La fiesta de la ciudadanía

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En Tercera Persona

México tiene nueva presidenta.

Por primera vez en la historia de este país, la presidenta es una mujer.

En unos meses, ella recibirá de su predecesor una nación en la que masacres, narcomantas, ejecuciones, mutilaciones, cobros de piso, secuestros, extorsiones y desapariciones, se han registrado en exactamente 81% de los municipios.

En el que crimen organizado controla más de 30% del territorio nacional y en el que largos tramos de las carreteras que lo cruzan están fuera del control del Estado y en manos de grupos del crimen organizado.

Recibe una nación con una de las tasas de homicidios más altas del mundo: 25 por cada 100 mil habitantes, y en el que en el último sexenio se han contabilizado ya —al día de hoy—, 190 mil homicidios dolosos.

Un país en el que, probablemente, cuando ella reciba la banda presidencial, la cifra se habrá elevado a 200 mil.

Un país sumergido en una epidemia de violencia histórica, en el que en el día más violento del sexenio han llegado a cometerse 127 asesinatos y en el que el promedio de homicidios diarios es de 79: uno cada 20 minutos.

Tomará las riendas de un país en donde el narcomenudeo inunda los pueblos y las ciudades, y ha mostrado un incremento de 50% en los últimos años.

Un país en donde la percepción de inseguridad es en algunas regiones superior al 90%, y en donde decenas de miles de personas han sido desplazadas de sus lugares de origen por el crimen organizado.

Un país en el que el mal manejo de la epidemia de Covid-19 dejó 800 mil muertes, de las cuales 300 mil se pudieron haber evitado.

Un país donde, precisamente, la tasa de mortalidad evitable es la más alta de todas las naciones que forman parte de la OCDE (435 por cada 100 mil personas) y en el que más de 50 millones de personas dejaron de tener acceso a la salud.

Un país en el que los servicios de salud dejaron de dar 40 millones menos de consultas.

Un país con el menor gasto en salud en una década, y cuyos hospitales públicos fueron arrasados por una “austeridad” mal entendida: un país de hospitales en los que no solo es imposible practicar una cirugía, sino incluso realizar unos análisis o tomar una placa de rayos X.

Un país con una grave crisis de desabasto de medicinas.

Un país en el que las grandes obras faraónicas ideadas por su predecesor, el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas, la cancelación del aeropuerto de Texcoco y la construcción del aeropuerto Felipe Ángeles, al lado de las pérdidas económicas que provocó todo esto, causaron un despilfarro de entre cinco y seis billones de pesos.

Un país donde la educación se destruyó y cuyas ruinas fueron entregadas a leales e incondicionales marcados por la ignorancia y el desprecio al conocimiento.

Pero, sobre todo, un país dividido por el odio y la polarización, alimentados diariamente por quien había jurado gobernar para todos y gobernó solo para él y los suyos.

Ojalá que la primera presidenta en la historia de México llegue con ánimo, no de continuar la destrucción, sino de echar a andar la reconstrucción y, de manera urgente, la reconciliación.

Millones de personas salieron a votar el día de ayer en defensa de la democracia: desde que tengo memoria no había visto una participación y una motivación como las que se registraron en las urnas en la jornada electoral que acabamos de atestiguar: una jornada que llegó precedida por históricas movilizaciones ciudadanas en defensa de la democracia, de las instituciones, y del derecho al voto.

A pesar de que el número de casillas que no pudieron ser instaladas es el más alto desde el año 2000, a pesar de lamentables incidentes de violencia llevados a cabo en diversos lugares, tal vez la imagen que quedará en la historia es la de esas largas filas de ciudadanos que hicieron ver que las elecciones no fueron un simple “trámite”, sino una fiesta democrática en la que los verdaderos protagonistas no fueron los partidos ni los políticos, sino la ciudadanía.

Ojalá que ese espíritu democrático sea compartido por la primera presidenta que tiene este país. Ojalá que esa histórica jornada electoral sea el anuncio de que han quedado atrás los días de oscuridad, marcados por el odio, la mentira, la calumnia y el resentimiento.

Que sea el anuncio de que estos años siniestros han terminado: que encontraran su fin los días de sangre, de muerte, de avance criminal. Los días de odio y abrazos al crimen organizado.

 

AT

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