El tiempo de la democracia en América Latina

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El mito del milagro chileno propagado por el economista Milton Friedman se ha hecho pedazos. El golpismo militar que se vivió durante el siglo pasado en América Latina no sólo iba acompañado de Juntas Militares que reprimían cualquier intento de democratización de las instituciones, junto a ellos, iban los Chicago Boys que tenían como tarea específica implementar de forma autoritaria el neoliberalismo.

Era una pinza, los militares imponían una represión sin precedentes y los economistas americanos despojaban de la riqueza chilena a la nación. Se justificaba la dictadura con la promesa de que los chilenos tendría un alto nivel de vida si solo si aceptaban todas las contrarreformas neoliberales para privatizar el conjunto de empresas paraestatales, esto quiere decir, entregar a manos de capitales privados el dominio de la industria nacional, y especialmente, el dominio sobre los recursos naturales estratégicos.

El 11 de septiembre de 1973, el cobarde y traidor Augusto Pinochet junto con los Chicago Boys bombardearon la moneda para derrocar al presidente Salvador Allende y acabar con la democracia en Chile. Margaret Thatcher y Ronald Reagan iniciaban así una etapa muy oscura para América Latina, ya que esto alentó a toda la región a la realización de golpes de estado por la vía militar y así, controlar a las sociedades durante el desmantelamiento del estado de bienestar.

A partir de la crisis de 2008 se agudizaron los problemas económicos de la región latinoamericana. Al no existir un mecanismo de defensa para resistir la crisis económica, los estados latinoamericanos que habían sido disciplinados autoritariamente en la doctrina de Friedman, no tuvieron forma de responder a las sociedades que estaban siendo golpeadas por los graves efectos que atrajo la caída de la economía mundial.

El agotamiento del modelo neoliberal abrió una serie de contradicciones en todas las sociedades en el orbe, que han generado diferentes tipos de respuestas, en América Latina la movilización social contra el despojo y expolio que se produjo durante este período ha sido una constante. Lo que resulta interesante para el continente, y contra lo que han intentado una y otra vez actuar contra ello, es que las organizaciones y el movimiento social definieron como ruta la vía pacífica, y que el conflicto social se dirimiera en las urnas. Acudieron a recuperar lo que se les arrebató con sangre.

Es por eso tan lamentable el papel jugado por la misión de observación electoral de la Organización de los Estados Americanos, que avaló un golpe de estado en Bolivia, interviniendo en la vida de ese país fabricando la idea de que se había cometido un fraude. Luis Almagro pensó que si lograba derrocar por la vía militar de nueva cuenta a un gobierno en América Latina se repetiría la historia que inició en los setenta. La manipulación electoral que hizo esta misión hoy ha quedado más que demostrado ya que nunca hubo fraude. El uso de la OEA para operar golpes de estado está de vuelta.

Lo sorprendente ha sido la salida política que el movimiento social logró construir en un tiempo muy corto. Y es que, aquí se juntan dos tiempos históricos, uno de larga duración y otro que apenas alcanzamos a observar y que está aún definiéndose.

Por un lado, el tiempo de larga duración nos puede dar cuenta que el golpe militar chileno y el mantenimiento de sociedades dominadas por la fuerza militar ha generado un rechazo que se ha vuelto parte de la conciencia social. La promesa neoliberal de la necesidad de realizar todos los recortes en gasto social para tener una vida mejor ha quedado evidenciada como lo que es: una gran manipulación histórica. El fracaso neoliberal consiste, además, en que ya no ha podido presentarse como una salvación para los pueblos que hoy padecen la crisis. En América Latina se sabe que es el neoliberalismo el responsable de la situación actual, que ha destruido los sistemas de salud, las pensiones, la educación, la vivienda, los salarios, los ahorros y un largo etcétera, dejando sin posibilidades de progreso a una generación entera de jóvenes.

El otro tiempo, el que aún empezamos a notar cómo se apertura, consiste en el desafío que representa la construcción de sociedades cada vez más incluyentes, que se nieguen a seguir el “dejar hacer y dejar pasar” del neoliberalismo, sino que se intervenga para que el mercado no defina los muertos y los heridos. Es un tiempo que busca ampliar los sistemas de salud, más aún en estos momentos de pandemia, en donde ha quedado claro el colapso que significó privatizar estos servicios y tratar a los enfermos como clientes, en lugar de instalar la salud como un derecho.

En este tiempo, la movilización social ha decidido ser consultada, en ello radica su fuerza transformadora. Es así como Almagro al no entender este nuevo escenario fue derrotado en Bolivia. Ante la nueva modalidad de golpe de estado blando, que incluye a las fuerzas militares, pero no se basa nada más en ella, se tiene que recurrir a fuerzas sociales para presentarlas ante los medios de comunicación como una maniobra para ocultar la represión.

No se cayó en la trampa que habían impulsado los que operaron la manipulación de denuncias de fraude desde la OEA, ni en la que promovió el feminismo golpista y mucho menos en contestar con medidas violentas la represión o las masacres realizadas por el ejército en Senkata y Sacaba. La sociedad se movilizó por dirimir el conflicto democráticamente, y esto es lo que se ha buscado desprestigiar en este nuevo modelo de golpes blandos en la región.

Chile despertó gracias a gente como la abuela machupe Nancy que gritó “basta de abusos hasta aquí llegaron”, que aún con la esperanza de que para ella no existe esperanza, pero sí para su hija, su nieta, su vecino chiquitito y su comunidad pueda ser incluida en el nuevo pacto social que significa la construcción de una nueva constitución. La constitución de Friedman y Pinochet ha quedado derrotada ante la movilización de jóvenes en búsqueda de esa esperanza perdida, y es que cuando no tienen nada más que perder, perdieron el miedo hasta de los militares.

Todo comenzó por unos jovencitos de secundaria que se saltaron el torniquete como protesta por el alza del pasaje del tren subterráneo, que afectaba el bolsillo de sus madres, padres y abuelos.

El cantautor y poeta Víctor Jara fue asesinado por los militares en ese septiembre negro de 1973 en uno de los vestidores del Estadio Nacional, antes de morir escribió: “¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!… /Así golpeará nuestro puño nuevamente. / Canto, que mal me sales / cuando tengo que cantar espanto.” Nos llega una postal desde el Estadio Nacional, el pueblo ha salido masivamente a votar a pesar de la pandemia. En Chile y en América Latina se ha perdido el espanto, es hora de empezar a abrir las Alamedas.