El feminicidio de Ana María, un horror que se repite

0
1315
En Tercera Persona

Hubo una primera señal. Fue la desaparición de una laptop en la que la joven Ana María Serrano Céspedes, estudiante de medicina de 18 años de edad, había estado trabajando hasta horas avanzadas de la noche, el domingo 10 de septiembre.

Según relató ella misma, a la mañana siguiente la computadora ya no estaba. Se lo contó a sus familiares y salió más tarde rumbo a la escuela.

De acuerdo con la investigación de su feminicidio, es probable que durante una fiesta de alumnos del Colegio Alemán que pronto iban a salir del país para irse a estudiar al extranjero, Allan “N” —con quien Ana María acababa de terminar una relación sentimental de año y medio—, se haya enterado de que ella se encontraba sola en su domicilio: luego de haber pospuesto, a causa de la pandemia, un viaje de aniversario a Europa, sus padres se habían decidido al fin a realizarlo.

Cuando todo ocurrió, se hallaban en Roma.

Allan, quien cumpliría 19 años cinco días después del feminicidio, fue captado por cámaras de vigilancia en las inmediaciones de la casa de Ana María, en el fraccionamiento Condado de Sayavedra, la madrugada del 11 de septiembre.

Llevaba cubrebocas y una gorra de color azul marino. Se desplazaba en un Kia sin placas, que le habían obsequiado con motivo de su graduación.

Las cámaras de vigilancia resultaron cruciales para vincular a proceso a Allan “N”. Probaron que este, a quien la madre de Ana María describe como “un muchacho tranquilo, el mejor alumno de su generación”, había regresado al domicilio el martes de 12 de septiembre hacia la una de la tarde a bordo del mismo Kia –que en esta ocasión sí llevaba placas.

Allan habló con una trabajadora doméstica. El testimonio de esta persona indica que le preguntó por Ana María, que la trabajadora indicó que la joven había salido, y que Allan actuaba de modo extraño.

Volvió ese mismo día a las 6 de la tarde, la hora en que se presume que la privó de la vida.

La madre de Ana María, Ximena Céspedes, directora de comunicación interna de la Coparmex, relata que ese día tuvo la última comunicación con su hija. “Acababa de llegar a la casa y se iba a poner a estudiar”. Cuenta que a las dos de la mañana –hora de Europa— la despertó una llamada realizada desde un número desconocido. La llamada no entró. Como en México aún era temprano, aprovechó para comunicarse con su hija.

“Todo fue extraño. Ana María no respondió. Luego me llegó desde su teléfono un mensaje todavía más extraño: ‘Espérame tantito’. Unos 15 minutos después llegó un segundo mensaje en el que supuestamente mi hija anunciaba su suicidio y se despedía de nosotros. No había nada, absolutamente nada que indicara que ella pudiera hacer algo así”. La señora Céspedes le pidió a un vecino que fuera a su casa a investigar, pero “ya no había nada qué hacer”.

El cuerpo estaba en la recámara con señales de asfixia. La fiscalía cree que la escena se manipuló para simular que la joven se había suicidado con los cordones de las cortinas. No había señales de violencia. La cerradura no estaba forzada. En la habitación nada indicaba que se hubiera dado una pelea.

Pero en ese sitio estaban la gorra y el cubrebocas. El abogado de los padres de Ana María sostiene que el agresor “los dejó olvidados”. La cámara registró la salida de este, con el rostro cubierto por una máscara. La madre de Ana María asegura que en dichas imágenes se reconoce completamente que Allan estuvo en su domicilio. Por lo demás, el registro del automóvil no deja dudas.

Allan le había estado enviando a Ana María mensajes cada vez más insistentes, en los que le pedía que regresara a su lado. Le había pedido que bajara de las redes fotografías en las que aparecía al lado de otro joven; le enviaba regalos, intentaba hablar con ella. Le pidieron que lo bloqueara. Ana María les comunicó más tarde a sus padres que finalmente él “ya se había tranquilizado”.

Llegó entonces el martes 12 en que todo ocurrió.

El Kia fue localizado en una casa de Atizapán, en el Estado de México. Lo hallaron el 16 de septiembre. Allan había huido a Malinalco. Luego de que uno de sus domicilios fuera cateado, se entregó a las autoridades.

El caso no se había hecho público hasta que, tras la detención, la señora Céspedes pidió aparecer en redes para dar testimonio de su caso. Se trató de un doloroso video que cerró con estas palabras: “Ana María ya descansa en paz, pero todos aquellos que la conocimos no lo haremos, hasta que se haga justicia, no quede impune el hecho y se acaben los feminicidios en México”.

Allan fue vinculado ayer a proceso. Detrás de la pecera de cristal blindado en la que compareció, se le vio callado, cabizbajo, tranquilo.

El abogado de la familia dice que es horrible lo que están viviendo los padres de Ana María, que es horrible lo que deben estar viviendo los padres de él, y que debe ser horrible también lo que está viviendo el propio imputado.

Es el horror que se ha repetido 4,551 veces a lo largo del sexenio.

Es el horror que se ha vivido cerca de 500 veces en lo que va de 2023.

Es el horror en el que está metido un país en donde se cometen dos feminicidios diarios y cuyos números exhiben —cito el artículo de Francisco Rivas publicado ayer en EL UNIVERSAL— el desmantelamiento del aparato institucional de protección a la mujer, el fracaso de las autoridades para hacer realidad lo plasmado en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.

Volvió a ocurrir. Sucedió una vez más. La madre de Ana María pide que la muerte de su hija no se quede solo en una frase, en una nota de coyuntura: “Que no quede impune el hecho y se acaben los feminicidios en México”.

Autor