Compra tenis porque aumentarán la “boleada” de 30 a 35 pesos (VIDEO)
En el vasto y vibrante mosaico cultural que es la Ciudad de México, donde conviven lo ancestral y lo moderno, lo efímero y lo eterno, se encuentra un oficio que, aunque modesto en apariencia, esconde una profunda tradición y un arte singular: el de los boleros, esos maestros del brillo y guardianes del lustre.
Estos artesanos, con sus cajitas de madera y sus cepillos danzantes, son testigos silenciosos del paso del tiempo y de las historias que se tejen en las calles de esta urbe infinita.
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El bolero, ese alquimista del calzado, no solo transforma el cuero opaco en un espejo reluciente, sino que también encarna una tradición que ha resistido los embates de la modernidad.
En sus manos, un par de zapatos no es solo un objeto, sino una extensión de la dignidad y el estilo de quien los porta.
Con movimientos precisos y casi coreográficos, aplican la crema, frotan con destreza y pulen con esmero, como si estuvieran ejecutando una danza ritual que honra la elegancia y el cuidado personal.
Hoy, sin embargo, este añejo oficio se ve obligado a ajustarse a los vaivenes económicos que sacuden al país.
Los boleros, esos héroes anónimos del brillo, han decidido elevar su tarifa de 30 a 35 pesos, un incremento que, aunque modesto, refleja la realidad inflacionaria que afecta a todos los rincones de la sociedad mexicana.
Este ajuste, lejos de ser un mero acto mercantil, es un gesto de supervivencia, un intento por mantener viva una tradición que, como el brillo en los zapatos, merece perdurar.
Imaginen, si se quiere, la escena: un bolero, con su sonrisa cómplice y su mirada sagaz, recibe a su cliente con la solemnidad de un maestro que está a punto de realizar una obra de arte. “¿Le damos brillo, jefe?”, pregunta con esa mezcla de respeto y confianza que solo los años de oficio pueden otorgar.
Y mientras sus manos trabajan con la precisión de un relojero, el cliente, cómodamente sentado en la silla de madera, se sumerge en un momento de pausa, en un respiro dentro del caótico ritmo de la ciudad.
Este incremento en la tarifa, más que un simple ajuste económico, es un recordatorio de que incluso las tradiciones más arraigadas no son inmunes a los cambios del mundo.
Pero también es una invitación a valorar el trabajo de estos artesanos, a reconocer en su labor no solo un servicio, sino un arte que embellece nuestra vida cotidiana.
Así que, la próxima vez que se sienten en la silla de un bolero y vean cómo sus zapatos recuperan su esplendor, recuerden que están participando en un ritual centenario, en un acto de cuidado y respeto que, como el brillo en el cuero, merece ser preservado.
Y si el bolero les cobra 35 pesos en lugar de 30, no se alarmen. Piensen que, con ese pequeño extra, no solo están pagando un servicio, sino contribuyendo a mantener viva una tradición que, como el propio México, es rica, diversa y llena de brillo.
Después de todo, ¿qué son cinco pesos más comparados con la satisfacción de lucir unos zapatos impecables y de ser partícipes de una historia que sigue escribiéndose en las calles de esta ciudad maravillosa?
EU