El milagro de Berna
El pueblo alemán había sido protagonista en la historia mundial ya en dos ocasiones, aunque en el papel de antagonista durante la primera y segunda guerra mundial. Ambas derrotas significaron un antes y después en la cultura alemana. El espíritu nacionalista y la autoestima de los germanos estaban por los suelos. Era notorio que eran un país muerto en vida. La FIFA le había negado la participación en la copa mundial de fútbol de Brasil 1950, pero finalmente decidieron permitirles jugar la edición de cuatro años más tarde en Suiza. Y ahí, la historia del seleccionado teutón estaría por dar un giro de 180 grados.
Alemania arribaba a la cita mundialista con el repudio y rencor de muchos países. Aunque ya habían pasado años de las grandes guerras, las destrucciones y las millones de muertes no pasaban al olvido. La gente veía en aquellos jugadores un reflejo del hombre y el ejército que sumió a Europa y el mundo en caos y oscuridad. Sepp Herberger, el entrenador de aquel combinado no tenía la tarea de levantar el campeonato, sino más bien limpiar la imagen de la sociedad alemana en aquel torneo. Se lo debían a su pueblo, que buscaba un empuje para salir adelante. El error de sus antepasados, no debía ser carga para las nuevas generaciones.
El mundial ni siquiera comenzaba y Alemania ya tenía mala suerte en el sorteo. Le habían colocado en el grupo 2, junto a la poderosa Hungría de Puskas, una buena selección de Turquía y una debutante Corea del sur. Sin embargo, el pueblo alemán quería creer en sus once héroes. Los alemanes comenzaron derrotando 4 a 1 a la selección de Turquía en Berna. Las expectativas crecían pero recibirían una helada cubeta de agua en la cabeza con el siguiente duelo. St Jakob Stadion fue testigo del partido más humillante en la historia de Alemania. El equipo húngaro le derrotó 8 a 3, en un partido totalmente dominado por el equipo dirigido por Gustav Sebes. Kocsis marcaba un póker de goles, Hidegkuti un doblete, Toth se hacía presente y uno para Puskas, quien en su faceta más creativa, retrasaba su posesión para impulsar el juego del delantero centro del equipo. Los alemanes perdían las posibilidades de clasificar como primero, pero aún tenían una oportunidad contra Turquía por el desempate. Ocasión que no fue desperdiciada, ya que con 7 a 2, los alemanes terminarían clasificando.
Como segunda de grupo, terminó pasando a cuartos de final, donde se vería las caras a una Yugoslavia que tras derrotar a Francia había pactado un empate con la selección brasileña que le aseguraba en la siguiente ronda. Tras un tempranero gol de Horvat al minuto 9 y uno de Rahn al 85, los alemanes le pegaban a los yugoslavos. El siguiente rival fue Austria quien puso poca resistencia cayendo 6 a 1. Fritz Walter, el mediapunta y estrella del equipo terminaría marcando un doblete desde la vía penal.
Alemania, un país que no era protagonista en el fútbol y destrozado por las consecuencias de la segunda guerra mundial estaba en la final y enfrente el equipo más poderoso del planeta, el favorito, los antecesores del fútbol total y quienes le habían propinado una paliza unas semanas atrás. El 4 de julio de 1954, los teutones tenían la difícil tarea de derrotar al equipo de Puskas.
El Wankdorfstadion de Berna sería testigo de una final de goles, mucho fútbol y de gran fama histórica. Fritz Walter saludaba al capitán Ferenk Puskás y ambos mediapuntas esperaban lo mejor para su país. El panorama para los alemanes no era del todo desolador, a pesar del poderío ofensivo del rival, que les hubiese pasado por encima días atrás o que jugaban a un fútbol adelantado a su época, el difícil recorrido del combinado húngaro y la recuperación milagrosa de Puskas para la final tras dos partidos de ausencia, les daba algo de qué agarrarse para creer.
Sin embargo, Puskas tenía otro objetivo, el llevar la copa a casa. Al minuto 6, madrugaba a los teutones y dos minutos después Zoltán Czibor aumentaba la ventaja. No llevaba ni diez minutos y el duelo estaba cuesta arriba para los vestidos de blanco. Sin embargo, Max Morlock calmaba las aguas y al minuto 10 marcaba el primero. Helmut Rahm volvía a ser el protagonista tras aprovechar el espacio dejado por la defensa alemana tras un saque de esquina cobrado por F.Walter. Alemania igualaba el partido y aunque Hungría se veía superior, el palo y un gran bloque defensivo teutón evitaban que se hiciesen con las suyas.
Durante el medio tiempo, la presión caía sobre el entrenador Sepp Herberger quien debía hacer uso de la retórica para preparar emocionalmente a sus jugadores con el objetivo de darlo todo en la cancha. Fue entonces que recargados de valor y coraje, salieron al campo. Hungría siguió al ataque, les superaron en talento, táctica y sobre todo fútbol, pero la suerte no estuvo de su lado. El claro cansancio de los húngaros tras las duras llaves contra Brasil y Uruguay, le habían dejado asfixiado para la final, donde la presión constante de los alemanes, le dificultaron las cosas. Fue entonces que tras una disputa entre jugadores, la pelota le quedó a Helmut Rahm quien tras colocarse en la zona central del área fulminaba al arquero húngaro. Alemania le daba la vuelta a falta de unos minutos para el final. Hungría tuvo una última, un pase favorable a Puskas para definir, habrá detenido el corazón de algún alemán. La pelota terminaba en la red, los húngaros igualaban el juego. Aunque tras una polémica decisión arbitral, fue anulado por un misterioso fuera de lugar. Alemania cerraría los últimos instantes con todos defendiendo y el partido terminaría de esa forma.
Los teutones lograban la épica remontada y derrotaban al favorito en una de las sorpresas más grandes en la historia de los mundiales. Alemania Federal veía campeona a un combinado de jugadores que buscando darle la alegría a su país, hacían lo imposible. Fritz Walter terminaba su carrera como el más grande futbolista alemán de todos los tiempos y aquellos once futbolistas regresaron a su país como héroes.
Alemania puede presumir que fue capaz de arrebatarles un mundial a las más grandes figuras del fútbol. Puskas, Cruyff, Maradona y Messí. Premiando así al colectivo y la mentalidad ganadora por encima del talento. 1954 fue el año donde la mentalidad teutona en el fútbol inició, la gran historia de Alemania comenzaba tras aquella victoria. Tras ello se vendrían muchas finales y campeonatos, al grado de ser reconocida el día de hoy como la más grande potencia europea en el fútbol y aquella que rivaliza con Brasil por el puesto a la mejor selección del mundo. Alemania demostraba que con unión, coraje y sobre todo fuerza mental, se podía derrotar a quien sea.
Jeshua Pendragón