Tengan para que aprendan
La política va de narrativas. El relato que se construye desde el poder es indispensable para su ejercicio. Venimos de un decreto posmoderno construido sobre los escombros del muro de Berlín y el deshilachamiento de la Unión Soviética.
El relato que impuso al mundo la efervescencia de haber arribado a un presunto final de la historia puso por delante al canon neoliberal. Un canon cínico, en donde las alternativas no existían, esto iba de aceptar las consecuencias de la degradación producida por las contradicciones capitalistas. No debía haber mayor contrapeso que las otorgadas por el mercado.
Para operarse esta transición se optó por implementar el Consenso de Washington. El Estado debía ser debilitado y poner los activos económicos existentes en manos del capital privado. La propaganda hizo lo suyo, y construyó toda una narrativa que ridiculizaba a las burocracias, las colocaba como si estas fueran del pasado, el Estado no tenía la capacidad de llevar a cabo las tareas para el crecimiento económico y todo debía privatizarse.
El punto especial de este proceso tenía como fundamento deshacer los monopolios defensivos que se edificaron a juego de los recursos naturales estratégicos como el petróleo y gas. Colocar como fondo de acumulación privada lo que antes era fondo de acumulación social. Expropiar los recursos del Estado para dárselo a los capitales privados transnacionales.
Desde la década de los noventa, entonces, los medios de comunicación jugaron un rol preponderante junto con la academia, se establecieron parámetros para demeritar cualquier esfuerzo político por la reivindicación de la soberanía energética y la defensa del papel del Estado en la creación de políticas públicas que aminoraran los efectos más radicales del mercado.
El propio campo político que se definió como izquierda sufrió varios reveses en este terreno. Fue aislada y estigmatizada. El espectro de la izquierda tuvo que pasar a defenderse y no a proponer formas de gobierno. Y es que el desmantelamiento realizado a partir de la doctrina de shock generó una desarticulación social muy importante.
No solo la izquierda quedó debilitada sino incluso proyectos de carácter nacionalista fueron severamente atacados a través de golpes preventivos de estado o mejor conocidos como elecciones fraudulentas. Ese fue el caso del sector del PRI que renunció a este partido y formó la corriente democrática con Cuauhtémoc Cárdenas.
El centro de la discusión estaba una nueva ideología neoliberal que se pretendía emerger como vencedora definitiva de una historia unilineal que no tenía vuelta de hoja, pero llegó la crisis económica de 2008 y con ella el colapso del neoliberalismo. Eso abrió la posibilidad de explorar nuevas formas de gobierno.
Hago este recuento porque parece ser que el presidente López Obrador eligió mandar un mensaje muy importante con motivo de su tercer informe de gobierno. Y es justamente, la necesidad de la continuar con desmontar este mito del neoliberalismo que proponía que el Estado no puede hacerse cargo del crecimiento económico y mucho menos de su desarrollo.
Recuperar la soberanía energética en México después de la contrarreforma peñanietista no ha sido fácil. Este proceso estuvo plagado por una serie de corruptelas que tiene en jaque a buena parte de la oposición. Pudieron vender la riqueza nacional a espaldas del país enriqueciéndose de forma corrupta. Los efectos de esto han sido nefastos basta ver la cantidad de hospitales que dejaron en el abandono y con ello la seguridad social de este país, que justo cuando más lo necesitábamos por los efectos de la pandemia estos estaban completamente derruidos.
De hecho, en términos legales la contrarreforma aún está vigente, aunque en términos prácticos se ha podido reconstruir el sector energético con el apuntalamiento de PEMEX y CFE. Es claro que la contradicción sigue su curso.
Pero para poder seguir avanzando en el proyecto nacionalista que la cuarta transformación está impulsando es muy importante defender la rectoría del Estado y la capacidad del gobierno en el manejo económico.
Es por eso que en el informe, el presidente López Obrador puso sobre la mesa indicadores que muestran lo que equivocado que estaban los medios de comunicación y la academia que se plegaron al Consenso de Washington: récord histórico en remesas; récord histórico en inversión extranjera; récord histórico en incremento al salario mínimo; récord histórico en no devaluación del peso; récord histórico en no incremento de deuda; récord histórico en aumento del Índice de la Bolsa de Valores; récord histórico en las reservas del Banco de México.
El mensaje a los tecnócratas neoliberales “¡Tengan para que aprendan!” forma parte de esta disputa ideológica en curso, y es que hay muchos trasnochados que insisten en volver a profundizar la dependencia económica.
Un sector de empresarios ligados a la corrupción, a la condonación discrecional de impuestos, siguen añorando los tiempos en donde lo que gobernaba era la lógica neoliberal. Es por ello que este proyecto aún no está muerto, y si es cierto que en el mundo hay un reacomodo, las posibilidades de que una nueva forma cínica en el manejo del mercado pueda regresar son reales.
El presidente mostró en su informe que atacó los lazos que unificaban de forma corrupta al poder político con el poder económico. Es así como cree que será cosa difícil dar marcha atrás a este cambio de régimen. Que lo que sigue es consolidar este proceso en otro sexenio que dé continuidad a la cuarta transformación.
Esta línea del discurso ideológico se plantea desde las mañaneras, haciendo de su forma de gobernar también una forma de comunicar. Los cuadros políticos que están emergiendo en este proceso deben tomar en cuenta esta trayectoria. Y aquí hay algo en lo que el movimiento social no debe renunciar, y es justamente la batalla ideológica y política en eso reside su fortaleza. Y es que aunque decretaron el fin de la historia con la llegada del neoliberalismo y que no había más alternativa que la que ellos proponían, el relato de la cuarta transformación rompió su consenso.