Un grito en el silencio

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Calíope

La noche del grito en Palacio Nacional de este año fue especial. En toda la historia de la conmemoración del llamado de Hidalgo a luchar en contra de la opresión de la corona española en la Nueva España, llevada a cabo indefectiblemente por el ejecutivo federal, jamás se había dado en las condiciones que vimos el pasado 15 de septiembre.

Ni en las peores épocas de Peña Nieto o de Calderón la plaza de la Constitución había estado vacía. La situación es excepcional. La pandemia por el coronavirus obligó al presidente, y a los gobernadores y presidentes municipales en todo el país, a dar el grito sin tener la acostumbrada resonancia.

Desde el minuto de silencio por las víctimas de la enfermedad y su paso por el pasillo para recibir el lábaro patrio se le vio solo, sin invitados ni asistentes; todo fue cancelado (o a medias) para evitar la concentración de gente y por tanto los contagios.

El presidente arengó como se hace todos los años: vivas a los héroes que nos dieron patria y libertad, a la fraternidad y al amor al prójimo, a la esperanza en el porvenir… De no ser por un grupo de uniformados que estaban estratégicamente colocados abajo del balcón, no se hubieran escuchado las respuestas esperadas, como en un contrato de comunicación se espera el principio de cooperación.

Y así, sin querer, la estampa del presidente solo y sin la respuesta del pueblo nos otorgó un símbolo involuntario de enorme peso: la soledad del ejecutivo en su quehacer diario, mientras todos los demás están en sus casas haciendo lo propio para mantenerse a salvo. Parecería que lejos quedaron los gritos del año anterior cuando le aclamaban “no estás solo, no estás solo”. En esta ceremonia sí lo estuvo y como nunca en la historia.

Sin embargo hay que ser justos en la interpretación del símbolo. Primero, fue un involuntario, no como cuando deja la silla vacía y a la vista de todos en sus diversos informes de gobierno. Esa silla vacía sí está puesta ahí con un propósito, aquí el Zócalo vacío fue una necesidad.

Segundo, en tanto que un símbolo es la expresión de una idea, la hermenéutica del mismo debe ser comprendida en toda la dimensión de su contexto, es decir que no podría entenderse el Zócalo vacío sin la pandemia, pero también debido a ella y a la falta de control que tenemos de la misma. Además, no únicamente López Obrador estuvo solo, también lo estuvieron los ejecutivos estatales y municipales. Repito, fue una necesidad, no una acción voluntaria.

Lo que es muy curioso es ver al presidente como lo apreció René Avilés Fabila en una de sus mejores novelas, El gran solitario de Palacio, la que concluye en el Epílogo con una frase contundente de lo que representa, no el vacío de la plaza de la Constitución, sino de la ausencia de apoyo: “Carajo, qué soledad”.

@cromerogabriell

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