¿Chile de nuevo un laboratorio?

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Los Chicago Boys arribaron a Chile junto con el bombardeo a la Moneda. La historia de los inicios del neoliberalismo nada tienen que ver con la libertad, es ante todo una historia de golpes de Estado, en este caso, con el abierto apoyo de la CIA. El terror como doctrina como disciplinamiento de sociedad que se atrevieron a soñar otro mundo posible.

Es necesario recordar esto, ya que Pinochet no se ha terminado de ir de Chile, sigue ahí y no precisamente como un cadáver, sino que su legado se mantiene en la Constitución vigente y en toda una organización política que tiene una fuerza capaz de movilizar a su sociedad.

Hay que dejar de pensar como irrupciones irregulares o excepcionales la aparición de candidatos cada vez más apegados a la extrema derecha, son resultados de un proceso de por lo menos una mediana duración. Por principio, el colapso del neoliberalismo iniciado en 2008 está haciendo que la clase dominante emerja en busca de nuevas opciones políticas que restauren la doctrina del libre mercado laissez faire laissez passer.

Ahí está el Frente Social Cristiano que trata de moldear una nueva opción política, mucho más abierta a defender el legado pinochetista que el conjunto de la derecha que no quiere atreverse a tanto, pero que en el fondo mantienen la defensa de los mismos postulados.

¿Por qué puede manifestar con tal fuerza esta opción política sin que nada pase en Chile? Parece ser que, si bien es cierto, Pinochet tuvo que abandonar el poder por el histórico no que la sociedad chilena le propinó pudo dejar atado un orden legal y político, y esto lo pudo hacer en gran parte porque a todos aquellos que no pudo asesinar los logró exiliar.

La herencia de la cultura política de este hecho innegable hizo posible que todo aquello que tuviera que ver con un programa socialista que pudiera llegar democráticamente por las urnas estuviera cancelada buena parte del siglo XX no sólo en Chile sino en todo el Continente.

De hecho, la propia Concertación, que envejeció tan rápido que tuvo que cambiar de nombre para presentarse bajo otra figura, hoy Nuevo Pacto Social, se alineó en llevar a cabo el programa económico de ajustes estructurales iniciado por esos los Chicago Boys, los alumnos de Hayek y Friedman.

La tarea de la Concertación fue abrir espacios dentro de la esfera de la política sin modificar sustancialmente el proyecto económico. Chile se presentaba al mundo como el mejor ejemplo del país que había llevado a cabo todas las recetas del Consenso de Washington, por ello las grandes loas a su presunto progreso, y esto ya sin el lastre de los asesinos de la dictadura.

Pero otra respuesta a los efectos de la crisis del 2008 no sólo se produjo en las elites sino también en diversos sectores de la sociedad hartos del modelo económico que empobreció a la mayoría y enriqueció a unos cuantos.

En octubre de 2019 se llevaron a acabo una serie de acciones de resistencia y protesta contra el aumento de las tarifas de transporte iniciadas por estudiantes de secundaria, pero que convulsionarían a toda la sociedad chilena, a tal grado que se generó lo que hoy se conoce como el Estallido Social de octubre.

Aunque el presidente Sebastián Piñera quiso detener el estallido con estados de excepción, lo único que provocó fue que el descontento fuera mayor. La movilización social se profundizó y las protestas desbordaron la capital Santiago para generalizarse.

Ante ello se estableció a partir de algunas fuerzas, una ruta para darle salida al conflicto social, y esta fue la de establecer una nueva constituyente. Chile nunca en su historia a podido llevar a cabo la elaboración de una nueva constitución a partir de la participación social, siempre le han sido impuestas los órdenes constitucionales que la han regido.

La constitución de Pinochet no sólo es un legado político, ya de por sí nefasto, sino más bien económico, y eso lo saben los poderes fácticos de Chile. Y eso es justamente lo que está en disputa.

En la primera vuelta de las elecciones en Chile también se definió la configuración de las cámaras baja y alta obteniendo la mayoría la derecha racista, xenófoba que desplegado un discurso violento para mantener el estatus quo que existe en el país andino.

Gabriel Boric ganó en la segunda vuelta, con una movilización histórica, que marcó un rechazo a una política a la Trump o Bolsonaro que representaba José Antonio Kast, pero la fuerza política de este último pudo mantenerse para ser un dique a cualquier cambio de profundidad posneoliberal.

La prensa mundial hizo inmediatamente comparaciones, como si este fuera un encontronazo entre un nuevo Salvador Allende contra Pinochet, como si la escena de nueva cuenta estuviera representada, ahora en el terreno de lo electoral y ya no en el terreno de la violencia política, una contienda por el futuro de Chile con toda la carga del pasado.

El problema es que Boric no es Allende ni en su ideario político socialista ni en las posibilidades de transformación radical que abrió el estallido social de octubre. Boric es un heredero de la Concertación, que está ahí para maniobrar ante un movimiento social antineoliberal y las elites que exigen que las cosas cambien para que todo siga igual.

La juventud de Boric se despliega muy bien para absorber a través de su discurso la integración de las nuevas demandas de inclusión, pero hay un problema central en ello, ya que todas estas nuevas consignas, que parecieran de izquierda más bien fueron emanadas y manufacturadas desde las revoluciones de colores que sirvieron para llevar golpes de estado suave en los cambios de regímenes que exigían un cambio, pero que este no podía ser lo suficientemente radical para no ser controlado.

Boric está ante la historia entre una constituyente que pudiera construir una alternativa para abandonar el modelo neoliberal y transitar a un posneoliberalismo que genere condiciones para los pobres y los de abajo, aunque ello signifique traicionar la tradición de la que viene.

¿Será Chile un nuevo laboratorio para controlar los impulsos de posneoliberalismo con el sello de una nueva Concertación para el siglo XXI que ahora le quite los efectos más incomodos como Kast y su gente, pero con el mismo programa económico o la movilización social podrá captar que el proceso electoral fue un momento y debe aprender a generar mayor presión para lograr la agenda y los sueños que se abrieron en ese octubre al que toda América Latina vio con esperanza?

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