“Esas no son formas”

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Desde pequeña, me tocó escuchar esa voz impositiva sobre cómo hay que comportarse; que te pide callar cuando se trata de “pláticas de adultos”; e interpretar el abuso como una condición del hombre que se rige por sus “impulsos” y no puede controlarse. 

Hoy pienso en los melodramas televisivos (telenovelas) que a muchas personas de mi edad educaron: el repetido acto de una mujer que humilla a otra, por el mero placer de sentirse superior;  la importancia de esperar al príncipe azul; de casarse antes de los treinta, y otros planteamientos parecidos que en la adolescencia no se cuestionan, sino que se toman como aspiraciones legítimas e ideales.

En fin, la telaraña en mi cabeza, cuando se desbarata, sigue tejiendo.

También pienso en las canciones con las que crecí; por ejemplo, cuando Irán del Castillo decía algo así:

“Yo por él me acostumbraría a perder, juro que lo haría, yo por él cambiaría de nombre, de ropa, de amigos, dormiría a sus pies”. 

Al repasar estas frases, me parecen sacadas de un cuento de terror. Por qué “el amor” tiene que ser esclavitud, y estar al servicio de un amo, cómo un objeto de baja ralea. 

Hablando con amigas (porque nunca me atreví a contarle algo así a mi madre), un día les compartí un pasaje de mi vida muy desagradable: 

En la secundaria, al caminar para tomar el camión de regreso a casa, un hombre me increpó desde su auto. Me preguntó cómo llegaba a una calle del rumbo. 

Al acercarme, me di cuenta que el hombre se estaba masturbando. Después de que terminé de contar mi asquerosa experiencia, mis amigas confesaron que habían pasado por situaciones similares. 

Cuántos años callamos estas cosas, mientras la culpa nos invade, o terminamos creyendo que se trata de algo “normal”. 

Hoy, más que nunca, creo que ninguna adolescente, con su uniforme de escuela o sin él, debe sentir este tipo de agresiones, por el mero hecho de ser mujer. 

Lo que me ocurrió parece un poco bobo comparado con la violencia que viven miles de mujeres todos los días: feminicidios, golpes, violencia verbal, trata infantil… 

De acuerdo con la información de El País, solamente 142 mujeres fueron declaradas víctimas de feminicidio en México, de un total de 447 asesinadas entre enero y febrero; lo que significa que solamente 30 por ciento de esas muertes violentas, se clasificaron como feminicidio.

El INEGI confirma que, en promedio, 10 mujeres pierden su vida cada día a manos del machismo. 

En clase con chicas de secundaria me hicieron pensar en un hilo de twitter “Esas no son formas”. Seguí el hilo. 

Compara la celebración de los aficionados por el campeonato del Cruz Azul, con las marchas feministas. 

Como se ventiló en todos los medios, cantidades enormes de fanáticos salieron a las calles a celebrar, con desmanes, el fin de una sequía de 23 años sin poder alcanzar el campeonato. 

Los medios de comunicación y los mismos usuarios de redes sociales vitorearon el triunfo. Muy diferente es el tratamiento que dan a las marchas feministas, juzgadas con lupa. 

Cuestionan a las mujeres todo el tiempo solamente porque salen, porque rayan, porque exigen que no nos maten y violenten. 

Sé que son espectros distintos, mucho recae en los motivos; pero si hablamos de la congregación de personas en un espacio físico, no se entiende el porqué a las mujeres, todo el tiempo, se nos reprocha el salir a las calles. 

En fin, comparo a mi generación con las adolescentes de hoy que no se quedan en sus casas, viendo telenovelas, o creyendo todo lo que les dicen en la televisión; por el contrario, se cuestionan, se informan y están dispuestas a hacer ver a sus compañeros que “esas sí son formas”. 

Las escuché molestas y apasionadas, y me di cuenta que si algún día ellas caminan con su uniforme de secundaria pueden correr peligro, pero siempre tendrán en ellas mismas, a la primera persona que las defienda y rompa con la violencia normalizada.

Ilustración: mapashe1312