El Día que las Instituciones Democráticas Alzaron la Voz
“La democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás”.
–Winston Churchill.
Desde que asumió el poder, el Presidente dio muestras de su talante: canceló numerosos proyectos y programas que estaban en marcha. Su discurso fue beligerante, muchas veces agresivo; se peleó con los medios de comunicación; con la oposición, a la que culpaba de todos los males del país, y hasta con miembros de su propio gabinete. Polarizó y crispó a la nación entera. Rechazó tomar acciones contra el cambio climático y se obsesionó con algunos proyectos que aparentemente no tenían ni tienen utilidad alguna. Muchos lo defendían con fanatismo, muchos lo cuestionaban con dureza.
Después vino la pandemia y esa crisis exacerbó su arrogante personalidad: desdeñó el peligro de la enfermedad; con enorme soberbia rechazó el uso del cubre-bocas, no tomó las medidas de prevención necesarias que todo el mundo estaba siguiendo y frecuentemente expuso a sus seguidores y hasta a sus colaboradores a contraer la infección; resultado: contrajo también el Covid, así como gran parte de su gabinete. El país entero rompió récord en contagios y muertes.
Muchos creían (o creímos) que después de haber sobrevivido al Covid el Presidente mostraría un comportamiento más humilde, más mesurado, consciente de la vulnerabilidad de todos y la morbilidad y letalidad del virus, pero no fue así. Regresó más ensoberbecido, más bravucón y broncudo… en esas estábamos cuando llegó la temporada electoral y fue el acabose. El Presidente sacó el cobre y terminó confrontándose directamente con los órganos electorales.
Pero finalmente, cuando parecía que no habría poder humano capaz de hacerle frente a su torbellino de desatinos, se fueron levantando, poco a poco pero con firmeza, diversas voces exigiéndole un freno, ya sea entre los medios de difusión masiva o en las mismas instituciones que con tanto esfuerzo han ido construyendo los ciudadanos para servir como democráticos contrapesos al poder.
Fue el momento en el que los excesos del poder presidencial se estrellaron contra un muro. El Presidente no lo podía creer ni quiso acatar el mandato de la autoridad electoral, pero tuvo que hacerlo. Un último esfuerzo desesperado por ganar a la brava fue un rotundo fracaso. Nunca lo admitió, y se aferró hasta el último momento, pero finalmente Donald Trump tuvo que aceptar el veredicto de las instituciones democráticas. Su última carta, la de tratar de convencer a su propio compañero de fórmula, el vicepresidente Mike Pence, de anular la sesión del Congreso que validaría el triunfo de Joe Biden, también naufragó. El Vicepresidente, los medios, hasta Twitter y Facebook le dijeron “No señor, usted es el Presidente y es poderoso, pero no más que nuestras instituciones. Hasta aquí”.
Después, como dice la coloquial expresión mexicana, “con la cola entre las patas”, el gran polarizador y negligente mandatario se marchó por la puerta de atrás. Triunfaron las instituciones y con ellas la democracia. Cualquier parecido con otros casos en cualquier lugar del mundo, es mera coincidencia.