Sheinbaum obedece a AMLO y no invita a Norma Piña al aniversario de la Constitución

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Sheinbaum obedece a AMLO no invita a Norma Piña, Constitución

La brisa de Querétaro, aquella que una vez cobijó la voz de los constituyentes, hoy resuena con un eco vacío, una ausencia ominosa que lacera las entrañas mismas de nuestra República. En el día en que la Carta Magna de la Nación debía ser venerada por todos los poderes que la sostienen, se ha perpetrado un agravio que no es menor, un desdén que no es trivial. No se ha herido a una persona; se ha ultrajado la institucionalidad misma, se ha profanado la esencia del pacto republicano.

Quien verdaderamente encarna el Poder Ejecutivo, quien verdaderamente gobierna desde las sombras del Palacio Nacional, en un acto que avergüenza y lastima, ha decidido excluir a la titular del Poder Judicial de la conmemoración de la Constitución, como si en su capricho individual residiera la potestad de desdibujar el equilibrio de los poderes; como si las entrañas pudieran gobernar donde la razón y la mesura debieran imperar.

La historia nos enseña que los hombres y mujeres de Estado son efímeros, más la República, si bien frágil, es eterna. Sus instituciones, erigidas con el sudor, la sangre y la voluntad de generaciones de mexicanos, no pueden ser tratadas como piezas intercambiables en el ajedrez de una voluntad particular. La división de poderes es el cimiento de nuestra democracia, la salvaguarda que impide que el poder se erija en yugo y que la soberbia se corone como suprema voluntad.

Hoy, la sombra de la exclusión se extiende sobre la Nación como un agravio que nos interpela a todos. Porque no es sólo la ausencia de un nombre en una lista de invitados; es la ausencia de respeto, la ausencia de altura de miras, la ausencia de dignidad republicana.

La política del desdén ha encontrado un nuevo capítulo, y con él, una herida que, si no se repara con prudencia, con diálogo y con la inteligencia de quien entiende que gobernar no es un acto de imposición sino de conciliación, puede convertirse en gangrena institucional. Se ha repetido hasta el cansancio que México es más grande que sus problemas y que sus gobernantes.

Su Constitución es más que un pergamino solemne; es el alma misma de una Nación que, con todos sus dolores y contradicciones, ha sabido levantarse del polvo y rehacerse una y otra vez. Pero no hay porvenir republicano sin respeto mutuo, sin reconocimiento entre quienes, con diferencias y disensos, están llamados a sostener juntos la arquitectura de la patria.

El mundo nos observa y, con sobrada razón, se pregunta cómo una Nación de historia gloriosa, de juristas insignes, de héroes civiles y militares que tejieron con esfuerzo este entramado institucional, permite que el rencor o el desdén mancillen un evento que pertenece a la Nación misma y no a quien circunstancialmente ostenta el poder.

Nos miran y nos señalan, no por lo que hemos logrado, sino por la mezquindad con la que algunos parecen empeñados en socavar los cimientos de lo que, con tanto sacrificio, hemos construido. Pero la historia es implacable. Y quien hoy juega a desdeñar la arquitectura institucional del país habrá de encontrarse, tarde o temprano, con la fría mirada del juicio de la posteridad. Porque la República no olvida, y porque México, su pueblo y su espíritu, merecen mucho más que desplantes y berrinches.

Merecen altura. Merecen grandeza. Merecen respeto.

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