La ciudad imaginada: Gobernar la metrópoli

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El jueves 5 de diciembre se firmó el Convenio de Coordinación para la Zona Metropolitana de Puerto Vallarta y Bahía de Banderas, acuerdo que constituye un avance institucional muy importante para nuestra región al sentarse las bases jurídicas y técnicas para gestionar el espacio conurbado que tiene al turismo como la principal actividad económica.

Para la firma del convenio de coordinación se contó con la presencia de Román Meyer, titular de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (SEDATU) del gobierno federal, de los gobernadores Enrique Alfaro por Jalisco y Antonio Echevarría de Nayarit, así como de los alcaldes Arturo Dávalos y Jaime Cuevas.

Paralelo al establecimiento formal de la zona interestatal, se instaló la Red Nacional Metropolitana (ReNaMet), organismo deliberativo impulsado por la SEDATU, evento que facilitó la presencia de reconocidos especialistas en el ámbito metropolitano. De ellos, quisiera destacar a tres. El primero es Alfonso Iracheta, quien ha sido un sólido impulsor de las temáticas urbanas y metropolitanas de las últimas décadas; gracias a su trabajo, se consolidó la apertura de los IMPLANES (Institutos de Planeación Municipales) y la actualización del marco jurídico urbano a nivel nacional.

La segunda contribución corrió a cargo de Martha Schteingart, distinguida profesora del Colegio de México, quien ha trabajado la problemática de la ocupación diferenciada del territorio mediante la segregación y exclusión urbana.

La tercera personalidad que nos acompañó fue Roberto Eibenschutz, de la Universidad Autónoma Metropolitana y quien ha dedicado a analizar la producción social de la vivienda en los ámbitos metropolitanos.

Las ideas compartidas por estos tres expertos fueron ampliadas gracias a la entusiasta aportación de otros profesionales de los procesos metropolitanos. De ellas, vale la pena insistir en la complejidad que entraña la gobernación de los espacios que trascienden los límites administrativos de los municipios o estados, sobre todo en México donde todo parece desigual, ineficaz y caótico.

Si el acto de gobernar ya es complicado, imaginemos cuando hay que ponerse de acuerdo entre diferentes instancias para resolver las problemáticas comunes. Por ello, desde hace algunos años se ha venido modelando el concepto de “gobernanza metropolitana”, entendido como el acto de compartir la gestión territorial entre todos los actores, no solo del gobierno.

De esta manera, se vuelve imperativo fortalecer las capacidades de las instancias de administración pública, pero con un fuerte compromiso ciudadano para hacer avanzar la agenda metropolitana en un escenario de largo aliento.

Y esto es particularmente relevante dada la importancia que han tomados las metrópolis a escala mundial, al constituir los espacios donde se produce la riqueza de las sociedades contemporáneas. Pero por su misma condición, también albergan profundos desequilibrios que, de no ser atendidos, generarán tensiones y prácticas insostenibles.

Dado que los actores que participan de la gobernanza metropolitana son múltiples y de capacidades variadas, pueden trabajar entre ellos o defender sus intereses de manera mezquina. Por ello, la coordinación resulta clave. Por un lado, está la dimensión gubernamental (en sus diferentes niveles de actuación), con responsabilidades jurídicas e institucionales por cumplir como la gestión de los territorios complejos de la metrópoli.

También aparecen los colectivos sociales (ya sea vecinos, asociaciones o gremios) con injerencia y deseos de participar pero que suelen estar desarticulados para el trabajo colaborativo. Esta condición debilita la presencia de las agrupaciones en el gobierno compartido en las conurbaciones.

La economía y sus actores juegan un papel clave (quizá demasiado importante en estos momentos) por el afán de crecimiento y acumulación mercantil, trastocando a los paisajes metropolitanos que se tornan gelatinosos. Al menos en el caso mexicano, la Constitución precisa la rectoría del Estado en estos temas, pero en la práctica, son los intereses económicos quienes imponen la agenda.

Otro sector que podría fortalecer al gobierno de la metrópoli es la academia, dada su capacidad de análisis e innovación en las prácticas, fortalecidas por el desinterés en sacar provecho de los re- cursos territoriales. En México, hemos dejado pasar el modelo de la “triple hélice”, que faciliten la disposición de conocimiento nuevo en las ciudades.

La naturaleza debería estar integrada en la gobernanza metropolitana al albergar a la vida humana y su capacidad de reproducción y sostenimiento de la vida urbana.

Y finalmente, hay actores “invisibles” que participan de la toma de decisión en el ámbito metropolitano; uno de ellos es el hampa, constituidos como un poder clandestino pero que dispone de múltiples capacidades para negociar con el poder y para salirse con la suya.

Es muy complicado visualizar la trama de relaciones que tejen los participantes de la gobernanza metropolitana, al ocurrir en diferentes niveles, con objetivos diversos y prácticas variadas. Pero habrá que encontrar los mecanismos efectivos de articulación para que la gobernación de los territorios conurbados ocurra con la mayor eficacia y pertinencia posible.

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