El extraño suicidio del hijo del Rey Zambada

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El 20 de noviembre de 2009 apareció colgado con una cuerda para cortinas el joven Jesús Zambada Reyes, de 22 años de edad. Vivía en una casa de Tlalpan, bajo protección oficial, pues se había convertido en testigo protegido de la entonces PGR.

Jesús era sobrino de “El Mayo” Zambada e hijo de Jesús Reynaldo Zambada, “El Rey Zambada”, al que el Cártel de Sinaloa había enviado a la Ciudad de México con la misión de controlar el aeropuerto.

Zambada vivía en aquel domicilio —Xitle 87— al lado de 13 testigos protegidos que estaban revelando las entrañas, no solo del Cártel de Sinaloa, sino también de la protección que esta organización había recibido por parte de funcionarios ligados al entonces titular de la Secretaría de Seguridad Pública, Genaro García Luna.

Alguien lo encontró la mañana de aquel día y, según dijo después, lo descolgó para reanimarlo. La autopsia no precisó qué objeto había empleado Zambada Reyes para quitarse la vida. No indicó si la víctima presentaba huellas de violencia en las manos, los brazos o las piernas. No precisó si habían revisado las uñas. Aún peor: el documento señalaba que el occiso era “un masculino” de “nombre desconocido”, de entre 30 y 40 años de edad.

Se dijo que se trataba de un suicidio.

Un año atrás, Jesús había sido detenido en una casa de Lindavista al lado de su padre, “El Rey” Zambada. Según la PGR, una llamada anónima había informado de la presencia de hombres armados en ese lugar. Se desató una balacera con armas largas que iba a durar más de una hora.

“Me voy a rifar”, le dijo el Rey Zambada a los 13 integrantes de su escolta. Más tarde se supo que antes de pronunciar esas palabras le había marcado insistentemente a su contacto dentro de la Policía Federal, el inspector Edgar Enrique Bayardo, para pedirle que llegara en su rescate. “Ya voy, padrino”, le dijo el comandante. Pero no llegó.

“Mándeme a la ‘pitufada’”, decía Zambada, al clamar el apoyo de los federales (llamados así por su uniforme de color azul). Testimonios rendidos posteriormente revelaron que aquel día la casa de Lindavista se vio totalmente rodeada de policías. Unos querían detener a Zambada. Otros buscaban la ocasión de rescatarlo. Se dijo incluso que policías federales volvieron al domicilio con órdenes de eliminar todo lo que pudiera poner en evidencia la relación del “Rey” con los altos mandos.

El joven Zambada no dudó en volverse testigo protegido y, con el nombre clave de “Rambo 3”, fue el primero en echar de cabeza al inspector de la Policía Federal Edgar Enrique Bayardo, que fungía como contacto dentro de la corporación. Relató la escena del tiroteo y habló de los pagos que su padre le hacía mensualmente: 25 mil dólares a cambio de información.

Otro de los detenidos (hijo de la pareja sentimental del Rey Zambada) habló de la manera en que personal  de la Policía Federal intervenía llamadas de grupos rivales, en especial de los Beltrán, con quienes “El Mayo” estaba enfrentado.

Bayardo fue detenido unos días más tarde. Él también se acogió al programa de testigos protegidos, así que lo pusieron en libertad, le entregaron una pensión de 50 mil pesos mensuales y le devolvieron bienes valuados en 28 millones de pesos.

A cambio entregó declaraciones que implicaban en la venta de protección al Cártel de Sinaloa al estrecho círculo de colaboradores de Genaro García Luna: comisionados, jefes, directores. Luego se sabría que Bayardo era también un informante de la DEA, así que toda la información que tenía en su poder se hallaba también en manos de esa agencia estadounidense. Se sabía desde entonces que eran narcos quienes ordenaban las capturas que luego eran presentadas como “logros” de García Luna.

Tras la detención del “Rey” Zambada, narcomantas que aparecieron en varias ciudades del norte del país, dirigidas al presidente Calderón, se refirieron a “los arreglos” que García Luna tenía con el Cártel de Sinaloa desde el sexenio de Vicente Fox y mencionaban los nombres de los funcionarios que la detención del “Rey” y su hijo había puesto en el ojo del huracán.

Bayardo habló de las bases de ese arreglo: la Secretaría de Seguridad recibía filtraciones de parte del “Mayo” y realizaba aprehensiones de grupos contrarios. Los agentes dejaban que la gente del “Mayo” estuviera en los cateos e hiciera interrogatorios. Los narcos recompensaban todo eso con pagos mensuales.

En ese contexto se dio el extraño suicidio del hijo del “Rey” Zambada. Al mes siguiente, mientras disfrutaba de un aromático café en un Starbucks de la colonia del Valle, el inspector e informante de la DEA Édgar Enrique Bayardo fue acribillado a quemarropa por un sujeto con barba de candado que, tras meterle dos tiros en la cabeza, escapó a bordo de una camioneta de color verde.

 

 

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