Una mirada profunda, ¿cómo debemos ver a Vallarta?
Hace unos días se hizo viral un video donde un par de sujetos, a bordo de una motocicleta, arrebatan el celular a un turista y salen huyendo, aquí en Puerto Vallarta. Antes, esa era una imagen impensable para nuestro destino turístico, algo que solo veíamos pasar en otras ciudades. Que, además, la víctima sea un turista nos pone a temblar a muchos, porque la economía de muchas de nuestras familias depende de esos visitantes que quieren venir a disfrutar de nuestras playas. Lo que más nos preocupa es que este tipo de robos se está volviendo común.
Lo mismo pasa con los embotellamientos y el insoportable tránsito vehicular que desborda la avenida Francisco Medina Ascencio. Eso era algo que criticábamos de la Ciudad de México o de Guadalajara, en los menos de los casos de Acapulco. Aquí solo pasaba algo similar en Semana Santa o cuando hace más de una década se derrumbó uno de los puentes sobre el río Ameca. Y ni entonces la situación era tan desesperante como ahora.
¿Qué está pasando en Puerto Vallarta y Bahía de Banderas? ¿Dónde quedó aquel destino apacible en el que vivíamos y del que nos sentíamos orgullosos? ¿Por qué lo dejamos escapar? La intuición nos dice que estos problemas son, precisamente, producto del crecimiento y del desarrollo que hemos experimentado. Aquello que pensamos que nos traería prosperidad, ha traído aparejado con el desarrollo económico otros desafíos para los que nunca nos preparamos.
Los viejos vallartenses nos dirán que la culpa de todos nuestros problemas es, precisamente, que Puerto Vallarta y sus alrededores pasaron de ser pequeños pueblos en los que todo el mundo se conocía y convivía, a convertirse en una gran metrópoli, que se tragó nuestros tejados rojos junto con nuestra tranquilidad. La culpa de todo, dirían, es de la ciudad que se comió nuestro “pueblito tradicional”.
Pero todo esto es mera intuición, como dije, porque la verdad es que no tenemos datos certeros que nos permitan observar y entender la realidad de Vallarta con precisión y certeza. De manera que todo lo que podamos especular es eso, una suposición.
Me gustaría empezar por desmitificar la perversidad de las ciudades. Si las ciudades fueran tan malas para la calidad de vida de las personas, como muchos piensan, creo que hace mucho habríamos abandonado esta tendencia de congregarnos como sociedad alrededor de las polis.
Las ciudades no son edificios, ni calles, ni tuberías: las ciudades están compuestas por personas que comparten el anhelo de vivir mejor, de ayudarse unas a otras, para sortear las dificultades que el mundo y la naturaleza les plantean. Y lo que hemos descubierto con el paso de los años es que son las ciudades, la vida comunitaria, la mejor vía para escapar de las enfermedades, del hambre y de la pobreza porque –como dice el dicho— miles de cabezas piensan mejor que una.
Sí, lo que las ciudades nos ofrecen es la oportunidad de generar y compartir conocimiento, para después actuar de forma colectiva en contra de las adversidades que se nos presentan. Así lo cuenta el economista Edward Gleaser en su libro “El triunfo de las ciudades”, donde nos ilustra con información estadística como, a partir de la construcción de las metrópolis, el crecimiento económico y la esperanza de vida de todas las personas se ha incrementado.
Pero poco a poco hemos olvidado que es precisamente eso, la información y el desarrollo de conocimiento lo que nos reúne, lo que nos hace mejores. La desconfianza en el amigo, en el vecino, en las empresas, en la política, en las instituciones, nos arrastra a un estilo de vida en el cual dejamos primero, de compartir abiertamente la información para después abandonar la intención de pensar juntas y juntos. Luego, como dejamos de trabajar en equipo, también dejamos de producir conocimiento colectivo. Ese egoísmo nos está nublando la mirada, por eso estamos perdiendo la fe en la ciudad: no alcanzamos a verla en la complejidad de su crecimiento, pero tampoco queremos que quien está a nuestro lado entienda el pequeño pedacito sobre el que estamos parados.
Por eso es muy importante cambiar el enfoque y recordar que la mejor manera de resolver nuestros problemas es contar con una mirada profunda y colectiva de nuestra realidad y que, para que eso suceda, necesitamos generar conocimiento y compartirlo con transparencia, con generosidad, para volver a esa forma de vida en la que el cambio social, la vida mejor para todas las personas, es posible porque todos contamos con la misma información para pensar mejores soluciones y tomar decisiones.