¿Guantánamo en el Capitolio de Washington?

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A partir de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos se generó una nueva doctrina de control político y militar que llevó a George W. Bush a establecer la Ley Patriota, que en los hechos hacia del estado de excepción la regla.

El punto central de la Ley Patriota consistió en la abrogación del habeas corpus, colocando a los militares a la cabeza de tareas de seguridad nacional y policial. En otras palabras, bajo el esquema de la lucha contra el terrorismo se profundizó la pérdida de garantías constitucionales.

Guantánamo, el lugar de ocupación americana dentro de Cuba, fue el lugar par excellence en donde las torturas fueron autorizadas para sacar confesiones o declaraciones que tuvieran información para los sistemas de inteligencia.

Después de la caída del muro de Berlín y el deshilachamiento de la Unión Soviética, la Guerra Fría se vino a bajo, lo que produjo una necesidad histórica dentro de la hegemonía norteamericana para la reconfiguración de su superioridad en el mundo.

La guía que siguieron los principales asesores de la Casa Blanca fue enfilarse en el conflicto contra Oriente, bajo la matriz de un presunto choque de civilizaciones que daba pie a mantener el conflicto global, debido a las grandes diferencias culturales, que por principio serían irreconciliables, y por lo tanto en aquellas regiones de conflictividad la intromisión de Estados Unidos sería un derecho para evitar el derrumbe de Occidente.

Pero en la planificación de este nuevo escenario no se contaba con el estallido de la peor crisis económica de los últimos 40 años, la crisis económica de 2008 vino a ser un parteaguas porque al mismo tiempo se mostraba el agotamiento del modelo neoliberal en todo el orbe.

Esta crisis epocal tal como la caracterizó Luis Arizmendi, que además incluía una inédita crisis ambiental mundializada, un aumento de la pobreza mundial y una de las peores crisis alimentarias, generó un cisma en el proceso político interno no nada más de los países del tercer mundo sino principalmente dentro de los países del primer mundo, con Estados Unidos a la cabeza.

El gobierno de Barack Obama no pudo resolver la disyuntiva histórica en la que se encuentra actualmente el mundo, más bien cedió ante el sistema financiero americano y tuvo que llegar al rescate de los grandes bancos.

Al inicio de su presidencia muchos tuvieron la impresión de que se estaba comenzando el abandono del neoliberalismo para construir un nuevo estado de bienestar neokeynesiano.

El resultado fue devastador para la presidencia de Obama, ya que la falta de perspectiva histórica para contener los efectos de la crisis económica en curso permitió la producción de un nuevo discurso de extrema derecha que apoderó de la presidencia con Donald J. Trump.

Este discurso de la conspiración que ha venido construyéndose con los años, y cada día tiene mayores seguidores, basta ver hasta hace pocos días la red social Parler para darse cuenta de que este no es el fenómeno de un solo individuo sino de toda una sociedad.

Uno de sus principales ideólogos fue precisamente Steve Bannon, que alentó a los seguidores de Trump a mantener la defensa de la “Constitución y el derecho al voto”, y que ha logrado establecer una red de partidos políticos en toda Europa, como por ejemplo VOX en España. Esto quiere decir que el fenómeno no nada más es local, sino que envuelve a todo el mundo.

Dos fenómenos más vinieron a exacerbar la débil condición de la economía. Uno es la aparición del virus SAR-COV-2 y la enfermedad que provoca que es la COVID-19.

Esto hizo que por lo menos en Estados Unidos el golpe fuera muy duro a la mayoría de su población, y es que la plataforma que tenían para enfrentar ese proceso estaba basada en una política neoliberal en donde sus capitales habían abandonado a los trabajadores, y a partir de la deslocalización industrial pudieron llevar sus empresas a aquellos países en donde la sobreexplotación laboral les permitiera mejores rendimientos llevando a la disminución de empleos en Estados Unidos, así como una pauperización de la clase media, sobre todo la que representan los WASP (Blancos, Anglosajones y Protestantes).

Ese fue uno de los motivos de Trump para no detener la economía a pesar del aumento de los casos y las muertes por la COVID-19, y al mismo tiempo alentar a su base social al resentimiento de aquellos que les habían provocado la condición.

En esta doble pista, no solo bastaba golpear al enemigo interno del establishment neoliberal, sino que también aprovechó para dictar sin ninguna base científica y más bien de orden geopolítico, que el culpable del virus fue China.

El sorprendente crecimiento económico de China a pesar de la pandemia, y que a mantenido durante muchos años a través de su despotismo muestra que está a punto de desplazar en términos económicos a Estados Unidos como potencia, no así en términos militares.

Trump pudo presentarse como un outsider en la medida que su enfrentamiento con el establishment neoliberal le daba condiciones para producir un discurso funcional a la guerra económica con China.

Pero después de los sucesos del Capitolio, y al mantener su postura de haber sufrido un fraude electoral, lo que está claro es que el enfrentamiento interno apenas comienza, y está lejos de resolverse. Inaugurando así un periodo de inestabilidad en medio de la catástrofe actual.

Hay algo perturbador en el ambiente, y es que la oligarquía tecnológica ha decidido desafiar a un presidente en funciones, colocándose por encima del estado más importante para el capitalismo mundial.

Así como la presión porque Trump sea inhabilitado políticamente en un inédito segundo juicio de impeachment incluso habiendo dejado la presidencia o a través de la 25 enmienda para ser despojado del cargo.

Parece ser que aquel instrumento que produjeron para justificar la guerra en Irak, con las inexistentes pruebas de armas de destrucción masiva, hoy se ha vuelto un arma domestica. Es decir, quizás estemos ante la llegada de Guantánamo al Capitolio en Washington.

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