DICTABLANDA

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Duda Razonable

De candidatos empáticos a gobernantes antipáticos. Ese parece ser el destino de los presidentes de México.

La simpatía del ranchero del PAN, el enganche del guapo del PRI y el arrastre del honesto de MORENA, se empieza a desdibujar una vez que asumen el cargo.

En el primer año de gobierno, Fox tuvo 61% de aceptación; Calderón 64%; Peña Nieto 44% y AMLO 67%.

En el mes de mayo, en el pico de la pandemia, AMLO ha bajado al 50% de aprobación.

De las mieles de la candidatura a las hieles de gobernar. De crear fantasías y castillos en el aire a topar con la cruda realidad. De los aplausos a los cuestionamientos. Del abrazo al rechazo. De la aprobación a la desaprobación.

La necesidad de atención y aceptación, es una gran debilidad de los gobernantes. Les gusta la notoriedad y la obtención de premios a su esfuerzo. 

Les fascina la popularidad y el reconocimiento; la fama y el premio; el halago y el regalo; el aplauso y, por supuesto, el voto.

Pero gobernar desgasta. La piel adelgaza y la sensibilidad incrementa. Los políticos se vuelven sentiditos; como jarritos de Tonalá.

Enfrentar a diario los problemas nacionales de urgente resolución es diametralmente opuesto a pararse frente a seguidores que aplauden las promesas en una campaña.

Cuando los funcionarios van perdiendo el alimento a su ego y a su vanidad, se muestran intranquilos; molestos, irritables y tensos. Más aún, cuando se sienten rechazados, no aceptados o poco apreciados. 

Entonces pasan de la incomodidad al enojo y a partir de ahí se distorsiona la realidad y empiezan a alucinar porque ellos “tienen otros datos”.

Así, ante la falta de resultados, la presencia de los colaboradores cercanos les empieza a desesperar; sobre todo la de aquellos que se encargan de las carteras socialmente sensibles.

Ante la denuncia pública de los problemas nacionales que se agravan, los medios de comunicación y los periodistas se vuelven acompañantes incómodos, aunque hubiesen sido aliados amigables de antaño.

Y si las “benditas redes sociales” que ayudaron en campaña a denunciar las irregularidades, se entercan en seguirlas denunciando ahora que son Gobierno, se convierten en las “malditas redes sociales”.

Ante las críticas de los analistas sobre las promesas incumplidas, se reacciona con el acoso y la persecución. Y si las críticas aumentan porque la realidad no se acomoda al gusto del gobernante, entonces la fantasía y el delirio del golpe de Estado blando se esgrime como escudo protector.

Desde la más alta posición de poder, desde esa ubicación privilegiada que les da el puesto, enjuician sumariamente a los medios y a los periodistas no afines y los condenan al linchamiento con la fuerza moral que les da el pueblo bueno y noble. Como una dictablanda.

¿Esto es ético y legal? ¿Esto abona a la regeneración nacional?

Es una duda razonable.