Éxito en Afganistán: hacia nuevos escenarios de guerra

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Ha quedado más que claro que en Afganistán no se libró una lucha por la defensa de los derechos humanos, la defensa de los derechos de las mujeres y de la diversidad sexual o peor aún el combate a la pobreza. Se hizo pedazos el simulacro histórico de una “intervención humanitaria” para combatir al terrorismo con la que los medios de comunicación masiva manipularon a la opinión pública para justificar la guerra.

Immanuel Wallerstein daba cuenta que después del 11 de septiembre Estados Unidos echó mano de un nuevo macartismo planetario que consistía en una pinza histórica: por un lado, en el terreno nacional la identificación de todo aquel ciudadano americano que se opusiera a la guerra como un antipatriota y por el otro, en el terreno internacional aquella frase de George W. Bush lo describe a la perfección “o están con nosotros o están con los terroristas”.

Para llevar a cabo este nuevo proyecto aprobó el Acta Patriota, el retroceso más importante de los derechos civiles en Estados Unidos, que desaparecía el habeas corpus, se autorizaba la tortura y el espionaje masivo. Se instaló un estado autoritario.

Además, fue indispensable para Estados Unidos en la redefinición del conjunto de relaciones de poder planetarias el discurso de la lucha contra el terrorismo. Todo aquel que albergara, protegiera o financiara desde la óptica de Washington al terrorismo, debía ser sancionado económicamente y se justificaba así su intervención militar, sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU. Se establecía una vía para el tutelaje militar en buena parte de Medio Oriente.

El capitalismo de la vuelta de siglo necesitó de una nueva reestructuración debido a la nueva correlación de fuerzas que surgió después de la caída del muro de Berlín, pero propiamente a partir de la desintegración de la Unión Soviética. Hacerse cargo de lo que antes era su cinturón geoestratégico e impedir el avance de cualquier potencia fue su prioridad.

Ocupar militarmente Afganistán era sumamente importante por la posibilidad que tenían Irán, China y Rusia de hacerse de oleoductos que van del Mar Caspio al Mediterráneo, puesto que, Afganistán es un puente terrestre entre el Caspio y el Mar de Arabia. El control de esta región impedía la consolidación de una gran unión euroasiática que le pudiera hacer frente a Estados Unidos en la disputa por la hegemonía mundial ante el colapso de la URSS.

La guerra en Afganistán y posteriormente en Irak permitió a Estados Unidos detener la caída de la tasa de ganancia y estimular nuevos canales de acumulación a partir de la guerra. Esto le permitió a Bush junior postergar y e intentar transitar la crisis económica y financiera en la que la potencia americana se encuentra actualmente inmersa.

En uno de sus ensayos más agudos sobre las tendencias actuales, Luis Arizmendi apuntaba que el Consejo Nacional de Inteligencia, un centro de investigación independiente del gobierno de Estados Unidos, había elaborado un estudio llamado

Global Trends 2030: Alternative Worlds, que proyecta que para 2030 los países asiáticos superarán a Estados Unidos y Europa en términos económicos, poblacionales, tecnológicos y de gastos militares.

Además, que es justamente lo más preocupante para Estados Unidos, según PriceWaterhouseCoopers señala que, para 2030 China, Indonesia, Japón y Rusia serán parte de las 8 economías de mayor poder de paridad adquisitivo. Oriente se coloca en el centro de la disputa económica.

No hay que caer en las prisas de que los talibanes ya son los que controlan el país, y que a partir de ahí, se establecerá el Emirato Islámico de Afganistán. La complejidad del país, de sus tribus, y de la organización territorial criminal basado en el opio, es decir capitalismo necropolítico, que heredó Estados Unidos están muy lejos de generar una paz interna.

Tan es así que, los propios talibanes han empezado a generar concesiones. De hecho, su gobierno de facto no viene del anuncio de Biden ni siquiera de Trump, desde el período de Obama la necesidad de resistir a la ocupación los llevó a establecer alianzas con todos los señores de la guerra, cosa que no habían hecho durante la década de los noventa. Los noticieros hacen eco de una amnistía general y que se respetarán los derechos de las mujeres dentro de los límites de la ley islámica. La fragilidad de este espectacular avance puede tener de fondo algo mucho más complejo de lo que a simple vista se puede observar.

La posibilidad de guerras proxys en Asia Central está más latente que nunca. Por eso tanto Serguéi Lavrov como Wang Yi han empezado pláticas con la delegación talibán. La balcanización del territorio con el uso de mercenarios en guerra irregulares puede ser una nueva realidad que tendría su centro de operaciones en Afganistán.

El separatismo violento puede emerger para formar nuevos Estados como Balochistán que apuntaría a balcanizar Pakistán, Irán e India. Kudistán que podría promover desestabilización en Irak, Siria, Irán, Armenia y Turquía. O seguir en la trayectoria del Estado Islámico o la Gran Jordania por poner algunos conflictos que ya están en puerta.

De los focos rojos con mayor explosividad para China se encuentra en su frontera con Afganistán, ya que este rio revuelto puede generar condiciones para que el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental pueda finalmente lanzar una guerra proxy en la provincia de Xinjiang.

El proyecto de maccartismo internacional no se ha ido, las escenas que observamos hoy en los medios de comunicación en la que se muestran histéricos por una presunta derrota en mundo Occidental, no hacen mas que preparar el terreno para integrar a una sociedad que esté dispuesta a una disputa de mayor confrontación militar, bajo la idea islamofobica de que es necesario que Occidente pueda imponerse ante la barbarie y el peligro que representa el Islam, ya sea para las mujeres o cualquier otro tipo de minorías.

De hecho, si observamos el discurso que hizo llegar a Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, podemos dar cuenta que su base social ha extendido su miedo, rechazo y odio hacía comunidades, que ya no solamente incluyen al islam y a los rusos, sino también, a los latinos y especialmente a la comunidad china.

El capitalismo americano pudo reactivar su economía a través de la guerra en Afganistán e Irak y configurar una correlación de fuerzas planetaria favorable a él para afrontar la disputa por la hegemonía mundial en el siglo XXI. Esto no quiere decir que, esté exento de contradicciones, de hecho, este triunfo le ha representado un nuevo límite histórico, ya que el colapso del neoliberalismo le ha impuesto la necesidad de reestructurar su industria nacional y militar dentro del propio Estados Unidos para poder mantener una guerra de larga duración, lo que lo ha llevado a repensar una urgente relocalización industrial, sus teatros de operaciones, y su forma de intervenir en ellos. Mantener al ejército americano en Afganistán era inviable y poco útil para lo que sigue, pero no así a través de contratistas de todo tipo.

El editorial del periódico chino Global Times no perdió el tiempo y puso el dedo en la llaga, el siguiente escenario de confrontación militar es el Mar Meridonial de China y el estrecho de Taiwán. Movilizar las tropas para el Pacífico intentando llegar a un acuerdo con Rusia e Irán parece ser la nueva apuesta. Romper con la triple alianza asiática es lo que le daría mayores condiciones para confrontar a China y poder detenerla. Esto ya no sólo depende de una carrera económica, nos estamos adentrando a una oscuridad muy peligrosa en el siglo XXI.

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