Insuperable
México es un país hermoso: la gran mayoría de la gente tiene un enorme corazón. Nuestros visitantes saben que aquí encuentran una hospitalidad cálida y genuina, una cultura vibrante y una historia milenaria; sin embargo nuestro país también ha sido víctima de difíciles vicisitudes.
Desde finales de la época prehispánica, esta nación ha sido víctima de un saqueo despiadado. Durante tres siglos toda la riqueza que producía nuestro inmenso país se iba directamente a la Corona española; después de la Independencia los Estados Unidos nos arrancaron la mitad del territorio y después de la Revolución se creó una clase política que ha sido la encargada de diezmar sin misericordia al país.
También somos el país del ya merito; del error frustrante. Como una metáfora de esto ahí está la reciente y decepcionante experiencia de nuestros equipos de futbol.
La selección se enfrenta a Estados Unidos en la final de la Copa de Oro y después de 117 minutos de juego, un gol echa por la borda las aspiraciones tricolores; en los Juegos Olímpicos de Tokio, también después de 120 minutos Brasil nos echa para afuera en penales.
Esto es sólo una referencia alegórica de lo que ha sido la historia de México: Cuando Miguel Hidalgo y sus huestes estaban más fuertes y enardecidos que nunca, con la oportunidad de avanzar hacia la Ciudad de México y partirle toda su mandarina en gajos al ejército Realista, nadie sabe por qué el Padre Hidalgo reculó y se dirigió mejora Guadalajara; esto le costó, literalmente, la cabeza: permitió a los realistas recomponerse, agruparse y salir tras de él para masacrarlo.
Somos el país de la frustración, del fiasco, de la decepción. Cuando Francisco I. Madero entró triunfante a la capital del país, después de que Porfirio Díaz se había rendido y exiliado, convocó a elecciones y ganó por abrumadora mayoría.
“La Revolución ha terminado”, proclamó, pero las principales contradicciones persistían; los campesinos seguían explotados por los hacendados, el nivel de vida de las clases pobres era atroz, entonces surgió desde el sur una voz, la de Emiliano Zapata quien bajo la proclama ¡Tierra y Libertad! reviró: “La Revolución apenas comienza”, y se vinieron más de seis años de cruenta guerra intestina que desgarró al país y cobró un millón de vidas.
Esto viene a colación porque pareciera ser que la historia de México es circular. Después de 70 años de dictablanda priista, en el año 2000 Vicente Fox se alzó con el triunfo y muchos creyeron (o creímos) que las cosas por fin iban a cambiar. Nuevamente, el fiasco. Hubo algunos cambios, pero cosméticos, no estructurales, le heredó el poder a Calderón quien metió al país en una especie de mini-guerra civil que costó más de 50 mil vidas. ¿Por qué no en vez de declararle la guerra al narco se la declaró a la pobreza, a la miseria? Misterio. Llegó el PRI otra vez con Peña y el grupo Atlacomulco con las uñas y los dientes súper afilados para llevarse lo que les faltó, y después de ese sexenio infausto arribó al poder el eterno aspirante, el expriista Andrés Manuel López Obrador.
Otra vez la ilusión, otra vez la esperanza, la convicción de que ahora sí, por fin, las cosas cambiarían. Y sí, a muchos nos parece que cambiaron, pero para empeorar. El presidente superó a sus antecesores con mucho: da claros visos de ser tan “ocurrente” como Peña Nieto, tan decepcionante como Fox y tan corrupto como López Portillo.
Ha militarizado el país mucho más que Calderón y tiene no uno sino dos hermanos incómodos encargados de pasar la charola, al estilo de Raúl Salinas. Todo un caso. Superó todos los récords. Y él lo sabe. Pareciera ser que sólo está estirando la liga para ver cuánto aguanta el pueblo. Esperemos que, como ha pasado en otras épocas de la historia, México sea capaz de salir adelante. El camino es difícil, pero no imposible.