En defensa de la UNAM

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Así como México tiene dentro de sí una multiplicidad de Méxicos, la UNAM no es la excepción. Dentro de ella conviven, en el marco de la pluralidad y diversidad varios proyectos educativos y escuelas del pensamiento, unas veces se revelan con mayor fuerza otras tantas se van disminuyendo sus voces, sin extinguirse, aún con su marginalidad. 

El que convivan no significa que no exista una relación de poder entre los mismos, al contrario, hay proyectos hegemónicos, que de forma soterrada la mayoría de las veces van construyendo su propio proyecto de dominación universitaria subordinando a los otros. 

Se ha querido proyectar la imagen de que la Universidad Nacional es un oasis dentro de la república, una especie de lugar dotado de poderes de excepcionalidad, en donde ahí no transcurre ni afecta el transcurso de la política. Cosa más alejada de la realidad. La UNAM es un torrente que alimenta la vida pública de nuestro país. 

En los últimos años, específicamente en el periodo neoliberal, uno de los proyectos hegemónicos de la Universidad, el que se refiere a su parte realista la que niega que existan otras opciones más que la de entregarse de lleno al proyecto económico en curso, su parte más cínica, asumió disciplinar los demás proyectos que se le contraponían al proyecto de despojo que emergieron en todo el mundo. 

Asumieron el dogma de que no había otra solución planteada por Thatcher y Reagan y se lanzaron al despojo de lo público. Y ahí empezó un desmantelamiento profundo, que enfrentó resistencias, pero que avanzó paulatinamente hasta llegar al punto actual en donde la crisis de legitimidad de sus elites es innegable y el desastre educativo nacional es sumamente palpable. 

La forma de gobierno de nuestra Casa Máxima de estudios es profundamente antidemocrática. No existe democracia real, de hecho, en los intentos de más avanzada en la década de los 80 fue desarticulada, los consejos técnicos paritarios. En donde los estudiantes hacían suyo el proyecto de la Universidad y resolvían entre iguales con la academia y las autoridades.

Lo que existe es un proyecto elitista que no representa el sentido de una sociedad democrática, en donde una junta de gobierno define al rector, y el rector se encarga de definir a los directores de Escuelas e Institutos de Investigación, y estos últimos los encargados de definir a los miembros de la junta de gobierno, es decir, todo un mecanismo de complicidades y favores políticos en donde la comunidad universitaria no es tomada en cuenta. 

La reforma universitaria planteada por el movimiento del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) que debió devenir en una Ley Orgánica a través del Congreso Universitario que resolviera la antidemocracia universitaria no tuvo futuro justamente por la necesidad de esta nueva clase política alineada al salinismo.

Se paró el Plan Carpizo que pretendía acabar con el pase automático reglamentado y elevar las cuotas de ingreso y reinscripción, pero no pudo lograr la transformación democrática de la UNAM. 

Esto le ha permitido a la clase política que gobierna la Universidad dirigir los caminos de ésta sin la necesidad de dialogar con las demás posturas existentes dentro de la academia. Hay una desconexión aguda.

Por ello, durante todo este periodo se ha vivido un ataque directo a las escuelas de pensamiento, que, al parecer de estas elites, se volvían innecesarios para la vida laboral, su inserción, desde su punto de vista, era un problema que debía resolverse desechando de su corpus académico para no tener que lidiar con sus incómodos discursos.

Así empezó una larga trayectoria, que aún permanece, de ataque a sus posturas más críticas. En el seno de la academia. 

La radicalidad de este discurso cínico se mostró sin máscaras ni simulaciones en el intento de privatizarla en 1999. La respuesta estudiantil fue decisiva para detener el avance de las políticas dictadas en el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, es decir, no en las aulas de las Facultades.  

Hay dos efectos que son importantes explorar de lo que se ha producido en este periodo. Por un lado, Salinas de Gortari pudo operar con éxito el proyecto de privatizaciones de las paraestatales justo porque pudo cooptar a varios intelectuales, lo hizo a partir de generar una estructura académica en la que las becas se volvían parte fundamental del ingreso docente. 

Se pudo atacar el salario directo mientras se incluía un sistema de premios al silencio, una especie de omertà.

Es así como se logró la precarización laboral en todo el sistema de la educación superior construyendo una burocracia dorada a la que se le dejó manejar el presupuesto sin ningún control de la sociedad ni ningún tipo de transparencia, junto con una nueva elite académica, que no necesariamente tenían que ver con grandes aportaciones a la ciencia o al conocimiento sino con la subordinación que hacían de estas al proyecto neoliberal.  

Por otro lado, durante lo que va del siglo, la UNAM y las instituciones de Educación Superior guardaron un silencio criminal ante el ataque a la juventud. En promedio, tan sólo 1.8 de 10 jóvenes en edad de cursar la Universidad eran aceptados en sus aulas, el otro 1.2 podían hacerlo en la educación privada.

Desperdiciando así el boom demográfico de jóvenes que tuvimos. Esto fue una verdadera masacre educativa, con siete de cada diez jóvenes enviados, en la mayoría de las veces, a las garras del crimen organizado, desde el poder se les puso el mote de ninis, ocultando el resultado de sus políticas públicas de desfinanciamiento. 

Decir que la burocracia dorada no ha utilizado para fines políticos a la Universidad es manipular de forma muy grotesca.

Es por ello que comparar las críticas que vienen desde el presidente López Obrador con los actos de represión violenta que realizó Díaz Ordaz es francamente demagogia pura que busca ocultar la responsabilidad de esta casta universitaria en la crisis política, social y económica en la que se encuentra el país. 

El proceso de disciplinamiento dentro de la Universidad Nacional es ante todo económico como bien lo denunció el movimiento de profesores de asignatura, quienes deben de sobrevivir con salarios precarizados. Acceder a mejores condiciones está supeditado no al rendimiento académico sino a la pertenencia o no de un grupo de poder al interior. 

Peor aún, en plena efervescencia del movimiento feminista en México, grupos ligados al porrismo dentro de la UNAM intentaron calentar la Ciudad de México para que la violencia se pudiera desplegar contra el actual gobierno conectándose con lo más rancio de la ultraderecha. Para nadie es un secreto que justamente estas elites han vendido la gobernabilidad de la UNAM como la estabilidad del país. 

Incluso han utilizado las demandas del movimiento justamente para establecer una violación al estado de derecho, sin respetar el debido proceso y la garantía constitucional de la presunción de inocencia, las autoridades de la UNAM se han erigido como el doble del poder judicial para determinar desde sus pactos cupulares quien debe o no debe ser sancionado. Utilizando este nuevo esquema para seguir subordinando a su interior voces disidentes. 

Todo esto puede ocurrir justamente porque han logrado detener hasta el momento la democratización de la Universidad Nacional, que hoy es un pendiente que debe retomarse para poder lograr que todas las voces dentro de la diversidad y la pluralidad puedan seguir existiendo sin el amago de ser silenciadas debido sus críticas a la devastación que nos han heredado.

Por una Universidad pública y gratuita es momento de salir en su defensa.

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