Destrucción y reconstrucción: el futuro del comercio en la era Trump

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César Iglesias

Después de 81 años en los que se sentaron las bases del sistema económico y comercial internacional en Bretton Woods, diseñado por Estados Unidos, nos encontramos ante su probable derrumbe histórico.

En 1947, Estados Unidos estableció el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), que funcionó durante toda la Guerra Fría para respaldar a los países que lideraba. El libre comercio y el sistema de comercio de mercado fueron fundamentales para aislar a la Unión Soviética y a todo su cinturón geopolítico, mientras buscaban derribar las medidas proteccionistas de los países del bloque occidental mediante mecanismos como la Ronda de Tokio y la Ronda de Uruguay.

Al finalizar la Guerra Fría, Estados Unidos fundó la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 1995 para consolidar la política de libre mercado impulsada por el neoliberalismo. El periodo conocido como globalización tuvo su epicentro en esta organización, que estableció una estructura para la resolución de disputas comerciales y la creación de un mecanismo de supervisión. En otras palabras, se utilizó a la OMC para disciplinar a todos los países que no cumplieran con las nuevas reglas dictadas desde Washington en materia de comercio global.

Desde la guerra comercial que el presidente Donald Trump lanzó contra China en 2016, este sistema comenzó a deteriorarse, ya que las restricciones a China no seguían las mismas características de las sanciones contra Rusia e Irán. Las intenciones de Estados Unidos se mostraban más claras, sin un discurso ideológico, sino puramente económico.

Las tarifas comerciales contra China, en este segundo mandato, se vieron acompañadas sorprendentemente de tarifas contra los dos socios comerciales más importantes de Estados Unidos debido a su relación geopolítica: Canadá y México.

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ya había quedado sepultado en el primer periodo trumpista con el T-MEC, que no era una mera repetición del tratado anterior, sino un aviso de una nueva dinámica en la región.

El TLCAN y otros esfuerzos, como el Área de Seguridad y Prosperidad para América del Norte (ASPAN) en 2005, buscaban preparar un mercado económico y laboral con suministros de materias primas para enfrentar a una nueva Europa unificada, con el proyecto de la Unión Europea. En un primer momento, garantizar este espacio vital tuvo repercusiones negativas tanto para Canadá como para México. El proyecto del capitalismo estadounidense en este proceso resultó en consecuencias directas como la pérdida del poder adquisitivo, la pérdida de soberanía alimentaria, la dependencia tecnológica, petrolera e industrial, entre otras.

México se convirtió en el espacio donde Estados Unidos encontró fuerza de trabajo extremadamente barata, tanto en el territorio mexicano con las maquilas del norte como en el territorio estadounidense en el campo del sur. La migración forzada por condiciones económicas deplorables hizo que muchos campesinos experimentados se desplazaran a Estados Unidos para mejorar las cosechas. Este fue el caso del maíz, trigo, tomate, fresas, entre otros.

El T-MEC ya advertía sobre los peligros de las acciones unilaterales de Estados Unidos. En su estructura, las disputas comerciales establecieron un mecanismo de solución de controversias que permitía, por ejemplo, que las empresas extranjeras demandaran al gobierno de México por políticas públicas que consideraran dañinas a sus intereses comerciales. Además, el gobierno mexicano carece de capacidad para intervenir en subsidios al campo para recuperar la soberanía alimentaria. Un ejemplo claro de esto es la relación con el sector energético, que aún representa un capítulo pendiente de la administración Trump.

Lo que se observa con China, pero que ahora involucra también a México y Canadá, es la incapacidad de mantener el sistema comercial estadounidense que estuvo vigente durante más de 81 años. Estamos ante un quiebre de la política comercial establecida después de la Segunda Guerra Mundial. Ese sistema de tutelaje está siendo sepultado y Trump parece decidido a ser su enterrador final.

La pregunta no es por qué lo está haciendo, ya que es claro que la crisis económica de 2008 y el crecimiento acelerado de la economía china son factores decisivos. El Fondo Monetario Internacional ya ha calculado que, para 2030, China será la principal economía del mundo. La pregunta clave es más bien: ¿por qué ahora y por qué contra sus principales aliados también?

La idea propagandística lanzada a las masas en Estados Unidos, de que esto es una lucha contra el fentanilo, no es tomada en serio en ninguna parte del mundo. El problema de la oferta de fentanilo radica claramente en su demanda. El abandono al que está sometida la sociedad estadounidense desde hace décadas y el uso de las drogas para el control social son los principales mecanismos que impulsan el crecimiento de esta demanda. Pero lo más importante no está en los consumidores ni en los productores, sino en que este mercado, consolidado desde la economía criminal, tiene como eje el lavado de dinero y las inyecciones de capital que alimentan la economía estadounidense para poder hacer frente al ascenso de China.

Destruir el sistema económico y comercial internacional plantea la necesidad de construir uno nuevo que sea más efectivo para combatir a su principal enemigo: China. En esta nueva versión de la Guerra Fría, la carrera no es puramente armamentista, sino ante todo industrial y en alta tecnología.

Para ello, deben acabar con el sistema político que ha emergido en México con la llegada de López Obrador al poder. Es necesario consolidar el proyecto de nearshoring propuesto por la administración Biden con ventajas absolutas para Estados Unidos, en una cadena de suministros extremadamente barata. Además, es crucial que las reservas de petróleo, gas y litio de México pasen a manos del capitalismo estadounidense lo antes posible, en previsión de la guerra militar que podría desatarse después de concluir el periodo de guerra comercial.

Lo hacen ahora porque se están preparando para la próxima década y lo hacen así porque no tienen tiempo ni margen de maniobra. Necesitan controlar lo antes posible todas las cadenas de suministro que alimentan su gran industria. Reclaman su tutelaje en la región. Lo cínico ahora es que, ante el mundo, se quiere presentar esto como la reestructuración del mundo multipolar, cuando en realidad lo único que hace Estados Unidos es reclamar su área de influencia. Es una nueva propaganda para manipular a la opinión pública mundial mientras acumulan fuerzas suficientes.

El Movimiento de Regeneración Nacional debe aprender a leer esto rápidamente, construir una sólida respuesta a los intereses energéticos y establecer mecanismos de industrialización lo antes posible. La recuperación del campo será clave para no mantener la dependencia alimentaria. Vamos a destiempo, y el reloj sigue su curso. Esta jugada del inquilino de la Casa Blanca movió los tiempos históricos para que el tablero juegue a su favor. Ahora toca pensar qué próxima pieza debe moverse.

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