August Klinger: por perder una final tuvo que ir a la guerra

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La Segunda Guerra Mundial fue testigo de incontables momentos desagradables que para esta generación pueden parecer inimaginables.

Más de ochenta millones de personas murieron en aquel enfrentamiento. En los seis años que duró, se vivieron tantos acontecimientos que inclusive al día de hoy siguen apareciendo nuevas anécdotas.

Imaginemos por un momento que disputamos la final de la copa del mundo, que marcamos el gol de la victoria, o por otro lado imaginemos una derrota, imaginemos a un público silenciado y soldados con armas en los palcos.

Imaginemos cómo una final perdida nos cuesta la vida.

Aunque para nosotros puede ser mera ficción para August Klinger fue toda una realidad.

August Klinger

 

20 de septiembre de 1942, Berlin, Alemania

El Estadio Olímpico de Berlín desbordaba de alemanes. En plena guerra mundial, mientras Europa y el mundo estaban en caos, la capital alemana era anfitriona de una final de copa del mundo.

Sí, se jugó una final de copa del mundo en época de guerra, y sí, la disputó Alemania. Bueno, al menos eso se pudo decir en aquel tiempo.

Hoy en día, la FIFA no reconoce tal campeonato, y a decir verdad, de manera muy justa. Aquel campeonato ficticio fue protagonizado por solo dos naciones y a un partido. Alemania se enfrentaba a Suecia, la cual era, en ese momento la potencia del fútbol europeo. En el mismo día que comenzaba el Holocausto en Ucrania, suecos y alemanes escuchaban sus himnos antes de iniciar el juego.

El equipo alemán venía con mucha presión entre sus hombros.

A pesar de la racha de victorias en los juegos previos, derrotando a Hungría, Bulgaria y Rumania, no se borraba de sus cabezas lo acontecido en aquel juego contra Suiza, el 20 de Abril de 1942. Una derrota por 2 a 1 contra los suizos en el cumpleaños de Hitler, molestaba al Führer, quien les advertía que al próximo encuentro que no vencieran, serían enviados al campo de batalla.

Asustados y con buenas razones, arrancaron el partido recibiendo un gol. El delantero Arne Nyberg aprovechaba el notorio nerviosismo y marcaba el primer gol del partido tan solo siete minutos después del pitido inicial.

El ambiente era sombrío y el panorama muy desalentador. Pero, como si se tratase de un guion de película, los alemanes remontaron el partido. El primero a manos del mediocampista Ernst Lehner y el segundo, del zapato de la estrella de ataque, August Klinger.

El chico alemán levantaba a todo el estadio y a algunos dirigentes nazis les provocaba una sonrisa.

Era el evento perfecto que buscaba Adolf Hitler, una remontada histórica del conjunto alemán en una final de copa del mundo. El primer tiempo estaba por terminar pero sobre la hora, una cubeta de agua helada golpeó al estadio y jugadores. Herny Carlsson aprovechaba e igualaba el partido.

El presagio o milagro, se guardaba para el segundo tiempo.

Sepp Herberger debía dar una charla a sus hombres para afrontar lo que quedaba de partido. Y parece que lo que dijo funcionó durante veinte minutos.

Alemania más con garra que con calidad, mantenía su ataque y solidez defensiva. Pero la garra teutona no fue suficiente para frenar a los delanteros suecos, quienes con dos de los tres integrantes del tridente Gre-No-Li del AC Milán, marcaban el de la victoria.

Gunnar Gren y Gunnar Nordhal, quienes en un futuro serían medallistas olímpicos en 1948 y finalistas de la copa del mundo de 1958, realizaban una extraordinaria jugada en conjunto que dejaba solo a Malte Martensson frente a Helmut Jahn, que poco pudo hacer para evitar el 3-2 y el de la derrota. Condenando a Klinger y compañía, al peor castigo de todos.

Durante gran parte de la guerra, August y sus compañeros se mantuvieron a salvo. Sin embargo, los aliados lograron en 1994 entrar a Roma y desembarcar en las costas de Normandia (Francia).

Alemania, en un movimiento estratégico de los aliados, se veía rodeado por todos los flancos.

El frente francés, italiano y ruso. Fue entonces que los privilegios de August, quien era el más alejado de sus compañeros, se acabaron. Tratado como otro más, fue enviado a la que hoy en día conocemos como la capital de Moldavia, Chisinau. Y después de enviar una carta a su esposa en Julio de 1944, no se supo nada más de él.

El caso de August Klinger es muy reconocido en Alemania, pero muy poco conocido en este lado del océano. Lo triste de esta historia, es como un hombre que tenía como pasión el deporte más hermoso del mundo, vio cómo el lograr su sueño de jugar al fútbol le costó la vida.

A pesar de los numerosos intentos de búsqueda por parte de su esposa y familiares, el cuerpo de August jamás fue hallado.

Y así como inicié la crónica, pienso terminarla.

No imaginemos su muerte a manos de soviéticos en el campo de batalla. No imaginemos cómo una bala le terminó la vida y le impidió ver más a su hijo de tres años. Mejor visualicemos que sobrevivió, que no fue hallado por aliados para ser eliminado o llevado a prisión, imaginemos que recorrió toda Europa, cabizbajo hasta llegar a su tierra.

Imaginemos por un momento que tocó la puerta de su casa y al abrirla, recibió un cálido abrazo de su mujer y su pequeño.

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