Dos narrativas
C a l í o p e
Foto: Milenio
En el marco de lo que se conocía como el día de la Raza se han presentado varios eventos que llaman la atención. El intento de derribar una estatua de Colón (y su retiro oficial), la petición formal del gobierno mexicano al Papa Francisco para que juntos ofrezcan disculpas a los pueblos originarios el próximo año, junto con el préstamo de varios códices para conmemorar los 500 años de la conquista y 200 de la independencia, el regreso del penacho de Moctezuma Xocoyotzin y la toma de las instalaciones del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas.
No hay, ni puede haber, un consenso generalizado acerca de semejante suceso que cambió por completo la historia de este continente. Hay, eso sí, una narración dominante, la que cuenta la llegada de la “civilización” y de las buenas costumbres.
Como consecuencia, hay también otra narrativa, la que señala una contra-historia que ve a la conquista y la colonización como un hecho desastroso que impuso por la fuerza de asesinatos y depredación su civilización, idiosincrasia y forma de ver el mundo, que se construyó sobre las ruinas y las cenizas de los pueblos que aquí habitaban.
Entre estas dos visiones de la conquista no hay puntos medios, son formas de contar la historia desde perspectivas divergentes y mientras que algunos celebran la llegada de la hispanidad, otros la repudian con fuerza.
Los hechos, sin embargo, no pueden ser tan radicales. Ambas expresiones son formas de concebir la historia y, sobre todo, la manera de aproximarse a la realidad social que vivimos hoy.
Una visión distinta de estas historias modificaría indefectiblemente la relación que tenemos hoy con los pueblos originarios, desde los gobiernos hasta las relaciones que como sociedad establecemos con ellos.
No obstante las diversas visiones de los acontecimientos históricos, no podemos negar sus efectos. El mestizaje y la construcción de un pueblo nuevo, mezcla de todas las culturas que aquí estaban y de las que llegaron a lo largo de los años, oprimido por siglos, es la base de lo que todos nosotros somos hoy.
México y buena parte de América Latina es mestizo, en nosotros habita el pasado milenario de los pueblos originarios y la tradición europea, junto con otras raíces como la africana, la judía y la musulmana.
Parece necesario superar las narrativas polarizantes y construir juntos un México justo para todos, porque es de todos nosotros.