus efectos en los días por venir.

Es un virus altamente peligroso que no distingue fronteras, raza, nacionalidad, sexo, edad ni condición social. Ataca virulentamente a cualquier persona y se propaga con facilidad y velocidad impresionantes.

Las naciones más poderosas, como Estados Unidos, China, Alemania, Francia, España o Inglaterra, están utilizando todos sus recursos para atender y detener esta contingencia sanitaria y los impactos económicos que está generando.

Es cierto que ni el gobierno ni los ciudadanos provocaron esta encrucijada; pero más cierto es que precisamente en estas circunstancias es donde se prueban los gobernantes. Estas son las duras y verdaderas pruebas de fuego para quienes desempeñan un servicio público.

En México, al igual que en algunos otros países, los desastres naturales hacen surgir lo peor y lo mejor de nosotros. Los efectos devastadores de un sismo o de un huracán, usualmente son seguidos de actos de rapiña, hurtos y saqueos, pero también de ayudas y apoyos solidarios.

A lo largo de nuestra historia, nos hemos enfrentado a muchas desgracias generadas por esos fenómenos naturales e, invariablemente, el comportamiento de la sociedad ha sido ejemplar, mientras que el de la clase política ha sido muy cuestionable.

Los tres órdenes de gobierno; los tres poderes de la federación y, en general, todos los que se dedican a la política, en lugar de promover la unidad nacional, profundizan la división territorial; en lugar de impulsar la solidaridad, evidencian el egoísmo; en lugar de la confianza, generan la duda. En lugar de estimular el uno para todos y todos para uno, incitan al todos contra todos.

Políticos que el virus ha desnudado exhibiendo sus miserias. Políticos sin sabiduría, sin valor y sin moderación; sin prudencia, sin fuerza y sin templanza. Gobernantes que muy poco o nada les ha importado resolver lo esencial; lo básico; lo elemental: que son la muerte y el hambre evitables.

Sin tino, pero sobre todo sin concierto, sin coordinación, deciden improvisada y atropelladamente sobre el destino de muchas familias mexicanas que todos estos días se debaten entre el miedo a morir infectados por haber salido de casa, y el pánico de desfallecer de hambre por encerrarse y no salir de casa. Es la disyuntiva mortal: Arriesgarse a morir saliendo o a sufrir guardando.

El quédate en casa fue una sentencia inmoral de arréglatelas como puedas. Fue lavarse las manos. Ningún gobierno debe obligar al resguardo sin acompañamiento económico para la subsistencia.

Ha resultado muy penoso y cuestionable la falta de colectividad, solidaridad y unidad ante este desafío a la nación.

Todos nuestros gobernantes, más perplejos que de costumbre, en lugar de impulsar una respuesta estructurada en un frente nacional unido contra la desgracia, han convertido a ésta en una grotesca oportunidad para lucrar y llevar agua electoral y personal a su molino.

Seguramente estarán muy seguros y tranquilos desde la comodidad que representa recibir puntualmente en sus cuentas un jugoso salario sin tener que rifársela en la calle día con día.

La duda razonable es, si al salir de esta emergencia sanitaria, su actuación los colocará en la gloria o en el infierno de la historia.