Banco de México

En los últimos meses ha comenzado a discutirse, en círculos políticos y académicos, si el Banco de México debería ampliar su mandato para incluir explícitamente objetivos de crecimiento económico además de su tarea central: preservar la estabilidad de precios.
Aunque la idea puede sonar atractiva en el discurso, la experiencia internacional advierte que confundir los fines de un banco central puede ser riesgoso.
La presidenta Sheinbaum señaló que no es posible un país con baja inflación, pero sin crédito, sobre todo para las pequeñas y medianas empresas.
El financiamiento debe dejar de ser un privilegio y convertirse en motor con desarrollo incluyente; un país con baja inflación, pero sin crédito suficiente, es un país que se queda corto en su potencial de crecimiento.
Desde su autonomía constitucional en 1993, y con mayor fuerza a partir de 2001, cuando adoptó el esquema de metas explícitas de inflación, Banxico ha tenido un mandato claro: mantener la estabilidad en el poder adquisitivo del peso.
Esa claridad permitió que, en poco más de dos décadas, México transitara de inflaciones de dos dígitos a un régimen en el que las expectativas se encuentran ancladas alrededor de un 3%.
No es un logro menor: la estabilidad de precios se convirtió en la principal aportación del banco central a la economía, y en un pilar para las decisiones de consumo, ahorro e inversión.
La mejor contribución que puede hacer el banco central al crecimiento no es estimularlo de manera directa, sino garantizar un entorno de estabilidad.
La certidumbre en el valor de la moneda es lo que permite a empresas y hogares planear, invertir y ahorrar sin el temor de que la inflación erosione de manera permanente sus decisiones.
Si Banxico confundiera su papel y aceptara formalmente hoy en México un mandato dual, correría el riesgo de que, en momentos de debilidad económica, se le presione a reducir tasas o a relajar su postura aun cuando la inflación no esté plenamente controlada.
El costo sería una pérdida de credibilidad, un repunte en las expectativas inflacionarias y mayores primas de riesgo para el país. En otras palabras, lo que en el corto plazo parecería un impulso al crecimiento terminaría minándolo en el largo plazo.
México vive un entorno económico retador, con presiones externas, volatilidad cambiaria y la necesidad de sostener la inversión.
Pero precisamente en ese contexto se requiere más que nunca que Banxico mantenga la brújula firme en su mandato único. Cambiarla, o incluso difuminarla en el discurso, significaría debilitar una de las instituciones más sólidas del país.
La estabilidad de precios es la mayor aportación del banco central al desarrollo económico. Todo lo demás debe descansar en otras políticas públicas. La autonomía y la claridad de Banxico han sido conquistas que costaron décadas y que no deben ponerse en riesgo por una ilusión de mandato dual.