El encuentro de dos mundos

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La ciudad imaginada. El encuentro de dos mundos. El pasado viernes 8 de noviembre se cumplieron 500 años del primer encuentro físico entre Hernán Cortés y Moctezuma en la entonces capital azteca de Tenochtitlán. Ambos personajes encarnan a sus pueblos, el español y el azteca, tan diferentes pero que por azares de la vida y la historia habrían de fundirse para integrar la nación que ahora nos alberga.

Los aztecas se fueron ganando su sitio dentro de los poderosos imperios mesoamericanos a base de esfuerzo, guerras y comercio. Pasaron de ser una tribu débil y desorganizada a ocupar un sitio privilegiado en la geografía prehispánica, fundando hacia 1325 la capital Tenochtitlán. Parte de su poder lo basaron en la extracción y abuso de grupos más débiles como los tlaxcaltecas, totonacos o zapotecas. Para ello, afinaron un eficiente sistema de pago de tributos que consistía en bienes agrícolas, manufacturas y carne humana, ya fuera para sacrificios o campañas militares.

Debido a ello, los subyugados mantuvieron un callado pero vivo resentimiento y deseos de venganza contra el imperio náhuatl. Por lo que respecta a la estructura de poder, el gran tlatoani lo heredaba y operaba como un intermediario entre los hombres y los dioses. Era tal el respeto al rey azteca, que los súbditos eran incapaces de mirarlo a los ojos e iban barriendo las calles para que sus pies no tropezaran con ninguna piedra. Por lo que respecta a Hernán Cortés, fue el enviado de la tercera expedición encomendada por gobernador de Cuba Diego Velázquez por las costas del golfo de México. La primera ocurrió en 1517 y estuvo a cargo de Francisco Hernández de Córdoba, teniendo como capitán de navíos a Antón de Alaminos. En aquella ocasión, identificaron el litoral de la península de Yucatán, la cual supusieron como isla. Nombraron el cabo Catoche y tuvieron algunas batallas con los mayas, haciendo prisioneros a dos indígenas (Melchorejo y Julianillo) a quienes enseñarían el castellano.

Un año después, regresaría Juan de Grijalva acompañado por los capitanes Pedro de Alvarado, Alonso de Ávila y Francisco de Montejo. Se amplió el conocimiento de las nuevas tierras llegando hasta la desembocadura del río Pánuco. Para entonces, los españoles habían escuchado el nombre de “México” y sus riquezas, incitando su curiosidad y codicia.

Con la llegada de Hernán Cortés en 1519 ya se tenían los conocimientos suficientes sobre el territorio mesoamericano y sus riquezas para mantener la campaña militar. Y desde las dunas de Veracruz, fue aumentando el rumor de la grandeza de los aztecas, su emperador y capital. Ello sucedió con la presencia de enviados de Moctezuma, quien inicialmente confundió a los europeos con Quetzalcóatl, el mítico dios que habría de volver por el oriente, alto, rubio, barbado y con ropas resplandecientes.

El establecimiento del Ayuntamiento de Veracruz le permitió a Cortés separarse jurídicamente del yugo de Diego Velázquez. Y la primera alianza que tejió fue con el cacique gordo de Cempoala, quién hizo patente el miedo de los totonacos a los aztecas.

Esa coalición aumentaría al tender lazos con los tlaxcaltecas, quienes fueron la carne de cañón de la cruenta guerra de conquista. Solo así, es posible entender que menos de seiscientos españoles fueran capaces de derrotar al poderoso imperio náhuatl.

El encuentro de dos mundos. Pero volvamos al encuentro de Moctezuma y Cortés, ocurrida en un paso elevado que cruzaba el lago de Texcoco, en un paraje llamado Huitzila, en la confluencia de las calles de República del Salvador con Pino Suárez, de acuerdo con la traza actual del Centro Histórico de la Ciudad de México.

Me gusta imaginar cómo habría sido aquella fresca mañana de otoño sobre el valle del Anáhuac. Intento comprender la emoción de los dos personajes al verse cara a cara. Dice José Luis Martínez que “entre los indios y los españoles solo hay dos hombres que pudieron leer el futuro, y estos dos hombres son: Cortés, el vencedor, por el camino de su agudo talento político, y Moctezuma, el vencido, por el menos claro, pero no menos infalible, de su intuición religiosa”.

También me emociona la estampa que surge de la pluma de Martínez, al que cito textual: “al llegar cerca del monarca indio, el capitán bajó de su caballo y fue a su encuentro con ánimo de abrazarlo a la española, lo que le impidieron los acompañantes de Motecuhzoma. Después de los parlamentos ceremoniales, en el primer intercambio personal de obsequios, Cortés le echa al cuello un collar de cuentas de vidrio, al que Motecuhzoma corresponde con uno de caracoles colorados y camarones de oro de mucha perfección”.

Con este encuentro se planta el germen de lo que será la nación mexicana. Esta tan nuestra, tan querida y tan dolida. La que ha sido capaz de crear obras geniales y masacres sin sentido. El territorio de belleza incomparable y la muerte asociada al narcotráfico. El México que amamos, pero a veces no entendemos, que nos seduce o toma de las vísceras pero que no puede pasar inadvertido.